Ella es mi monstruo

¿Quieres hablar de eso?

 

—¿Cómo que “esa parada pasó hace media hora? Si le pedí que me avisara cuando…

—Escúchame un segundo, niña. Yo no tengo porqué avisarle a nadie dónde debe bajarse. Esa es tu tarea.

—Pero usted me dijo que lo haría…

—Habrás entendido mal.

Y básicamente, esa fue la última vez que se supo de Amy Lee Reeve.

No. Mentira.

Tuve que llamar a Brandon y pedirle que me viniera a buscar. El barrio donde me encontraba no era uno en el que te gustaría pasar la tarde libre. No, señor. Cada cara que se cruzaba en mi camino me daba ganas de salir despavorida.

Tendría que haber venido con él cuando me lo ofreció. Pero a esa hora tenía que correr y no podía faltar a ninguna práctica. En menos de seis meses serían las competencias y debía mantenerme ocupada en el entrenamiento. La triste consecuencia de intentar ser dedicada en el atletismo era perderme en este barrio de mala muerte.

Grandiosa elección, Amy. Si estás muerta tampoco podrás competir.

En una esquina se juntaron cinco muchachos con ropa más grande de lo que necesitaban y latas de cerveza en las manos. Se giraban cada dos segundos para observar mis movimientos. Sus rostros, sospechosamente alegres, me hacían temblar de miedo… aunque también tenía un poco de frío.

Brandon, por favor, apresúrate.

No tenía ni idea en qué dirección debía ir, ya que nunca había estado en esta parte de la ciudad. Las calles estaban agrietadas, las casas se veían descoloridas por la humedad y la falta de mantenimiento, y la gente que pasaba era algo… perturbadora. Sus presencias amargadas y marchitas, más la actitud hostil que los acompañaba, me hacían desear retroceder sobre mis pasos y salir corriendo de allí.

Pero a pesar de ir en contra de mis instintos de supervivencia, me quedé en la vereda de la parada de autobús. Eran los primeros días de enero, así que el frío traspasaba mi abrigo y se instalaba en mis huesos.

No estaba lloviendo ni nevando, pero la temperatura era tan baja que una pequeña capa de hielo descansaba en las aceras con sombra. Ya había presenciado unos cuantos resbalones de parte de los transeúntes, una momentánea y divertida distracción que me ayudaba a no pensar en mi propio cuerpo congelándose.

Aún así, el tiempo transcurría lentamente y en un momento dado, pensé que moriría de hipotermia. Cada movimiento de las manecillas del reloj parecía aletargarse.

Sin embargo, antes de que me convirtiera en una estatua de hielo, apareció Brandon para guiarme hasta su casa. Solo habían pasado cinco minutos desde que lo había llamado, pero ya que hacían diez grados bajo cero, se justificaba mi impaciencia.

—¿Qué sucedió? —preguntó él, sacándose el abrigo y pasándolo por mis hombros. El calor de su cuerpo se impregno en el mío y casi solté un suspiro—. Creí que te habías ubicado bien con las direcciones…

Me estremecí con su contacto, un hecho que en los últimos tres días me había sucedido con frecuencia. Desde ese día en la biblioteca, mis sentidos estaban más sensibles a él. Me sentía a flor de piel, expuesta. Cada respuesta que mi cuerpo devolvía era obvia, latidos y respiración irregulares, mariposas en el estómago, el dolor placentero de la anticipación. En otras palabras, quería arrojarme encima de él. Aunque aún existía esa molesta vocecita de sentido común que me impedía hacerlo, porque lo del monstruo me afectaba más de lo que quería admitir y no quería arrastrar a Brandon en toda esa miseria… Siempre había sido un ser más emocional que lógico.

—Eh… si… bueno…

Básicamente, me había distraído pensando en Brandon durante el viaje en el autobús y por esa razón había bajado en cualquier parada. Sí, me declaro culpable…

No podía evitar compararlo con Jonathan. Aunque el capitán del equipo y yo no rozamos mucho más que una amistad con derechos, era la única experiencia que tenía. Sus personalidades eran completamente opuestas y la manera en la que se habían relacionado conmigo también.

Brandon era tierno e inocente, pero muy sabio. Era un incondicional en mi vida, en quien depositaba mi confianza, al grado de no poder ocultarle nada. Siempre lograba sacarme una sonrisa y mejorar mi humor. Lo que más me gustaba era que me animaba a seguir adelante, a salir de mis pozos de negatividad, a plantarme en mi opinión. Me transmitía la seguridad que necesitaba. Y mis sentimientos se habían desarrollado de manera paulatina.

Con Jonathan en cambio, había sido brusco, intenso y menos puro. Yo siempre había estado detrás de él como perrito faldero, dependiendo de sus pequeñas muestras de afecto para sobrevivir. Y cada vez que él me prestaba atención perdía la cabeza, embotada por las hormonas del enamoramiento. Dejé de concentrarme en mis obligaciones como estudiante, ya que no me interesaban. Cuando él me rechazaba o se iba con alguna otra, mi mundo se derrumbaba y yo me hundía en la más profunda miseria.  

Suena dramático, lo sé. Pero así se sentía.

Las cosas eran tan diferentes ahora y yo estaba satisfecha en cómo se habían dado, sin tanta toxicidad… pero, ¿hasta cuándo durarían? No podía dejar de preguntármelo.

Llegamos al hogar de Brandon. Era una humilde morada, no muy diferente a las otras casas del barrio. Los pedazos de pared caían, roídos por la humedad. Tenía una ventana rota, cubierta con cartón y cinta para tapar el agujero.

Fue una sorpresa. Nunca me hubiera imaginado que Brandon viviera en un lugar así.

Atravesamos el pequeño jardín que rodeaba la vivienda y entramos en ella. Agradecí el cambio de temperatura ya que mi cuerpo se encontraba agarrotado por el frío. Además de eso, pude sentir el agradable aroma de comida preparándose.

—Mamá está cocinando el almuerzo, estofado de pollo y verduras. Es su especialidad.

Mamá…

Seguramente sería algo lindo llegar a tu casa y que tu mamá estuviera esperándote. No recordaba haber vivido esa experiencia, siendo que mi mamá había muerto cuando yo era una niña.




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