Fue el timbre del teléfono el que la despertó. Sus ojos se posaron en el reloj que reposaba sobre su mesa de noche el cual, mostrando la imagen de una bailarina de ballet clásico vestida de azul, indicaba las nueve de la mañana y cinco minutos. Afortunadamente es sábado y desafortunadamente no tengo trabajo, fue lo primero que pensó. Instantes después su madre abría la puerta de la habitación.
–Nena, te llaman de una pizzería, parece que es el mánager.
–¿En serio? –Dijo Valérie levantándose lo más rápido que pudo y desplazándose a la sala, lugar en el que se encontraba el único teléfono que existía en el pequeño apartamento.
–Hola, habla Valérie…
No podían existir dos días seguidos en los que su suerte estuviera por el piso. El gerente de <<Pizza Beau>> le dijo que se presentara lo antes posible en su restaurante. Necesitaba reemplazar a una de sus meseras, quien había llamado minutos antes a informar que le quedaba imposible volver a trabajar. Treinta minutos más tarde, después de una ducha y un rápido desayuno, recibió un beso de despedida por parte de su madre, y se encontró camino a la parada del autobús.
Era el primer lugar en que había dejado una solicitud de trabajo en la tarde del día anterior. A pesar de tratarse de una pizzería, era un sitio bastante acogedor, con una decoración clásica de cálida iluminación, y la clase de ambiente que irradiaba una energía más que positiva.
–Supongo que eres Valérie –le dijo un apuesto hombre de alrededor de treinta años, quien lucía un pantalón beige y una camisa formal de tono azul con el logo del negocio pegado a su parte superior izquierda.
–Buenos días, señor… –contestó ella mientras estrechaba su mano.
–…Eason, Stephan Eason, pero llámame Steve, todo el mundo lo hace –dijo el simpático hombre.
Jamás pensó que se podría sentir atraída por un hombre mayor. Pero la apariencia física y la simpatía que irradiaba ese hombre daban para mucho más que sentir una simple atracción.
–Todo parece indicar que Silvie decidió mudarse a Quebec, las cosas que hace el amor… Era una excelente trabajadora, pero ya sabes, el amor lo puede todo. Ahora necesito reemplazarla, y me pareció que eras una buena opción.
–Gracias señor, aunque nunca he trabajado en un restaurante…
–Lo sé, tu hoja de vida no mencionaba nada de restaurantes, pero alguien que se gradúa como la mejor de su clase y obtiene una beca para estudiar aviación creo que merece la oportunidad de aprender a ser una buena mesera.
–Gracias… –dijo ella mirando a su alrededor–, es un bonito sitio.
–Tratamos de mantener un concepto clásico. No queremos caer en el concepto de la comida rápida o comida basura… Básicamente queremos que la gente se sienta a gusto, que recomienden el restaurante y que quieran regresar cuanto antes.
–Cualquiera pensaría que aparte de pizza, aquí se sirven los platos más elegantes…
–Nuestro menú también ofrece algunas pastas, lasañas, raviolis, ya sabes… todo lo típico de la cocina italiana, pero en realidad lo que más se vende es nuestra exquisita pizza –dijo el joven manager mostrándose orgulloso de su restaurante.
–Me gustaría mucho trabajar aquí…
–Por eso te he llamado… Además, para mí es muy importante que en un lugar cuidadosamente decorado, la gente que atienda sea poseedora de un look refinado, en lo que tú encajas perfectamente –dijo Steve mostrando su blanca dentadura.
–Gracias señor –dijo ella notando como los colores invadían sus mejillas.
–Recibirás un dólar por encima del sueldo mínimo por hora, y tienes la ventaja de que recibirás muchas propinas, lo que casi llegaría a doblar tu salario.
–Eso suena más que perfecto –dijo una emocionada Valérie–, tengo algunas deudas por pagar…
–¿Puedes empezar inmediatamente?
A tres personas encargadas de la cocina pudo conocer antes de comenzar su entrenamiento como mesera. Minutos más tarde, cuando el reloj marcaba las once de la mañana, aparecieron dos hermosas muchachas quienes le fueron presentadas como sus compañeras en la labor de atender las mesas. Después de observarlas detenidamente, se hacía obvio el requerimiento por parte del apuesto mánager: ninguna muchacha que no cumpliera con los cánones de belleza que podrían ser exigidos para participar en un reinado podría aspirar a trabajar en ese sitio. El trabajo no le pareció difícil. Su obligación consistía en saludar amablemente a los clientes, presentarse indicando su nombre y su cargo, pasarles las cartas del menú, servir los platos sin olvidar que siempre debía hacerlo por el lado derecho del cliente, estar pendiente de recogerlos a su debido tiempo, ofrecer postre y servirlo en caso necesario, y finalmente rezar para que le dejaran una buena propina. Todo esto sin olvidar la condición de mantener una buena sonrisa. Sus compañeras, Claudette y Nadine, fue poco lo que le hablaron durante su primer día de trabajo, algo que no llegó a preocuparla, dado que ella estaba ahí para ganar algún dinero y no para hacer nuevas amistades.
No fue antes de las nueve de la noche cuando pudo poner sus cansados pies en el exterior del restaurante. Pensó que su cansancio era superior al que había experimentado la noche en que tuvo que regresar a casa caminando. La diferencia radicaba en que durante su primer día de trabajo en la pizzería no había sido perseguida ni golpeada por nadie, y que ya podía contar con el dinero de las propinas, el cual reposaba en el fondo de su cartera. Treinta y cinco dólares no estaba nada mal, más aún si tenía en cuenta que al final de la semana estaría recibiendo su salario completo más el pago por algunas horas extras. Se distrajo caminando hacia la parada del autobús mientras hacía las cuentas de lo que lograría ganar cada día, y de la suma que podría reunir para el jueves al final de la jornada. Llegó a la conclusión, mientras observaba el lento transitar de los autos, que estaría llegando a los cuatrocientos dólares, suma más que suficiente para pagar la deuda que tenía con su vieja empleadora. Solo faltaría convencer a su atractivo mánager para que le pagara en las primeras horas del viernes, y de esa manera poder estar en la boutique de Claire antes de que esta cerrara. Las cosas empezaban a lucir de un color algo más claro, y para el momento en el que se subió al autobús que le llevaría a casa, su mente ya no se concentraba en el dinero: ahora se concentraba en la manera de hacerle saber al borracho de la casa azul que estaba preocupada por su salud, y que no podía esperar por el momento en que pudiera volverlo a ver.