Ella es mi monstruo

Seguir adelante

 

La siguiente semana se presentó sin complicaciones, lo que me sorprendió gratamente. Aunque me aseguré de avisarles a mi hermana y amigos que había empezado a salir con Brandon, la noticia no tomó a nadie desprevenido. Si bien recibí algún que otro chiste por la situación, o en el caso de Owen unas cuantas advertencias, no me parecieron momentos desagradables o insoportables.

En este momento de mi vida, mi mundo se encontraba en pacífico funcionamiento. Finalmente me había levantado del fondo y había seguido adelante.

Era increíble como habían cambiado mis circunstancias una y otra vez en el corto periodo que llevaba de universidad. Por ejemplo, había experimentado la cima misma en mi primer año, con fama, un círculo de amistades popular y el éxito en los deportes; un impresionante currículo que todos deseaban poseer. Así también había caído al abismo, con el orgullo herido y convertida en el monstruo que clamaba mi apodo.

Recordar era doloroso, pero necesario para aprender y cuánto había aprendido de mis errores. La fama es algo vano y pasajero, que no te hace feliz. Los verdaderos amigos no son los que se te acercan por tu posición. Obsesionarse por una persona es perjudicial para ambas partes… etcétera, etcétera.

Mi segundo año lo había comenzado de manera opuesta, con una actitud deprimente, detestándome y odiando al volleyball. Los meses pasaron y diversos resultados tuvieron lugar. Por ejemplo, renuncié al deporte que había significado tanto en una época de mi vida. Me costó dar ese paso, pero abandonar el volleyball y empezar de cero en un lugar en el que solo era una más del montón, fue sanador y alivió la carga de ser la estrella del equipo, a saber, el monstruo. Que me estuvieran recordando el apodo cada dos por tres, me retorcía las tripas, me aprisionaba en las reminiscencias de mi yo anterior. Además la elección del deporte sustituto fue acertada, porque cada día que pasaba me sentía más a gusto con el atletismo.

Tuve mis dificultades a nivel académico, pero eso era lo de menos. Creo que lo más estresante que había experimentado fue el embarazo de Pam, esa complicación me mantuvo en alerta y motivada a no ser una carga para ella. Comencé a trabajar en su lugar para aliviarla e incorporar esa actividad en mi rutina me había traído privilegios adicionales. Por ejemplo conocer a Brandon, el chico que iluminó mi sombría existencia desde el mismísimo comienzo.

No fue fácil, a pesar de que haciendo el resumen, el balance quedara en positivo. Y no pretendía dejar de lado los aspectos negativos.

Por una parte, mi amistad con Brandon estuvo al borde de acabar, a causa de mi incapacidad de dejar atrás el pasado. Estaba convencida de que merecía vivir castigándome por lo sucedido, pero luego mi hermana estuvo a punto de morir en el ascensor del hospital y más tarde en la sala de operaciones. Lo que le sucedió a Pam me hizo reflexionar sobre lo corta y frágil que es la vida y me di cuenta de que, nada lograba con  alejar a las personas que quería. En realidad, debía mantenerlas cerca, apreciarlas y atesorarlas con todo lo que poseía.

Otra cosa que tuve que replantear fue la relación con mi hermanita menor. Nunca me había comprometido lo suficiente con su condición y por eso estábamos tan distanciadas. Ahora que intentaba comprender el mundo a través de sus ojos, era más empática y la niña, a su vez, se mostraba más receptiva conmigo. Habíamos progresado más en este último mes, que en doce años de convivencia.

Sí, había vivido todo tipo de experiencias, negativas y positivas en mayor y menor grado, pero cada una de ellas me había dejado valiosas lecciones. Por ejemplo, que sin importar lo difíciles que fueran los obstáculos, es posible superarlos. Que se puede seguir adelante aunque sea arduo y agotador. Claro, siempre y cuando se ponga fuerza de voluntad. Y que tarde o temprano las cosas mejoran, pero en el caso de no ser así, uno se hace lo suficientemente fuerte para soportarlo.

—Amy, Amy… si voy a correr, sería justo que tú también te comprometieras, ¿no lo crees? –la voz de Brandon interrumpió mi reflexión, mientras casualmente apoyaba su brazo sobre mis hombros.

Lena ya había salido a correr y nosotros estábamos preparando los últimos detalles antes de ir. Cerré mi mochila, la acomodé en una silla y lo miré confundida.

—¿De qué hablas? –sus ojos brillaron con ilusión.

—Hablo de leer.

Estaba entrenando duro para la carrera de obstáculos y él había accedido a acompañarme a modo de apoyo moral. Y luego de un par de juegos de cartas se comprometió a correr un poco.

—Yo no perdí ninguna apuesta, cariño —le toqué la nariz con el índice, un gesto que no le agradaba demasiado. Pero lo soportó porque quería ganar la discusión.

—Sí, ya sé, me ganaste las seis manos… pero si yo hago algo que tú haces y tú algo que yo hago, ¿no sería divertido?

—La verdad, no. —Hizo una mueca, decepcionado por mi respuesta. Y allí estaba el pellizco de culpa por no ser mejor persona con mi novio, un sentimiento que me atacaba muy seguido. Me acerqué a él y le rodeé el torso con mis brazos, su corazón latió desbocado. Brandon suspiró y me miró con sentimientos encontrados—. Ven aquí, dame un beso.

Sin objetar se inclinó un poco y presionó sus labios en los míos. Su boca era suave, gentil y se movía con toques gráciles, pero lentos. Si algo había descubierto de Brandon, era que le gustaba tomarse su tiempo a la hora de besar, como si cada centímetro de piel fuera un mundo por explorar. Yo era lo opuesto y aunque la mayoría de las veces me dejaba llevar por su ritmo parsimonioso, en esta ocasión quería marcarle yo. Solté su cintura y llevé mis manos a su cuello y quijada para apretarlo más contra mí, a la vez que me ponía de punta de pie para estar a su altura. Brandon se aferró con una mano a mi cintura y con la otra a la pared, desestabilizado por la ferocidad de mi exigencia.




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