Ella Quería Volar

19

A pesar del dolor en su muñeca, su mente estaba concentrada en llegar lo más pronto posible a la elegante boutique, y así mismo en las palabras que había pronunciado Steve antes de dejar el restaurante. Todo indicaba que el apuesto mánager se había arriesgado para tratar de ayudarla. Era como si él hubiera sabido de la urgente necesidad de reunir el dinero que injustamente tenía que entregar a la señora Claire. Era consciente de haber realizado un buen trabajo durante los seis días que había estado allí, y que gracias a las excelentes propinas recibidas no había tenido que depender de su sueldo para cumplirle a la dueña de la tienda de vestidos. Si perdía el trabajo, lo cual era lo más seguro, al menos estaría recibiendo doscientos ochenta y ocho dólares, dinero que le caería muy bien para los gastos que tendría durante las primeras semanas de sus cursos de aviación, para lo cual faltaba tan solo una semana para su iniciación. Caminó rápidamente las siete calles que la separaban del negocio de Claire y fue antes de quince minutos cuando se encontró parada frente a su puerta. Una vez estuvo adentro se sorprendió de ver la enorme sonrisa de su antigua empleadora. Parecía que hubiese visto entrar a la mejor clienta de todos los tiempos. La señora no tardó en acercarse a ella y recibirla con un fuerte abrazo.

–¡Valérie! Me encanta verte de nuevo.

O la señora estaba perdiendo la razón o simplemente se alegraba de saber que estaba a escasos instantes de recuperar su dinero.

–Señora Claire… –dijo ella después de dejarse abrazar.

–Pero ¿qué te ha sucedido? –la interrumpió la elegante señora al ver la inflamación en la muñeca izquierda de la linda niña.

–Tropecé con una silla en mi nuevo trabajo y me golpeé al caer. Fue solo unos minutos antes de venir para acá.

–No me gusta esa inflamación, debes ir al hospital y asegurarte de que no se haya fracturado… –dijo Claire meneando la cabeza.

–Es lo que voy a hacer después de que le entregue su dinero –dijo Valérie tratando de ofrecerle una sonrisa.

–¿Pero de qué estás hablando niña? No te debes preocupar por eso…

Definitivamente la señora estaba perdiendo la razón, o Valérie se encontraba tratando con una persona supremamente extraña.

–Señora Claire, usted me dijo que tenía plazo hasta hoy para traerle el dinero perdido por el robo del vestido…

–Tienes razón, pero imagínate que todo se ha solucionado de la mejor manera –dijo Claire con la mejor de las sonrisas.

–¿A qué se refiere? –Valérie no entendía lo que estaba sucediendo.

–Imagínate que le muchacha ladrona regresó en compañía de la policía y devolvió el vestido. Parece ser que ese mismo día hizo lo mismo en otra tienda, con tan mala suerte para ella, que fue atrapada por una de las trabajadoras del lugar. Llamaron a la policía y cuando los agentes acudieron al lugar le dijeron que si devolvía todo lo robado su tiempo de prisión se vería reducido. Una hora después de que te despedí injustamente, y por lo cual te ruego que me perdones, estuvo esa muchacha aquí devolviendo lo robado.

–¿Entonces ya no le debo nada…?

–¿Cómo podría cobrarte por algo que se recuperó un par de horas después?

–¿Y por qué no me lo dijo antes?

–¿Quieres saber la verdad? Apenas te fuiste de aquí, tenía tanta rabia que rompí tu hoja de vida en pedacitos y la boté en el cesto de basura de la calle trasera. Cuando quise llamarte ya no tenía como conseguir tu número.

–Entonces no hubiera podido darle mi información a la policía si no le hubiera cumplido…

–Niña, jamás lo iba a hacer… Simplemente me encontraba bastante enfadada, pero sabía que no eres ninguna ladrona, hubiese sido una enorme injusticia el denunciarte.

–Señora, yo estuve toda la semana muy preocupada pensando que no iba a poder reunir el dinero para pagarle, si hubiera sabido…

–Me lo puedo imaginar, y quiero que me perdones… Soy una persona impulsiva, que a veces se deja llevar por las contrariedades del momento, pero afortunadamente se ma pasa rápido. Ese día, después de haber recuperado el vestido, salí a buscar los pedacitos de tu hoja de vida en el cesto de la basura, con tan mala suerte de que el camión recolector acababa de pasar y se había llevado todo…

–Bueno, al menos logró que me esforzara para encontrar un trabajo que me pagara lo suficiente para poderle cumplir… –dijo Valérie arrugando la boca.

–Eso está bien, pero lo que no está bien es el estado de tu muñeca. Y como en realidad quiero que me perdones, ahora mismo te voy a llevar al hospital, y cualquier gasto extra que no cubra el seguro correrá por mu cuenta –dijo Claire acercándose a una pequeña mesa para agarrar su bolso.

–¿Pero va a dejar la tienda sola?

–Solo falta media hora para cerrar –dijo Claire mirando su reloj de pulso–, además el día estuvo excelente, vendí más de seis vestidos, ya sabes…, todas se quieren casar durante el verano… Creo que no hará falta vender nada más por el día de hoy.

El vehículo de Claire era bastante lujoso, y a Valérie, a pesar de no saber mucho sobre autos, la pareció que se trataba de un último modelo. El recorrido hacia el Hospital General se demoró un poco más de lo deseado debido al fuerte tráfico que solía presentarse en el centro de la ciudad después de las cinco de la tarde. Algunos minutos antes de las seis estaban estacionando a pocos metros de la entrada principal. Afortunadamente su paso por el ortopedista se dio en menos de lo esperado y la radiografía que le fue tomada reveló que se trataba de una fisura que no revestía ninguna gravedad, pero que la obligaría a llevar un pequeño yeso por un par de semanas, y a tomar algunos medicamentos que le ayudarían a rebajar la inflamación y a superar el dolor. El procedimiento no demoró más de diez minutos y para el momento en que la joven paciente salió de la sala llevando su muñeca enyesada, Claire la estaba esperando con un cabestrillo azul que le había comprado en una tienda del hospital. En el momento en el que ayudó a colocárselo le dijo que cuando ella quisiera, después de que le quitaran el yeso, podría regresar a trabajar en la boutique. Sin embargo el amable ofrecimiento estuvo a punto de ser pasado por alto gracias a la imagen que se presentó ante sus ojos cuando tomaban el corredor que las llevaría hacia la salida del hospital. A no más de diez metros de distancia, después de haber doblado una esquina, y dirigiéndose en la dirección en la que ellas caminaban, acababa de aparecer, sentado en una silla de ruedas que era empujada por una joven enfermera vestida de blanco, la figura de Iván, el borracho de la casa azul.




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