En la sala donde reposan las cosas que no se usan pero no se tiran, había un retrato.
No colgado.
Apoyado contra la pared, cubierto a medias por una manta liviana de lino, como si su presencia no buscara protagonismo, sino resguardo.
Era un óleo tenue, sin firma.
El tipo de retrato que parece pintado más por necesidad que por encargo.
No tenía fecha ni marco.
Solo la imagen de una mujer de ojos calmos y rostro quieto, de esos rostros que no te miran, pero tampoco te sueltan.
Yo no la reconocí de inmediato.
Fue el gesto.
La curva sutil de los labios, no sonrisa, pero tampoco dolor.
Como si llevara siglos sosteniendo un secreto sin decidir aún si era bendición o castigo.
---
Mi abuela decía que los objetos que han estado cerca de un alma ausente guardan parte de su aliento.
Y que si los tocas sin miedo, a veces escuchas lo que no se dijo.
Yo toqué el retrato una tarde sin sol, cuando el viento hacía crujir los marcos de las puertas y la casa parecía recordar más que vivir.
Fue un instante.
Un roce de mis dedos sobre el borde del lienzo.
Y sentí frío.
Pero no el frío del invierno ni el del metal.
Era otro frío. Uno que nace dentro del pecho, como si alguien hubiese pronunciado tu nombre muy despacio desde muy lejos.
Me senté frente a ella.
Como si fuéramos a conversar.
Y entendí que el retrato era más que un objeto.
Era un testigo.
---
Alguien la pintó sabiendo que se iría.
No con urgencia.
No con dramatismo.
Pero con esa certeza que sólo tienen quienes observan el alma de alguien a punto de desaparecer de un lugar.
Ella no posaba.
Ella estaba.
Y hay una diferencia entre ambas cosas.
Posar es fingir permanencia.
Estar es aceptar que todo es transitorio.
---
Esa noche soñé con ella.
Con la mujer del retrato.
No como recuerdo ni como aparición, sino como compañera en una caminata que no tenía destino.
Caminamos por un campo sin árboles.
El cielo era de un gris hermoso, como la ceniza tibia que queda después de apagar una carta.
Ella no hablaba.
Tampoco yo.
Y sin embargo, todo se dijo.
Al despertar, supe que no era un sueño como los demás.
Porque el silencio de aquel paseo me dejó más respuestas que muchas conversaciones.
Y entonces recordé.
Recordé una fotografía antigua.
Una reunión familiar.
Ella, de pie al fondo, sin mirar a la cámara, como si ya estuviera en otra parte.
Una figura que muchos confundían con una prima lejana, una amiga de la familia.
Nadie sabía bien quién la había invitado.
Pero ahí estaba.
Como en el retrato.
Como si siempre hubiese estado.
---
Llevé el cuadro a mi cuarto.
No por nostalgia.
Ni por necesidad.
Sino por respeto.
No le hablé.
No recé.
Solo lo coloqué sobre una repisa y dejé que el tiempo lo acompañara.
A veces, mientras escribo, siento que me observa.
No de forma invasiva.
Más bien como quien atestigua, como quien ha decidido quedarse en silencio para no influir, pero tampoco marcharse.
Y entonces lo comprendo:
Ella dejó rastros suaves.
Pequeños puentes entre su ida y nuestro recuerdo.
No se fue del todo.
Solo cambió su forma.
Ahora es mar.
Es sueño.
Es retrato.
Y en ese retrato no pide ser buscada.
Ni recordada con llanto.
Solo entendida.
Como quien, después de mucho ruido, eligió la música callada de la distancia.
---
Esa mujer...
la del retrato...
no es una sombra ni una imagen.
Es una presencia sin exigencias.
Una verdad sin escándalo.
Un adiós que no rompe.
Solo envuelve.
Y si uno mira el cuadro lo suficiente, puede escucharla.
Decir lo mismo de siempre, sin palabras, sin prisa, con la misma calma con la que se alejan los que encuentran paz:
"Olvidar es más fácil."
#2365 en Otros
#684 en Relatos cortos
#556 en Joven Adulto
uncaminohacialapaz, unadesaparicionsinruidos, unfinalqueabraza
Editado: 19.07.2025