Ella es mi monstruo

¿Quieren saber por qué me pusieron ese apodo?

 

El partido terminó y habíamos perdido de manera aplastante. Sin embargo, el rostro de esta chica no mostraba ningún atisbo de felicidad, sino que me fulminaba con la mirada.

Georgina cruzó la cancha a toda velocidad y pisando fuerte, en mi dirección. Podía sentir mi cuerpo rebotar a cada paso que daba. La clase se congeló, incluyéndome. Ella era nueva y por lo que podía ver, no era muy tolerante, así que estaba un poco asustada por lo que pudiera hacer. Mi postura fuerte se había esfumado apenas terminó el partido. Volvía a ser la Amy debilucha y temerosa.

En un par de segundos la tuve frente a mí, tenía las fosas nasales expandidas, como si fuera un animal embravecido. Me apuntó con su dedo índice, mientras fruncía el ceño y topeteaba mi cuerpo.

—Esta vez ganaste. Pero la próxima vez, la victoria será mía —siseó con furia.

Tenía mis ojos bien abiertos por la sorpresa. ¿Esta chica estaba loca o qué…?

—¿Por qué dices eso, si tú ganaste? —pregunté contrariada por sus extrañas palabras. Realmente no tenía sentido lo que decía, ni cómo lo decía.

—¿Es que no entiendes, monstruo Reeve? —mi cuerpo se tensó y mi postura defensiva volvió a aparecer.

—¿Podrías dejar de llamarme así? —dije entre dientes, molesta. Pero lejos de hacerla retroceder ella soltó una estúpida carcajada.

—¿Qué, acaso al monstruo Reeve le molesta ser un… monstruo? —dijo en tono de burla. Apreté mis labios hasta que formaron una línea.

—Me molesta, tanto como a ti te molestó no poder hacer un simple bloqueo —contraataqué.

Estábamos rodeadas por las chicas y pude escuchar un sonoro “Uuh”, como fondo para nuestro altercado. Georgina abandonó su sonrisa, rechinó sus dientes y me apuntó otra vez.

—Que te quede claro, esto no se termina aquí —advirtió con tono bajo y amenazador.

Me sentía algo dividida por toda esta cuestión. Por un lado, esta chica había logrado intimidarme al grado de querer retroceder y esconderme detrás de alguien… en lo posible de mi hermana mayor.

Pero al mismo tiempo, el que ella me llamara monstruo me desagradaba tanto, que no podía retractarme. Nunca, ninguna chica y menos del equipo de volleyball, me había dicho monstruo desde el accidente. Tener ese apodo equivalía a la dualidad de mi persona, a saber, alguien con habilidades sobresalientes en el volleyball y al mismo tiempo, con el poder de lastimar a otro… Por eso, a pesar de que me dolía, comprendía que los chicos no me quisieran cerca. No después de lo que le hice a Jonathan.

Pero ella no tenía ni idea del porqué de mi apodo y por lo tanto, no tenía derecho a hacer uso del mismo. No se lo dejaría pasar. Y por eso, fue que dije con la voz más arrogante que pude poner:

—Dime algo que no sepa —sonreí de costado— ¡ah!, y… práctica bastante, quizás la próxima vez logres un bloqueo menos patético.

Dicho esto, me di vuelta y caminé hacia la salida, recibiendo una última mirada de odio de parte de mi rival y el murmullo morboso de las chicas. Escuché las quejas de la profesora sobre irme sin terminar los estiramientos, pero simplemente la ignoré. Si me giraba en aquel momento, la situación perdería toda la seriedad que había conseguido y Georgina se burlaría.

Pero fue cuestión de salir del campo deportivo para que mi forzada actitud intrépida se esfumara. Aceleré el paso y cada tanto miraba por encima de mi hombro para asegurarme de que nadie me estuviera siguiendo.

Porque a pesar de tener esos efímeros momentos de valentía, mi real forma de ser era opuesta. La verdadera yo, Amy Lee Reeve, era una cobarde sin remedio. Y acababa de meterme en un grave problema. Cada paso que daba me hacía más consciente de mi error.

Aish, ¿por qué le dije eso? Tendría que haberla adulado por ganarme y haber cortado el rollo en ese momento. Y en lugar de eso, abrí mi gran bocota… Eso solo me traerá represalias.

Estúpida Amy. Me mantuve alimentando el odio por mí misma en camino de regreso. Crucé entre medio de los apurados universitarios, rogando no encontrarme con individuos hostiles. Solo eso me faltaba para catalogar este día como el peor del semestre.

Afortunadamente, llegué al dormitorio a salvo. Mi cuerpo estaba sudado y caliente por la corrida. Y a eso se le sumaba que me sentía llena de arrepentimientos. Si existiera el premio a la “Completa estupidez”, yo sería la ganadora indiscutible.

Lena no se encontraba, estaría en clases. Suspiré derrotada y me fui cabizbaja hacia la habitación. Busqué ropa y me metí en el baño. Hice unos cuantos estiramientos antes de meterme en la ducha. No había sido tan cansadora la práctica, pero para evitar lesiones o mitigar el dolor, era necesario estirar apropiadamente.

Cuando salí del baño, me tiré en la cama sin energía restante. Y ahora, a trabajar se ha dicho…

Las tres horas en la biblioteca fueron bastante livianas en comparación con el resto de la jornada. Lo único que me resultó extraño fue que Brandon, por primera vez desde que lo conocí, no se apareció.

¿Qué podía esperar, después de lo ocurrido en la mañana?

Tendría que haberle agradecido para hacerlo sentir mejor, pero me había quedado muda por la  vergüenza. Pobre Brandon, seguro se sentía fatal.

Cuando se cumplió el horario de trabajo, junté mis cosas y arrastré los pies todo el camino de vuelta al alojamiento. En días como estos, sentía que no me tendría que haber levantado de la cama. Hubiera sido más provechoso para mí, ni siquiera asomar la nariz.

Mientras caminaba, con el atardecer extendiéndose ante mis ojos y la refrescante brisa recorriendo mi cuerpo, reflexioné en el encuentro con Georgina. Era cierto que ella estaba un poco loca y se enfadaba con facilidad por cosas sin sentido, pero tenía algo que a mí me faltaba. A diferencia mía, ella amaba el volleyball y se esforzaba para ser buena. Lo había notado en el partido. Aunque tenían muchos puntos de ventaja, no dejaba de correr hacia la pelota, ya fuera para bloquear o golpear y lo hizo durante todo el juego, de manera incansable. Tenía que reconocer que la admiraba por eso.




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