Ella es para mí (perfecta para mí)

u n o.

Ya es de mañana, estoy empacando mis últimas maletas para ir al nuevo colegio o mejor llamado, prisión, aún no sé cómo es que estamos haciendo esto ¿porqué es que aceptamos hacer esto? Del enorme closet tomo la última prenda colgada y la tiro con amargura a la maleta. Acto seguido la cierro y la pongo sobre el piso. Miro al mí alrededor, todo está vacío, la que solía ser mi habitación ahora está sin nada—suelto un suspiro— tomo las maletas y procedo a abandonar la habitación, no sin antes echar un vistazo. Cierro la puerta con tremenda nostalgia.

De reojo diviso la habitación de Brad. Él ya no está ahí, al parecer soy la única sentimental aquí. Bajo corriendo las escaleras para encontrar a la tía Sharon y Brad sentados en la sala. Ambos esperándome. Al notar mi presencia la tía se para del lugar y toma las llaves del coche sin decir una palabra.

Todo es tan silencioso (como siempre) pero este es un silencio distinto, tan pesado y amargo. Sé que en el fondo a la tía le duele que nos vayamos, Brad me mira con ternura y su mirada grita todo estará bien. Solo bajo mi cabeza y pongo mis audífonos.

¿Qué puedo decir? Me siento encerrada y sin ninguna salida, y aunque hace meses aprobé está loca idea ahora sufro las consecuencias ¡Bien hecho Brooke! ¡Estúpida! ¡Tonta!—pensé— Recargando mi cabeza en el vidrio del coche, me limité a sacar un libro de mi bolso de mano y comencé a leer, ya que el camino parecía ser bastante largo. A mí parecer las novelas de época son las mejores, por eso Jane Ausen es una de mis escritoras favoritas, me encantan sus libros.

— ¡Hemos llegado!— habla la tía por primera vez en el día. Sus palabras retumban en mi cabeza. 

Alzo mi cabeza y me topo con una enorme puerta y unos muros de piedra, luce... Rústico. Creo que está en un bosque, hay muchos pinos altos que emanan un aroma muy exquisito. La tía aparca en las afueras y toca un pequeño timbre. Segundos después alguien abre la puerta, lo que hace que la tía entre. Ya dentro, hay una enorme casa, lo que creo es el colegio y muchos coches estacionados.

— ¡Bien!— aparca la tía. — Los extrañaré chicos. — Baja del coche y acto seguido también lo hacemos nosotros. — Nos vemos en el día de acción de gracias.

Brad y yo asentimos. Y comenzamos a bajar nuestras maletas del coche. Me siento como niña pequeña haciendo pucheros, pero que más me queda, yo no quiero estar aquí, pero no me que más que ser prisionera de mis propias desiciones. Le lanzó una mirada a Brad de no quiero estar aquí, él solo se echó a reír. Al parecer mi sufrimiento es bastante gracioso.

— ¡Adiós tía!—decimos unísonos mientras la abrazamos. 

La tía es muy fría y rara vez nos abrazaba o elogiaba, pero por muy cohibida que probablemente se pudo haber sentido, nos correspondió el abrazo. Se puso sus gafas para no ver sus ojos rojos, porque sé que quería llorar y entonces, partió. Las despedidas no son lo suyo. Nunca pudo superar la muerte de papá.

Brad y yo comenzamos a caminar, yo estaba muy triste. Quería llorar y correr como perro tras la tía pero la decisión ya estaba tomada. Entramos a la enorme casa, todo es de madera, las escaleras, muebles, todo. Tenía una vitrina llena de trofeos y medallas. De pronto una señora o señorita (no sé muy que era) apareció frente a nosotros causándonos un pequeño susto. Su cabello era cano, con un rostro lleno de arrugas, manos huesudas, con un rostro lleno de amarguera. O simplemente estaba exagerando la situación, como siempre.

—Soy la rectora, Lourdes White. — su tono de voz es imponente, hasta me causó un escalofrío. — ¿Sus nombres?

Como la niña pequeña que en ese momento me sentí, me escondí tras Brad. Sí ser cobarde fuera una profesión, yo sería la mejor.

—Brooke y Brad Cooper. — espetó con nerviosismo. La mujer alzo una ceja asustada. Nos miró lenta y detalladamente. Nos examinó de pies a cabeza.

—Para señorita habitación 120 y para usted habitación 123.

Si más se va. Brad y yo nos miramos asustados. Me sentía como pez fuera del agua, todo en este instituto era tan diferente a lo que estaba acostumbrada. Lo único bueno era que nuestras habitaciones no estaban tan lejos. Estaba justo en frente. Al llegar solo nos miramos. — di un gran suspiro. — y lo abracé, como quiero a mi hermanito.

—Ogro apestoso, te veo mañana.

—Rana de alcantarilla.

Nos separamos y cada quien entró a su habitación. Sentía curiosidad por saber quién sería mi compañera, al entrar estaba sólo. Me encogí de hombros. La habitación era tan lúgubre, había un escritorio, un enorme clóset, un baño pequeño y una ventana que daba vista al bosque. Al no estar mi compañera decidí elegir la cama yo. Y comencé a colgar mi ropa. Lo único que sabía de mi compañera es que se llama Terra Wills. Minutos después por la puerta entró una chica con cabello desordenado, ojos marrones y uno que otro mechón pintado de color azul. Lucia realmente rara, es decir; vestía ropa no muy colorida, jeans de mezclilla y una camisa negra. Ella solo me miraba de arriba abajo.




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