Ella es mi monstruo

Cupón

 

Tenía el autógrafo de Ingrid Morley en una hoja de cuaderno y tenía la intención de adjuntarlo en uno de sus libros y regalárselo. Pero…

Esto fue lo que sucedió… Salí, como todos los días a mis clases y al parecer no cerré mi pluma correctamente, así que se derramó dentro de mi bolso, manchando cada elemento escolar. Como habían quedado arruinados, tuve que comprarlos de nuevo. Y para eso gasté el dinero que había separado para el libro.

¡La mala suerte me perseguía!

Estaba corriendo bajo la oscuridad nocturna, siendo iluminada con las luces del campo de futbol. Ya había hecho cinco kilómetros y estaba agotada. Eran más de las diez de la noche y había cumplido con mi rutina: las clases, el horario de entrenamiento con el profesor y mis compañeros, y el trabajo. Sin embargo, este asunto me tenía inquieta, por eso decidí despejar mi mente con ejercicio.                   

Mis piernas se movían armoniosamente hacia adelante, con el resto de mis miembros haciéndoles el debido acompañamiento. Mi corazón latía a un ritmo constante y acelerado, provocando que la sangre bombeara más rápido en mis venas, dándome una adictiva sensación de calor. Como un cálido abrigo envolviendo mi cuerpo. Era emocionante. Cada día que pasaba me sentía más a gusto como corredora. Sin presiones por destacar, podía ser yo misma.

Mientras estaba concentrada en aquellas cavilaciones, las luces se apagaron, dejándome en completa penumbra. Empecé a desacelerar el paso de a poco, hasta que me detuve. Estiré mis músculos en medio de la intensa oscuridad y me encaminé a mi casa.

Mi cuerpo estaba empapado de sudor y mi corazón apenas si se había estabilizado, cuando choqué contra algo. O mejor dicho alguien.

—No me extraña para nada que seas tú, monstruo —me recriminó una voz familiar.

Me sorprendía que pudiera reconocerme en la negrura de la noche. Yo no podía verlo, pero también sabía quién era. Su voz lo había delatado.

—Ya me iba, Jonathan —espeté, armándome de valor.

Caminé hacia un costado, con la intención de rodearlo y salir de allí lo más pronto posible. Pero Jonathan tenía otros planes. Su mano se cerró sobre mi muñeca y me giró hacia él. Fue algo brusco y repentino, su marca personal.

—¿Qué sucede? 

—¿Por qué apareces en cada rincón de mi vida, monstruo? —estaba hablando entre dientes.

Me giré hacia él y pude distinguir sus rasgos endurecidos por la ira. Mis ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad.

—No lo hago a propósito, si eso es lo que crees —me defendí entre susurros. Mantuve mi mirada sobre Jonathan y él apretó el agarre sobre mi muñeca, haciéndome daño. —Suéltame, por favor. No quiero lastimarte.

No quería tener que recurrir a algún movimiento de defensa personal y que la cosa terminara peor. Una vez había sido suficiente.

—Es tarde para decir eso —siseó.

—Nunca lo es —insistí.

—Desearía nunca haberte conocido, monstruo —bufó, soltándome.

—Lo mismo digo, Jonathan.  

Llegué al alojamiento con dolor de cabeza. No podía seguir pensando en Jonathan. No podía. Y sin embargo aquí me encontraba yo, con la mente llena de él.

Si tan solo no lo viera.

Luego de darme una rápida ducha, saqué mi teléfono y marqué el número de Pam. Tenía que mantener la cordura a como diera lugar. Ella podría ayudarme, siempre lo hacía y no dudaba que lo haría de nuevo.

—Amy, ¿cómo fue tu día? —preguntó Pam al otro lado de la línea.

—Grandioso —contesté automáticamente. No era verdad, pero no quería que se preocupara. Tenía que cambiar de tema rápido—. Pam, necesito que me ayudes con algo…

—Claro, Amy, dime.

—Tengo que hacerle un regalo a mi amigo Brandon. Es el chico que llamó a casa, ¿recuerdas?

Durante el mes que estuve con la lumbalgia, Brandon había llamado varias veces para preguntar cómo estaba e incluso había conversado con Owen en un par de ocasiones. Mi cuñado le había lanzado un interrogatorio… pero eso era otro tema.

—Ah… ¿Por qué? —allí estaba su voz de madre controladora. Sonreí contra el teléfono.

—Es mi amigo secreto…  ese que no sabes quién es y todo eso.

—Oh, de acuerdo. ¿Y no sabes qué regalarle? —preguntó extrañada.

—Tengo el autógrafo de una de sus autoras favoritas, pero me parece muy poco, ¿no crees? De todas maneras, tendría que ser algo que no cueste dinero y que se haga rápido, porque estoy quebrada y mañana es el día para entregarlo —expliqué con parsimonia.

Ella suspiró y casi podía verla poniendo los ojos en blanco. A Pamela le fastidiaba en sumo grado que las cosas se hicieran a las corridas. Y dejar todo para último momento era mi manera de proceder.

—Amy —me regañó.

—Ya sé, lo siento.

—Muy bien, pero que sea la última vez que…

—Está bien. Lo intentaré, aunque no te prometo nada —la interrumpí, antes de que terminara.

Pam bufó sonoramente, pero luego rió. Ella siempre tendría una mano para tenderme.

Así fue como llegó el día siguiente y sin siquiera darme cuenta, el martes saludable estaba llegando a su fin. Dejé el sobre con el nombre de Brandon en la bolsa de regalos y salí de la habitación. En la sala estaban esperando los demás. Me senté al lado de Lena y tomé mi taza de té caliente.

Mis amigos estaban acurrucados bajo unas mantas, ya que el ambiente estaba fresco. Teníamos un pequeño hervidor para preparar nuestras bebidas y que llenábamos cada quince minutos. En el medio había una fuente llena de galletas de arroz, cortesía de Lena. De más está decir que no me apetecían ni en lo más mínimo.

—Todo listo —exclamó Jason con voz de locutor de radio y poniéndose de pie—. Es hora de comenzar con la ceremonia de premios.

—Jason, ya para con tanta historia —lo reprendí.

—Déjame ser —se defendió el aludido.

—Es que hace frío y Brandon estuvo enfermo hace poco.




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