Todos no dejaban de reírse, aquellos chicos habían hecho bastantes cosas en su infancia, tanto que Gabriel y Keidys se sintieron cortos en sus actos de la niñez:
—¿Y tú Gabriel? ¿Qué has hecho? —preguntó Alejandra.
—Oye sí, da curiosidad saber sobre tus locuras —Claudia se sentía animada.
—Bueno… —la mente de Gabriel se remontó a su niñez tratando de escarbar algo cómico y loco de lo cual todos soltaran carcajadas.
—Lamento decir que Gabriel siempre se ha creído un chico grande y solo se la pasaba tomando fotos desde pequeño o estando con personas mayores que él —dijo Gera. Todos hicieron rostro de desagrado.
—¿En serio? —preguntó Keidys con un tono bastante aburrido.
—No tanto así, fui más de estar quieto en un lugar que correr como loco por una playa —explicó el muchacho, aunque le avergonzaba decir eso.
—¿Y tú, Keidys? —preguntó Claudia.
—Bueno, recuerdo que cuando vivía en esta ciudad siendo solo una niña, a mí me gustaba comer mucho y siempre esperaba que pasara en las tardes un carrito de helados. Una tarde estaba dormida en mi cuarto cuando escuché la música que siempre llevaba el carrito de helados y corrí como loca con mi monedero. Pero el carro ya estaba bastante lejos, frente a mi casa había un perro que le asustaba mucho los gritos de las personas y yo me puse a gritar como loca mientras corría detrás del carrito y el perro empezó a correr detrás de mí para morderme, me puse a correr como loca y el perro iba detrás de mí. Lo peor fue que en la calle había excremento de perro y yo lo pisé, resbalé y caí. Me raspé una rodilla y me hice una herida en mi frente que aún tengo, es difícil de verla, pero está ahí —Keidys llevó una de sus manos a su frente mientras hacía un puchero. Todos reían a carcajadas, aunque ella no se sentía muy a gusto, le daba vergüenza contarlo.
—Me parece que yo te vi con una rodilla vendada y una curita en tu frente en ese tiempo —soltó Tomás con un rostro picarón.
—Claro, un día después le entregué la carta a Josef —respondió Keidys.
—¡¿Qué?! —inquirió Josef bastante sorprendido.
—Sí, después te entregué la carta —contestó Keidys y sus mejillas se ruborizaron.
—Ya me acordé de algo que me pasó —dijo alegre Gabriel.
—¿Qué te pasó? —inquirió Mateo. Todos llevaron sus miradas a Gabriel.
—Cuando tenía ocho años fuimos con mi familia a un parque de diversiones y ese día yo quería comerme un helado, pero mis padres nunca me dejaron comer algún lácteo y yo no sabía por qué, siempre le daban postres a Gera y nunca a mí. Tenía celos por eso. Cuando vi que se descuidaron atendiendo a Gera me compré un helado a escondidas de ellos y me escondí detrás de una cabina y me lo comí, fue lo más delicioso que podré en mi vida, creo que era porque tenía prohibido hacerlo que lo sentí tan rico. Era un helado de vainilla y chocolate. Pero a los pocos minutos salí a buscar a mis padres y no los encontré, había mucha gente allí. Empecé a llorar y después tenía mucho dolor de barriga y mi estómago parecía una licuadora, lo sentía así. Recuerdo que se me acercó un señor a preguntarme por qué lloraba y yo le dije que no encontraba a mis padres, me dijo “ven, vamos a buscarlos”, pero yo en ese momento vomité y le ensucié sus pantalones —Gabriel soltó una carcajada—, después llegaron mis padres y ya.
Todos se miraron las caras.
—No soportas la lactosa —dijo Mateo.
—Sí, no puedo tomar leche —respondió Gabriel.
—Oye, yo muchas veces no le hice caso a mis padres, me parece que fue una anécdota bastante inocente —soltó Josef—, eres demasiado niño bueno.
—Mira quien lo dice, come libros —se burló Keidys, ella estaba sentada al lado de Josef y le dio una palmada en la espalda al muchacho.
—Pero esas personas así cuando quieren ser malos pueden serlo y bastante —soltó Tomás.
—Eso es cierto, aunque no lo crean Gabriel estuvo en la cárcel —dijo Gera.
—Gera, no —regañó Gabriel.
—Cuenta, cuenta —pidieron todos.
—Cuando yo tenía dieciséis años fui a visitar a Gabriel donde mi abuela, él vivía con ella. En fin, ese viernes Gabriel venía del colegio y se veía de mal humor, se encerró en su cuarto y no salió, al poco rato le dije que me acompañara a comprar unas cosas, fuimos con Eduar que estaba de visita y él nos llevó a comer. Gabriel no dejaba de mirar a unos chicos que estaban cerca de una ventana, Eduar le preguntó que si los conocía. ¿Saben lo que respondió?
—¿Qué? —inquirió Alejandra.
—Los muy malditos son los que hoy me molestaron, pero hoy es su día —respondió Gera—, eso no fue nada, tomó una botella que había sobre la mesa, fue hasta donde ellos y se la partió sobre la cabeza de uno de ellos, los demás obviamente fueron a defender a su amigo y Gabriel le dio una patada a uno de ellos que empezó a vomitar sangre. Eso fue una locura total, Eduar trató de calmarlo, pero él le dio un codazo en la boca a mi hermano y las personas que estaban allí empezaron a gritar como locas. Obviamente llamaron a la policía y se llevaron preso a Gabriel, mis padres pagaron una multa, aunque Gabriel nunca les pidió perdón a la familia del muchacho al que él le partió la cabeza, le tomaron veinte puntos —todos llevaron su mirada a Gabriel.
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Editado: 13.05.2023