Ella es mi monstruo

Juguemos volleyball

 

—¿Y tú qué le dijiste, Amy? —preguntó Brandon, antes de llevarse el wafle a la boca. Llenaba sus mejillas como si fuera un hámster, era graciosísimo.

Era martes por la mañana. Lo que significaba, desayuno y estudio con mi él. Lena había salido aún más temprano para sus entrenamientos, así que estábamos solos y yo le estaba contando cómo había sido la divertida tarde de ayer. Con esa experiencia a cuestas, ya ni me afectaban los recuerdos de las estupideces que había soñado con Brandon, lo que facilitaba mi convivencia con él.

—¿Yo? Nada. ¿Qué se supone que le diga? —retruqué con el ceño fruncido.

—No lo sé. Algo como: “No te metas conmigo” o “Cierra la boca, mocosa de pacotilla” —imitó mi voz para decir esas frases, aunque sonaba demasiado agudo a mis oídos.

Solté una carcajada, en medio de mi mal humor. Brandon tenía esa maravillosa manera de ser que lograba elevarme el ánimo, aún con mi montaña de pesimismo en las espaldas. Él se rió conmigo.

—¿Qué demonios es eso? —pregunté, secándome las lágrimas—. De todas maneras, esa no es mi forma de ser.

No me gustaban las confrontaciones, ni responder de mala manera a otros. La que era buena en eso era Pam y nadie se metía con ella. A veces me daban ganas de ser como mi hermana, pero nunca lo había conseguido.

—Es cierto, eres demasiado buena para tu propio bien —acordó Brandon, con un suspiro.

—No estoy segura de que eso sea cierto —objeté contrariada. Una cosa era ser buena persona y otra muy diferente, ser una cobarde—. Pero gracias, de todas maneras.

—Amy, Amy —dijo él con tono teatral —a veces es necesario defenderse, ¿sabes? Demostrarles que sí vales y mucho.

Era cierto. Pam me lo había dicho muchas veces. La solución radicaba también en mi actitud hacia mi persona. Sin embargo, no podía lograrlo de la noche a la mañana.

—Es fácil decirlo, pero muy distinto es hacerlo —bufé, frustrada.

—Es verdad, pero por algún lado debes empezar —insistió Brandon.

—¿Por dónde?

—Por apreciarte y amarte a ti misma. Si tú no te valoras, menos lo hará otro.

Me quedé en silencio, contemplando su rostro sereno. Me acababa de soltar la verdad más cruda, yo era la primera en sentir desprecio hacia Amy Lee Reeve, alias el monstruo. ¿Cómo podía pretender que los demás me respetaran, si ni yo misma lo hacía? Era una contradicción y estaba al tanto de ello. Lo que me sorprendía era que él se hubiera dado cuenta.

—Cielos, Brandon... ¿En serio tienes dieciocho años?

—Hey, no te burles de mi madurez —dijo, fingiéndose ofendido.

—Lo siento. Ya sé a quién consultar cuando tenga que resolver mis cuestiones emocionales…

—Puedes llamarme doctor corazón, desde hoy —replicó sardónico, asumiendo por completo el papel.

—Jajaja, claro, doctor.

—No te olvides de corazón —pidió parpadeando repetidas veces y con su carita ladeada.

—Awww… Cielos, Brandon. ¿Cómo es posible que seas tan tierno? A veces haces que mi corazón aletee como loco.

Dos segundos después de que las palabras salieron de mi estúpida boca, me di cuenta de la gravedad de las mismas. ¿Qué acaba de decirle? Maldito infierno. Había expresado lo que pensaba en voz alta, sin ningún filtro o acotación irónica que me disculpara. Como siempre la cochina impulsiva que llevaba dentro era más fuerte que la que tenía sentido común. O mínima vergüenza.

La cara de Brandon se tiñó de rojo y su expresión se tornó seria. ¿Sería enojo, decepción o sorpresa?

—Eh… yo…—Demonios, ¿qué le digo ahora?

—Estudiemos —sentenció Brandon, luego de unos segundos de embarazoso silencio.

Sacó el grueso libro de su mochila y lo apoyó en la mesa. Sin despegar la vista del mismo, lo abrió y buscó la página. Suspiré y fui en busca de mi anotador y lapicera. Cuando regresé encontré a Brandon en la misma posición, incómodo hasta la médula.

—Lo siento, Brandon —él levantó la vista ante mi disculpa. Su cara todavía seguía un poco colorada—. No era mi intención disgustarte. Si pudiera me patearía ahora mismo…

Nos quedamos en silencio, contemplando el rostro del otro. Sus mejillas se habían estirado un poco, dejando a relucir una pequeña sonrisa de costado, seguramente por lo que le había dicho recién. Entonces, cuando ya estaba a punto de pedir perdón una vez más, él habló.

—No te disculpes, Amy. Está bien. Yo solo… no-no lo esperaba. Y… gracias, eres muy linda por pensar así de mí, el problema es que a veces no sé cómo reaccionar ante los cumplidos. Eso es todo. Y no es necesario que te patees —aseguró, pero de todas maneras, me acerqué con la cabeza gacha y continué.

—Lo sien…

—No te disculpes, por favor —me interrumpió. Levanté la vista y me sonrió con sinceridad.

Asentí a su pedido, aunque me sentía bastante fuera de lugar. Lo positivo fue que por el resto de la mañana nos dedicamos a estudiar sin descanso. Cuando terminamos, Brandon me acompañó hasta mi clase, con toda la caballerosidad que lo caracterizaba y a la que me iba acostumbrando de a poco. Luego se fue en dirección a la suya, sonriendo a modo de despedida.

Era un buen amigo, el único que tenía en realidad. Sin querer queriendo, había forjado un lazo fuerte con él, que me permitía expresar lo que sentía sin mucha contemplación. Y aún cuando no le decía lo que me sucedía, él se daba cuenta. Tenía una perspicacia envidiable, oculta detrás de su inocencia.

—Brandon —lo llamé en voz alta, y varios se dieron vuelta en mi dirección, incluyéndolo a él—. Gracias y lo siento.

Él se quedó en el lugar procesando lo que le había dicho. Luego, sonrió de manera cálida. Ese gesto era la mejor parte, la que siempre esperaba y siempre recibía.

—Ya te dije que no te disculparas —bufó— y… de nada, Amy. Nos vemos a la noche.

—Claro.

Entré al salón aliviada por haber dicho esas palabras en voz alta. No solo sabía meter la pata en esta vida, también podía arreglar las cosas. Aunque desde que había conocido a Brandon nos habían sucedido numerosas situaciones incómodas y vergonzosas, siempre lográbamos aclararlas y pasar la página. Me gustaba mucho ese aspecto de la relación y quería mantenerlo.




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