¡¿ella es mi Entrenadora?!

Capítulo 44: Miedos

Domingo 14 de octubre del 2018.

M E G A N

Sí, pretendían golpearnos como advertencia. Golpearnos hasta que uno de nosotros perdiera la conciencia para infundirnos miedo e impedir que fuéramos la voz de aquellos que no podían hablar porque predecían que cosas así los atacarían.

Tomar un momento para respirar profundamente y darte cuenta que tu padre no te ama. Que solo amaba la idea de una hija con su apellido, una hija obediente a las reglas, es una realización que no le deseo a nadie porque cuando inhalas te das cuenta que eso no será la peor noticia del día.

Esos boxeadores pudieron dejar inconsciente a cualquiera de nosotros, no se veían como si les importará género, edad o fuerza. Esa situación pudo terminar de muchas maneras y en ninguna, ni en la más positiva, todos salíamos ilesos. Por eso estoy repasando estas situaciones para evitar que las paredes blancas casi beige del hospital de mi ciudad no ocasionen un remolino emocional que me llevará directo a ese día.

Ningún miembro del equipo RG salió herido porque ninguno bajó. Es mi hermano quien está en la camilla sentando rehusándose a acostarse por una “inocente fractura orbitario” que en nuestro idioma se traduce como “Esos idiotas chupa pelotas de mi padre le causaron una fractura a mi hermano en el hueso que está debajo de su ojo.”

Porque al destino le gusta jugar al azar no es una fractura grave, le mandaron antiinflamatorios y hielo. Mi hermano consiguió salir vivo pues es hijo de un entrenador, logró defenderse el suficiente tiempo para que yo corriera hacia el estacionamiento con Michael, y juntos creáramos con el escape del auto un sonido de pistola para asustar a los boxeadores que tienen fantásticas madres, pero igual gracias a mi padre salieron unos malditos hijos de puta. Casi dejan a mi hermano sin vista.

Intento sacar de mí esa voz que alimenta pensamientos sádicos en donde los boxeadores terminan siendo acorralados en una calle sin salida, y después de una corta charla con objetos punzantes cerca de sus ojos ellos aprenderían a mantener sus ganchos bajos.

No.

 Si hago eso me rebajo a su altura. Si hago eso no seré más que la hija de mi padre.

Mis ojos se pierden en la inflamación de mi hermano y en el cuadro de la ciudad que está cerca de la puerta. El cuadro está degastado.  Esta ciudad no está desgastada. Esta ciudad desgasta a las personas con su ambiente pesimista. Te convierte en alguien a que realmente le importa una mierda cruzar la delgada línea entre la vida y la muerte porque no es su problema. Nadie en esta ciudad enfrenta sus problemas con algo diferente que alcohol puro o drogas que hacen que olvides que eres un ser humano.

Si quieres soltar la ira de otra manera siempre puedes ir al gimnasio de mi padre. Puedes golpear un saco hasta que alguien se te acerque para ofrecerte que uses esa ira para golpear a alguien, y así ganar solo un porcentaje de las ganancias que le darás al que maneja las apuestas quien, si aceptas, manejará tu vida. He visto esta ciudad a los ojos, he escupido en su boca y la maldita solo sonríe sádicamente.

Vivir o Morir en esta ciudad tienen mucho en común, en ambas no tienes idea en donde vas acabar. Olvidan rápido la muerte del quinceañero que murió por sobredosis, pero nunca se permitirían olvidar el rezo del día.

-Perla, dime por favor que esto solo hace que quieras destruir a mi padre en el juicio-. Sus ojos, uno viéndome con orgullo y el otro rojo con las venas saltando en este.

-No me iré de aquí hasta que me escuchen- respondo con convicción,

Él suspira viéndose en el espejo de la habitación. - Esto- señala su inflamación- no puede ser en vano.

Con la sonrisa que trató de ofrecerme su broma se traduce en “Por todo lo que quieres Perla, no dejes que te ganen.”

-Él ya no quiere ser mi padre. Puedo lidiar con eso solo si gano el juicio- comento separando mi vista de su inflamado ojo.

Unos minutos más desgastando la pintura de la ciudad con mis ojos evitando ver las paredes blancas, salimos de esa habitación con el permiso de una enfermera que es una especie de ex – suegra para mi hermano.

-Cuídate Gabir, no más problemas- pide abrazándonos con fuerza, muestra más afecto que nuestro padre alguna vez nos dio. - Mantén esa linda cara de modelo de revista. Cuando me retire voy a tener una sed por aventuras y necesitaré alguien quien me acompañe.

Gabir sigue bromeando con ella hasta que nos firma el alta. -Bueno- él guiña un ojo- su hija me sigue en redes sociales. Cualquier cosa dígale que le pase mi perfil.

Salimos finalmente de ese pasillo. Las luces demasiado blancas me asfixian e impiden que me burle de Gabir por su futuro como Sugar Baby en voz alta. Michael se levanta de su silla en la zona de espera, directamente toma mi mano y los gemelos toman a Gabir quien sin ser escuchado les afirma que está bien.

Siento el aire volver a mis pulmones justo cuando entro al auto lejos del establecimiento que, lejos de dar calma tiene una apariencia de sanatorio para enfermos. Esos que hasta a las personas con una salud mental estable, hasta a los más cuerdo de nuestra sociedad los vuelve inestables.




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