Ella es mi monstruo

Lo prometo

 

En mi interior sabía lo que debía hacer y hasta lo tenía enumerado. Abrazar a mi hermana como primera medida, por supuesto; luego darle a su bebé para que lo conociera, a Shane, como ella lo había nombrado. Acto seguido debía llamar a Owen y contarle la noticia, rogando que no enloqueciera y tampoco debía olvidarme de avisarle a la enfermera para que chequeara el estado de Pam.

Eso era lo que yo, Amy Lee Reeve, tenía que hacer en aquella situación. Sin embargo, mi reacción fue titubear por incontables segundos, abriendo y cerrando la boca cual pez fuera del agua. Mi mente estaba en corto circuito y eso era porque no esperaba que ella despertara tan rápido y que se viera tan normal.

Pam se incorporó en la cama, con algo de esfuerzo. Se peinó un poco el cabello con los dedos y se refregó los ojos. Se veía algo pálida, pero aún así, su rostro brillaba con esa vitalidad tan típica de ella. Comenzó a estirarse, aunque no mucho porque tenía una herida en el vientre y las intravenosas conectadas a sus brazos le impedían la movilidad. Entonces, luego de su consciente  preparación, clavó sus ojos en los míos, mostrándose extrañada y hasta algo fastidiada.

Yo hamacaba al bebé en mis brazos y las lágrimas caían a borbotones por mi rostro, pero más allá de eso mi cerebro aún no aceptaba la realidad y por lo tanto, no era capaz de moverme, ni hablar. Hasta yo me estaba exasperando a mí misma. 

—Espabila, Amy —dijo Pam y comenzó a chasquear los dedos frente a mi cara— vuelve en ti.

Su tono era algo ronco y pesado, por el hecho de no haber usado su voz durante las últimas horas, además de que hablaba a través de la máscara de oxígeno. Pero sacando esos factores, sonaba exactamente como ella. Con esa falta de paciencia que dominaba su personalidad.

Sentí las comisuras de mis labios elevarse de a poco, formando una sonrisa. Felicidad. Eso era lo que sentía al verla y escucharla. Solté un profundo suspiro, sacando el aire que estaba reteniendo en mis pulmones. Era el alivio…  alivio que fluía por mis venas, hasta llegar a cada rincón de  mi alma.

Ahora ella estaba despierta y volvía a brillar con toda su luz y esplendor, logrando iluminar nuestras vidas con su preciosa existencia. Era Pamela. Mi hermana, mi amiga, mi madre… y yo nunca podría apreciarla lo suficiente.

El resto sucedió muy rápido y cumplí con cada asignación. En cuestión de minutos, esa habitación estuvo repleta de gente, pero en ningún momento me retiré de la escena. Lágrimas y llanto invadieron el espacio que nos rodeaba y yo no era la única, Owen lloraba a la par mío mientras me abrazaba fuerte. Jenna miraba al vacío con mal humor por estar en un ambiente desconocido y una enfermera removía la máscara del rostro de Pam, quien no tardó en hacer una mueca graciosa. La miramos, expectantes.

—¿No puedo quedarme con eso? Se siente tan refrescante —se quejó refiriéndose al oxígeno.

Nos manteníamos alejados de ella, sin poder abrazarla como queríamos porque a pesar de verse y escucharse bien, ella seguía frágil.

—Mírense nada más, como un par de flancitos. Estoy viva, ¿de acuerdo? Dejen de llorar como magdalenas. Hasta el bebé Shane está más callado que ustedes.

Sus quejas solo conseguían la reacción contraria, conmoverme y hacerme lagrimear a más no poder. Sentía mi cara caliente y húmeda como resultado. Pero, ¿cómo no llorar luego de todo lo que había pasado?

—Amy —su voz sonaba como música para mis oídos.

—Sí, Pam —me apresuré a contestar.

—Ve al baño que está allí y lávate la cara, porque parece que te estás derritiendo —su típico tono mandón estuvo lejos de molestarme. La había extrañado tanto.

Escuché la risa de las enfermeras, que ya salían, e incluso la de mi cuñado, que me miró divertido por la situación. Enarqué una ceja en su dirección pero no me sentía enojada por la reprimenda.

—Owen, cuando ella terminé, te toca a ti —continuó Pam y ahora era mi turno de reírme.

—Claro, cariño —respondió obediente.

Ninguno de nosotros quería hacer esperar a Pam, así que, enseguida respetamos su pedido. Y cuando vi mi reflejo comprobé que lo que ella decía era verdad, mi cara era como un licuado desparramado. ¡Qué horrible!

Abrí el grifo de agua y mojé el enfebrecido rostro, dejando que el líquido frío lo desinflamara un poco. Mientras realizaba aquella acción, seguía prestando atención a lo que sucedía en la habitación. Ahora Pam le hablaba a nuestra hermana menor.

—Jenna, ¿cómo has estado, cariño?

Yo ya había salido del baño, así que pude ver la cara de pocos amigos de la niña. Era más que obvio que estaba molesta.

—Bien —contestó a secas, mirando hacia el suelo.

—¿Segura? ¿Nada que quieras contarme? —preguntó Pam con paciencia, esa que solo mostraba con Jenna.

Y esas fueron las palabras mágicas para que mi hermanita se aflojara y la mirara con lágrimas en los ojos y disposición para hablar.

—La señora Duncan no me deja ver Running man si no hago la tarea de inglés —la queja de Jenna se dio a conocer y el mal humor de la niña salía por sus poros.

—Sí. Pero siempre ha sido así, cariño. Si haces la tarea de inglés tienes permiso de hacer lo que quieras.

—Pero no quiero. No me gusta. ¡No lo entiendo!

Y ahora yo estaba de mal humor con su actitud. Sabía que debía tener paciencia con Jenna y más a la hora del aprendizaje, ya que el síndrome del Asperger limitaba mucho sus intereses. Por eso, aunque era algo obsesiva con la Matemática y sus variantes, odiaba inglés… y todo lo demás. Pero, a pesar de estar consciente de su condición, me molesté con ella. Y la razón era porque estaba gritándole a Pam, que se encontraba en un estado vulnerable y había pasado por muchas situaciones difíciles.

—Jenna, no le hables así —la regañé y mi tono salió un poco más duro de lo que pretendía.

Enseguida me arrepentí, porque comenzó a llorar. Grandioso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.