Ella es mi monstruo

Feliz primer día, Amy

Mirarme al espejo no era mi actividad favorita, al menos no últimamente. El reflejo de mí misma con las comisuras hacia abajo era todo, excepto inspirador. He de agregar que no sentía ni el más mínimo ápice de respeto hacia esa persona, Amy Lee Reeve.

Me sequé el rostro con una toalla limpia y me maquillé un poco, podría disimular un poco las ojeras por no dormir la noche anterior, pero tampoco haría milagros. Di tres profundas respiraciones antes de salir del baño, lo que venía era inevitable, pero eso no lo hacía más fácil. Todo lo contrario, estaba a punto de sufrir un ataque de pánico.

Levanté mi maleta roja con rueditas y bajé las escaleras. Pamela, mi hermana mayor, estaba en la cocina preparando el desayuno; Jenna, la menor, miraba su programa de televisión favorito: Running man. Era un show de variedades coreano. En mi familia, amábamos esa cultura y consumíamos su entretenimiento casi como fans hardcore.

La saludé con un beso en la coronilla, que para mi sorpresa, aceptó. Esto no era gran cosa en otras familias, pero si en la nuestra porque Jenna tenía síndrome de Asperger. Era un conjunto de características mentales y de conducta que formaba parte de los trastornos del espectro autista. La persona tenía dificultades en la interacción social y en la comunicación.

A ella, por ejemplo, no le gustaba mucho el contacto físico. Aunque a nosotras nos lo permitía a veces; a Pamela más que a mí. Fijó sus ojos marrones en la pantalla y comenzó su cháchara.

—Jae suk fue espía en el capítulo trece y los sacó a todos. Ni el comandante pudo contra su ingenio. Los engaño y los eliminó uno por uno. Usó una pistola de agua con tinta invisible, así el staff del programa sabía a quién había disparado. Cuando vuelva de la escuela voy a ver el especial zombie. El previo del capítulo era muy interesante…

Ella explicaba sin cesar y era una ventaja que a mí también me encantara ese programa, así sabía de qué me estaba hablando. Pero en general, a la gente le importaba un comino. Aunque ella no hacia distinción, siempre le contaba al que sea que tuviera enfrente que Jae Suk hizo tal cosa o que el comandante hizo tal otra. Era típico del Asperger obsesionarse con algún tema. Sus conversaciones también eran sobre matemáticas, su otro interés. Solía decir: “Sabías que el teorema de Pitágoras establece que en todo triángulo-rectángulo, el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las respectivas longitudes de los catetos, o cosas por el estilo. Eso sí que me aburría.

Fui a la cocina, le di un beso a Pam en la mejilla y me senté en el taburete a la espera de mis waffles, los que ella hacía eran los mejores que cualquiera tuviera el privilegio de probar y no lo decía porque fuera mi hermana, era un hecho. Ella sonrió de costado al ver mi rostro de expectación y me sirvió un vaso de leche con cereales, mientras terminaba de preparar el resto del desayuno.

Sus manos se movían a toda velocidad y me resultaba mágico verla concentrada en aquella tarea, que a mí personalmente, no se me hacía para nada entretenida. Pero a Pamela le quedaba tan bien el papel de ama de casa. En realidad, a mi hermana todo la favorecía. Era una mujer muy hermosa, con su  cabello castaño, levemente ondulado y sus ojos verde agua. Tenía una mirada felina que hacía que la gente se quedara hipnotizada al verla. Además era alta y esbelta. Ahora estaba embarazada, pero eso sola la hacía ver mejor, esplendida y grandiosa.

—¡Jenna, a desayunar! —La llamó tres veces, pero la niña no respondió. Pam estaba a punto de perder la paciencia—. Jenna, mueve tu trasero hasta aquí o tendré que ir a buscarte y no seré…

En ese momento, nuestra queridísima hermanita de once años hizo su aparición y se sentó a mi lado. Tenía su largo cabello marrón atado en una coleta alta. Extendió su vaso favorito y Pam le sirvió su jugo de naranja exprimido, porque a ella no le gustaba la leche ni el yogurt. Cuando todo estuvo colocado en la mesa, empezamos a desayunar.

—¿Cuándo tienes la cita con el médico? —pregunté al tragar mi bocado de waffles.

—El miércoles a la tarde —contestó Pam—. Te pasaré a buscar después del trabajo. Espero que no tengas ninguna clase a esa hora.

—De acuerdo —sentí la sangre huir de mi rostro.

Demonios. Había olvidado por un instante que debía volver a la maldita universidad. Se me revolvieron las tripas de solo pensarlo y la comida dejo de ser tan sabrosa para mis papilas gustativas. Sin embargo, me concentré en masticar el bolo que tenía en mi boca, de paso me esforcé por controlar mi respiración, tratando de no hiperventilar. Seguro me daba una indigestión.

—Este año será mejor, ya lo verás —musitó Pam, en un intento de animarme al ver mi mueca distorsionada—. Y si te molestan iré a darles su merecido —agregó con expresión decidida.

Lo mejor o lo peor, dependiendo del ángulo por el que se lo mirara, era mi certeza absoluta de la veracidad de sus palabras. A saber, que mi hermana era capaz de ir al campus y enfrentarse con ellos. Y eso que solo le había contado una pequeña parte de toda la historia a ella, lo suficiente como para que dejara de preguntarme qué me pasaba. Estaba tan estresada, que aún viéndola solo los fines de semana, Pam lo había notado. Incluso, cambió su empleo para estar más cerca de mí. Ahora ella trabajaba en una biblioteca a tres cuadras de la universidad.

A veces me daban ganas de contarle la versión completa y que ella fuera a defenderme como lo había hecho cuando era una niña y después cuando ya no era no tan pequeña. Pero este año, cumpliría veinte y era hora de que yo peleara mis propias batallas y dejara de esconderme detrás de mi hermana mayor. O esa era la idea.

—Tienes mejores cosas por las que preocuparte, Pam. Owen, Jenna y ahora el bebé —enumeré con mis dedos y suspiré. Ni siquiera había salido de mi casa y ya mis fuerzas estaban por los suelos.




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