Ella Quería Volar

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La recepcionista del hospital hubiese podido ser más amable, pero ¿quién esperaba amabilidad en estos días? No después de haber sido perseguida por un supuesto admirador, golpeada por dos salvajes mujeres y despedida y amenazada por su antigua empleadora. Sintió que no tenía la paciencia para esperar a que el ascensor apareciera, y mucho menos sentirse embutida en un pequeño espacio en el que muy seguramente varios tipos de virus estarían a la orden del día. Decidió subir por las escaleras los siete pisos que la separaban de la habitación de Iván. Una vez más, agradecía el haber pertenecido al equipo de atletismo del colegio. Sin embargo, prefirió subir a un paso lo suficientemente moderado que la salvara de llegar con señales de agotamiento y sudor en su bello rostro. Lo último que quería era darle una mala impresión a aquel que tanto le había interesado. Se detuvo para tomar un poco de aire una vez se encontró en el piso deseado. Los corredores eran largos, con un sinfín de puertas de habitaciones en sus dos costados y personal médico a los que parecía no importarle quien se encontrara merodeando los alrededores de su sitio de trabajo. El olor era el característico de todos los hospitales, aunque nunca había sabido a ciencia de dónde procedía. Solo sabía que no le hubiese gustado experimentarlo en su pequeño apartamento y mucho menos en el interior de su habitación. Buscó la puerta con el número setecientos dos sin saber exactamente cuáles serían sus palabras en el momento de enfrentar al borracho de la casa azul. Estuvo a punto de dar media vuelta y descender por las escaleras que la habían llevado hasta allí, pero supo que si lo hacía se arrepentiría por el resto de su juventud. No tuvo que caminar más de cincuenta pasos para encontrar lo que buscaba. La puerta de la habitación se encontraba entra abierta y se podían escuchar voces provenientes del interior. No solo tendría que sacar las palabras que no lograba imaginar para dirigir a su atractivo pretendiente, sino que también lo tendría que hacer para las personas que se encontraban acompañándolo. Sin embargo, instantes antes de que atravesara el umbral se topó de frente con la señora que, en aquella terrible madrugada, la cerrara la puerta en la cara antes de regañarla por andar merodeando las calles a horas indebidas. No se habría podio decir cuál de las dos mostró mayor expresión de sorpresa.

–¿Qué estás haciendo aquí? –fue lo que Valérie recibió como saludo por parte de la mamá de Iván.

La expresión de sorpresa había sido cambiada por la de disgusto, al mismo tiempo que cerraba la puerta tras de sí en una clara muestra de evitar que la muchacha lograra entrar a la habitación.

–Buenas tardes señora, me acabo de enterar que Iván tuvo un accidente…

–Casi pierde la vida por tu culpa, ¿y me vienes a decir que te acabas de enterar, cuando todas sus amistades ya estuvieron aquí visitándolo hace varios días?

–Perdone señora, es que solo conozco a su hijo desde hace muy poco tiempo y la verdad es que no conozco a ninguno de sus amigos –dijo la joven muchacha tratando de mostrar su expresión más sincera.

–Tú eres Valérie, ¿verdad? –preguntó la señora sin abandonar su expresión negativa.

–Sí señora…, pero no entiendo por qué dice que fue mi culpa… –a pesar de todo, Valérie trataba de mostrar su cara de inocencia y vulnerabilidad que solía caracterizarla cuando atravesaba este tipo de situaciones.

–Si es verdad que dices que no conoces a los amigos de mi hijo, ¿cómo fue que te enteraste de su accidente?

–Hace un rato pasé por su sitio de trabajo, la tienda de modelos, y una muchacha que trabaja allí me lo contó.

Era evidente que se encontraba ante una madre sobreprotectora que, en lugar de responsabilizar a su hijo por sus errores, terminaba fabricando responsables externos, así estos no tuvieran nada que ver en el asunto.

–Niñita, a mi hijo lo atropelló un automóvil por andar corriendo a cumplirte una cita, en lugar de haber salido tranquilamente hacia su casa, como generalmente lo hace.

Todo parecía indicar que además de todo, la señora era bastante celosa.

–Créame que lo siento, señora, y por eso es por lo que estoy aquí, me interesa saber cómo se encuentra, aunque en realidad solo lo he visto un par de veces en mi vida.

–¿Solo un par de veces…? Y sin embargo ya lo tienes haciendo locuras…

–Señora, por favor déjeme verlo, no voy a demorarme mucho –rogó Valérie sin saber por qué estaba llegando a tal extremo.

–No quiero que vuelvas por aquí, y si no desapareces de mi vista en este mismo instante, voy a llamar a seguridad –dijo la señora con expresión y tono amenazantes.

–Por favor, señora, yo no he hecho nada malo –pero la madre del borracho de la casa azul ya se encontraba haciéndole señas a una de las enfermeras que por allí pasaba. Fue solo cuestión de segundos para que Valérie se viera rodeada por dos agentes de seguridad y un enfermero, quienes la obligaron a abandonar el hospital como si de la más peligrosa de las delincuentes se tratara. Todo parecía indicar que definitivamente no era su mejor día. Sintiendo la rabia que no recordaba haber experimentado nunca, se dirigió a la parada del autobús; sabía que lo mejor era regresar a casa y meterse bajo las cobijas antes de que algo peor le llegara a suceder.




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