Ella Quería Volar

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Bastaron tres días para que Valérie se lograra reponer de la cortadura en la planta del pie y de los goles que le habían sido propinados, y tuviera la fuerza y la energía suficientes para salir a buscar trabajo. Su madre seguía comportándose de manera amable y comprensiva, atendiéndola y ayudándola en todo lo necesario. Para ella, seguía tratándose de un misterio, algo que le hubiera gustado tratar de descifrar, pero que tenía miedo de que por andar tratando de averiguar, hiciese que su madre volviera a la forma de ser de antes. Pensaba que llegaría el momento en el que la razón de ser de ese cambio se mostrara sin la necesidad de estar hurgando en lo profundo.

El día se presentaba bastante caluroso, más de cuatro o cinco grados por encima de lo acostumbrado. Se despidió de su madre con un beso en cada mejilla, y salió del apartamento un poco antes de las nueve de la mañana. Vestía una blusa de tono lila que dejaba la totalidad de sus brazos al descubierto, y una falda pantalón negra que le llegaba a escasos centímetros arriba de las rodillas. Sus sandalias negras hacían juego perfecto con el resto de lo que llevaba. Fue necesario aplicar un poco de maquillaje en el moretón que aún se mostraba en su brazo. Afortunadamente los del muslo y la cadera no estaban al descubierto. Había pensado vestir una blusa de mangas algo más largas, pero supo que la alta temperatura haría sentir sus efectos con el paso de las horas. Caminó un par de cuadras hasta el paradero del autobús, y solo tuvo que esperar unos pocos minutos para que el medio de transporte que la llevaría al centro de la ciudad, más precisamente a la Rue Ste. Catherine, se presentara ante sus ojos. Sabía que encontraría más oportunidades en alguno de los comercios de esa zona de la ciudad que en los almacenes del centro comercial cercano a su apartamento. Sabía que era algo temporal, por tan solo un mes, y que podría conformarse con un trabajo en el que la pusieran a atender un mostrador o a servir comida en un restaurante. Lo mejor hubiera sido conseguir algo en lo que pudiera continuar, así fuese por medio tiempo, en el momento en el que empezara sus cursos de aviación, pero sabía perfectamente que su madre no lo permitiría. Para ella, lo más importante era el estudio, así esto ocasionara que a la hora de sentarse a cenar, el plato no fuera muy generoso.

Media hora más tarde recorría las calles del centro de Montreal. Algunos comercios aún se encontraban cerrados, más sin embargo logró completar tres solicitudes de trabajo antes de las diez de la mañana. Una lavandería, un restaurante de hamburguesas que también servía desayunos, y una remontadora de calzado, se constituían en sus primeros intentos de entrar a formar parte del mundo laboral. Todos ofrecían el sueldo mínimo, aunque el negocio de las hamburguesas parecía un poco más divertido; al menos podría llegar a relacionarse con algunos de sus compañeros de trabajo, mientras que en los otros dos sitios todo parecía indicar que no habría más de una o dos personas más trabajando al lado de ella. Tenía dos horas más antes de cumplir su cita con Gail. Mediante comunicación telefónica habían quedado de encontrarse para almorzar en una de las pizzerías de la zona. Aparte de entregarle su bolso y su abrigo, su mejor amiga quería contarle acerca de lo que había pasado con ella aquella noche de la fiesta de graduación. Así mismo, Valérie quería ser más detallada en el relato de lo que había sido su catastrófico regreso a casa. Le había adelantado algunos detalles, pero era de las personas que detestaban pegarse a un teléfono, y siempre había preferido la comunicación cara a cara.

Continuó buscando lugares en los que en sus ventanas se pudiera leer alguna clase de letrero invitando a solicitar trabajo. Le llamó la atención la decoración de la vitrina de una boutique en la que se podían observar elegantes vestidos de fiesta. Pensó que tendría que trabajar por más de veinte años para poder comprarse alguno de esos espectaculares modelos. Pero en todo caso sería una bobada: su escasa vida social, sumada a su ubicación en la escala socioeconómica, no daban para que alguna vez llegase a ser invitada a la clase de fiesta en la que fuese requerido vestir algo así de elegante. Lo único práctico de estar gastando su tiempo admirando aquella vitrina era el pequeño letrero que leía: SE NECESITA AYUDA. No dudó un segundo en entrar al sitio. Si su vitrina le había llamado la atención, su interior era algo de ensueño. La decoración era exquisita, sus blancas paredes lo hacían lucir más amplio de lo que en realidad era. El mismo efecto proporcionaban los espejos repartidos en varias de sus paredes. Las lámparas que colgaban del techo parecían traídas de un palacio europeo, y las obras de arte que decoraban algunos de sus espacios no hacían más que reforzar su imagen de elegancia y distinción. Sería un lugar bastante atractivo para trabajar por unas cuantas semanas.

–Te puedo ayudar –dijo una señora de alrededor de cincuenta años, con un francés en el que se podía notar que ella no era originaria de Quebec, sino de alguna parte de Francia. Su elegancia estaba acorde con el lugar en el que trabajaba, y por la forma como recibió a Valérie, se podría decir que se trataba de una mujer un poco rígida.

–Buenos días señora, estoy interesada en el trabajo que ofrece –dijo Valérie tratando de sonreír.

–¿Cuántos años tienes niña? –dijo la señora mirando a la joven de la cabeza a los pies.

–El mes entrante cumplo los diez y siete –dijo ella tratando de mantener una sonrisa.

–¿Y estás tratando de cubrirte un tatuaje en ese brazo? –preguntó la elegante señora con sus ojos puestos en el brazo golpeado de la solicitante.




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