Ella Quería Volar

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Le resultaba doloroso apoyar el talón. A los pocos instantes de haber retomado la marcha el dolor hizo que empezara a cojear. Trató de apoyar únicamente la parte delantera del pie, pero después de unos metros un intenso dolor en el muslo, producido por aquella manera de caminar, se convirtió en una más de sus penas. Se vio obligada a detenerse nuevamente cuando apenas había logrado avanzar un par de calles, llegando a la conclusión de que recorrer de esa manera el tramo que le faltaba se iba a convertir en una verdadera tortura. Presintió que también estaba siendo víctima de posibles calambres, algo que había experimentado en el pasado cuando sus músculos recibían una sobredosis de trabajo durante los entrenamientos del equipo de atletismo. Sabía que las únicas soluciones eran el descanso y la ingesta de algo que la alimentara, cosas que por obvias razones le quedaban imposible de conseguir. Tendría que aminorar la velocidad del paso, y su reloj ya no marcaría las cuatro de la mañana en el momento en el que estuviera llegando a casa; probablemente sus manecillas estarían revelando algo más cercano a las cuatro y treinta. Lo importante era que en ese momento su madre aún estuviese durmiendo, de lo contrario tendría que darle miles de explicaciones, y lo más probable es que ella no la escucharía y solo terminaría castigándola. Siempre había sido así, pero ella no tenía por qué seguir pagando por el hecho de que su madre no hubiera tenido una amplia vida social en su juventud, y que ahora estuviera tratando de imponer ese estilo de vida en su única hija. Suficiente tenía con tener muy pocas amistades, con no tener novio a pesar de ser considerada la niña más linda de su clase, y con limitarse a salir de fiesta una vez cada tres o cuatro semanas. Pasaron cinco minutos antes de que se volviera a incorporar. Ahora solo le quedaba decidir cuál dolor sería más llevadero: ¿el que se produciría en su muslo si trataba de no apoyar el talón sobre el pavimento?, ¿o el del talón en la parte donde tenía la cortadura? Decidió que lo mejor sería turnarlos, tratando de caminar una cuadra apoyando el talón y la siguiente sin apoyarlo. De esta manera, esperando que la cortadura no la hiciera víctima de alguna infección, teniendo en cuenta que las plantas de sus pies ya estaban más negras que la noche, logró avanzar las siguientes seis calles antes de volverse a detener. No encontró lugar en donde sentarse, y se limitó a recostar su cansado cuerpo contra la pared de un pequeño edificio comercial. Ya solo le faltaban cinco calles, algo que hubiese podido recorrer fácilmente en algún otro momento, pero que en las actuales circunstancias se convertía en algo cercano al logro de una hazaña. Su reloj marcaba las cuatro y quince minutos de la madrugada, lo que le daba el tiempo justo para llegar a casa antes de que el sol del nuevo día hiciera presencia. Era la ventaja, pero en algunos casos desventaja, de los largos días del mes de junio: oscurecía a las diez de la noche, y amanecía alrededor de las cinco de la mañana. Se puso en marcha nuevamente, decidiendo esta vez que apoyaría el talón, aguantando el ardor y el dolor que esto le producía. Alcanzó a caminar menos de dos calles para el momento en que observó a un par de muchachas vestidas de negro que caminaban por el otro lado de la avenida en dirección contraria a la de ella. Una de ellas llevaba el cabello corto teñido de azul y su compañera lo llevaba largo y teñido de rosado. Sin duda se trataba de lo que algunos calificaban como mujeres alternativas. No se demoraron en atravesar la calle después de haber puesto sus ojos en la cansada Valérie. Por lo menos eran muchachas de su edad y no un par de hampones con el ánimo de robarla, o de un fornido compañero con todas las intenciones de acabar con su bello rostro. Rogó por las buenas intenciones de ellas, aunque no dejaba de ser extraño que justo en ese momento estuvieran dirigiéndose hacia ella. Sabía que esta vez le sería imposible correr; el cansancio, el dolor de cintura, el dolor de piernas y la cortadura del talón no se lo permitirían. Pero debía tratar de ser positiva, no todos los habitantes de la noche tenían obligatoriamente que ser portadores de malas intenciones.

–Hola, ¿tienes algo que podamos fumar? –preguntó la de cabello rosado deteniéndose frente a Valérie.

–No importa lo que sea, ni de dónde venga –dijo su compañera de cabello azul.

Parecían amistosas y todo indicaba que solo buscaban algo que las ayudara a huir de la realidad.

–Lo siento, no tengo nada –dijo Valérie tratando de sonreír.

–Pero tienes un lindo vestido –dijo la de cabello rosado con la mirada puesta en lo que Valérie llevaba puesto.

–Lo único bueno que tengo –dijo ella.

–Tú estás loca –intervino la de cabello azul–, también tienes una cara divina.

–Gracias –dijo Valérie tímidamente.

–¡Genial que andes descalza! Eso muestra que eres una persona que se siente libre, y que no le importa lo que digan los demás –dijo la de cabello rosado.

–Gracias, pero no lo hago porque quiera, fue que perdí mis zapatos.

–¿Tan borracha estabas? –preguntó la de cabello azul.

–No, todo lo contrario, fue un borracho el que me obligó a deshacerme de ellos, me estaba persiguiendo para pegarme y tuve que botarlos para poder correr rápido –esperaba que fuera la última vez que tuviera que contar la misma historia.

–¿Y por qué diablos un borracho querría pegarle a una niña tan linda? –preguntó la de cabello azul.

Entonces vino la respuesta equivocada por parte de Valérie.




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