Ella es mi monstruo

Inseguridades

 

Solo habían pasado seis meses desde la última vez que nos habíamos visto en persona y me resultaba muy extraño tenerlo frente a mí y verlo tan distinto. El Brandon de mis recuerdos no tenía los hombros tan anchos, ni el pelo tan largo, ni los ojos tan apagados. Del rosáceo de sus mejillas solo quedaba un leve atisbo y sus ojeras eran más notorias. Su mandíbula estaba más cuadrada, definida, había perdido por completo la redondez infantil que caracterizaba su rostro. ¿Siempre había sido tan alto y corpulento? Me sentía tan pequeña a su lado, cobijada por sus brazos.

—Amy…

Su voz grave y rasposa retumbó en mi cuerpo como si éste se tratara de una caja de resonancia. Aún pronunciaba mi nombre como si estuviera acariciándolo, con lentitud y suavidad. Me solté de su abrazo y lo miré a los ojos, seguían siendo tan hermosos. Al menos algunas cosas permanecían igual.

Brandon sonrió cansado, apagado, triste. Su humor ya no era alegre, ni su energía abundante, ahora tenía esa aura taciturna y estaba agotado la mayor parte del tiempo. Me partía el alma verlo así, tan roto y deshecho y no poder hacer nada para remediarlo. También me dolía saber que había cambiado, no solo en sentido físico, sino emocional, porque yo no había sido ni partícipe ni testigo de la metamorfosis.  

Lo veía y escuchaba por video-llamadas cada semana, pero la pantalla del teléfono no le hacía justicia. Y mi memoria tampoco.

Rodeé su rostro con mis manos, su quijada era dura, y se sentía rasposa al tacto por la barba incipiente, me gustaba mucho la sensación. Él a su vez rodeó y apretó mi cintura, con soltura y sin vergüenza. Habíamos abandonado esa inocencia hacía mucho.

—Brandon —solté con una sonrisa. Intenté dejar a un lado mis planteos.

Al menos por ese momento efímero en el que nuestros ojos se conectaban y todos los problemas parecían tan lejanos.

—Te extrañé mucho, Amy —susurró y acercó su rostro al mío.

Su nariz rozaba la mía y sus dedos acariciaban mi estómago, acelerando mis latidos y enviando a cada rincón de mi cuerpo la emoción más deliciosa que había experimentado en los últimos meses. Por último sus labios se encontraron con los míos, de manera paciente y lenta en un comienzo, pero tornándose en una vorágine pasional luego de unos pocos segundos.

Mis manos se trasladaron a su nuca y mis dedos se enterraron en su pelo, ahora largo y sedoso, una sensación nueva y agradable bailaba en mi pecho y cosquilleaba en mi vientre. Brandon se concentraba en mi labio inferior, apretándolo y masajeándolo. Ya no entraba oxigeno en mis pulmones, pero alargué lo más que pude aquel beso febril.

—¿Seguro que solo me has besado a mí? —logré preguntar mientras tomaba aire.

Traté de que mi tono no sonara afectado, pero fallé olímpicamente.

Me encantaba besarlo, pero también me sentía tan insegura por la distancia, que a veces no podía evitar sospechar. Brandon sonrió tímido, porque aún no terminaba de creerse que era atractivo y deseable a mis ojos.

—Segurísimo de que solo tú has sido la instructora.

Salimos del aeropuerto y nos dirigimos a la parada de autobús, hacía frío y estaba húmedo, así que nos mantuvimos bien pegados, dándonos calor el uno al otro. Aunque si hubiera sido verano tampoco me habría alejado de él.

—Bah, si nunca te di cátedra sobre el tema.

Me daba mucha curiosidad saber cómo había logrado tener tan buen alumno besador sin siquiera haberle dicho qué me gustaba y qué no. Porque él lo hacía mejor que yo, eso sin duda. Siempre me dejaba satisfecha y mareada de placer… en ese momento hasta me temblaban las rodillas de lo grandioso que había sido.

—¿Quieres saber cómo lo hago? —preguntó entre risas, adivinando mis dudas internas.

—Dime.

—Tu cuerpo me lo dice.

Su voz se desvaneció en un matiz sensual, que envió un estremecimiento involuntario por toda mi espina dorsal. Luego clavó sus ojos pícaros en los míos.

Brandon sí que había crecido.

—¿Cómo?

—Me concentro en una maniobra única en cada beso y espero tu reacción. Así puedo ir averiguando qué es lo que te agrada.

—¿M-mi reacción?

—Ajá, sueltas pequeños suspiros cuando te gusta lo que hago.

Parpadeé sorprendida y contrariada con el descubrimiento. Por un lado avergonzada por los gestos que ni cuenta me daba que hacía y por el otro, complacida por la atención que Brandon me prestaba, hasta en esos momentos. Era un amor, mi amor.

Suspiré con el cariño saliéndome por los poros.

—Exactamente así lo haces —señaló él, refiriéndose al suspiro.

—Eres muy observador, Brandon.

—Solo cuando se trata de ti.

—Bueno, déjame probar el método…

Entonces me puse de punta de pie y volví a besarlo, en esta ocasión intentando poner atención en sus gestos. Atrapé sus labios con los míos y los moví con premura, su respiración salió entrecortada, pero no me detuve. Rodeé su cuello, masajeándolo con las yemas de mis dedos y presioné mi cuerpo contra el suyo. Brandon se estremeció y un gemido muy bajo salió de su garganta.

—Interesante —dije y  Lo solté con una sonrisa satisfecha. Sus ojos estaban levemente dilatados y jadeaba bajito.

—De todas maneras, conmigo no hay ninguna ciencia. Tú me encantas toda, todita. Y cada cosa que haces me vuelve loco.

Sonrió de manera sugestiva y volvió a presionar sus labios contra los míos.

 

 

El autobús nos dejó a una cuadra del edificio en el que vivían su madre y hermana, quienes lo esperaban en la entrada con sonrisas resplandecientes. Stella y Abby lo abrazaron como si no hubiera mañana e incluso derramaron unas cuantas lágrimas. Si para mí era espantoso pasar seis meses sin la presencia diaria de Brandon, no podía imaginar lo difícil que sería para ellas.

El apartamento era pequeño y tenía la esencia de Stella en cada rincón, con las pinturas sicodélicas adornando las paredes, estatuillas de yeso en las esquinas y el aroma a comida casera invadiendo las fosas nasales apenas atravesabas la puerta. Yo las visitaba una vez por semana y me había vuelto adicta a su comida, que era tan buena como la de mi hermana Pam, pero con otros toques únicos que la distinguían.




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