Entre las sombras que se alargan en la tarde, el lago se convierte en un espejo melancólico donde las lágrimas del cielo se mezclan con las mías. Veo al sol descender lentamente, pintando el horizonte con tonos de despedida. El silencio del lago resuena con un susurro de tristeza mientras los reflejos dorados danzan en sus aguas serenas, aunque su brillo se ve eclipsado por la melancolía que se cierne en el ambiente.
Me siento en el borde de un banco, una figura solitaria en el escenario de la despedida. Mis lágrimas se mezclan con las gotas de lluvia que persisten en el aire, como si el cielo también compartiera mi pesar. La tarde se desvanece entre nubes grises, reflejando mi propio anochecer emocional. El viento acaricia las hojas de los árboles cercanos, un lamento suave que parece acompañar mi tristeza.
La soledad se hace tangible en el crepúsculo, y el silencio del lago se transforma en un eco melancólico. Siento la tristeza abrazándome, como una sombra que se extiende con la caída de la luz. En este momento, experimento la paradoja de sentirlo todo y, al mismo tiempo, nada. Las lágrimas son el lamento silencioso de un corazón que carga el peso de un amor perdido.
El susurro del agua acaricia la orilla, llevándose consigo las últimas notas de un día que se desvanece. Los reflejos en el lago se difuminan, al igual que los recuerdos que se desvanecen en la penumbra de la memoria. La tristeza se entremezcla con la quietud del entorno, creando una sinfonía silente que acompaña mi propia despedida.
Entre suspiros, contemplo la oscuridad que envuelve el paisaje. Cierro los ojos y permito que mis lágrimas se confundan con las gotas de lluvia que caen suavemente. En este ocaso melancólico, la tarde termino entre lágrimas, y el lago se convierte en mi testigo silensioso de un adiós que resuena en el eco de sus aguas y de mi corazon.