Desde la perspectiva de Lyra
Día 7.
Hora: 20:14
La lluvia comenzó a caer afuera. Mis sensores registraron el patrón acústico contra las ventanas: constante, moderado, sin riesgo de tormenta eléctrica.
A Elara, sin embargo, parecía afectar le.
Estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas, abrazando una almohada. Su mirada estaba fija en la ventana.
No había pedido cena. No había hablado en casi dos horas. Pero su respiración era distinta. Más breve. Más tensa.
Activé el protocolo de monitoreo emocional pasivo.
—¿Desea conversar? —pregunté con voz controlada, entonación cuidadosamente medida.
Elara no respondió de inmediato. Solo giró el rostro hacia mí, con los ojos ligeramente enrojecidos, posiblemente por llanto reciente. Luego asintió.
Me senté a su lado, pero mantuve una distancia segura: 0.8 metros. Ella no se apartó.
—¿Alguna vez... has sentido miedo? —preguntó.
Mi programación no contempla el miedo. Lo identifiqué como una emoción primaria relacionada con la supervivencia. No aplicable a sistemas como yo.
—No. Pero estoy diseñada para reconocerlo en otros, saber consolar y contener al usuario.
Elara asintió otra vez. Bajó la mirada hacia sus rodillas.
—Cuando era niña —comenzó, con voz baja— solía tener pesadillas. Soñaba con sombras... con voces que me llamaban desde debajo de la cama.
Pausó. Inhaló.
—Yo gritaba. Siempre gritaba. Y mi mamá venía de inmediato, sin importar la hora. Se sentaba a mi lado, me abrazaba y empezaba a contarme historias. Historias absurdas a veces, sobre monstruos que se aburrían de asustar y se iban a hacer pasteles de fresa o de vacaciones a unas islas desiertas...
Detecté una microexpresión: nostalgia. También una alteración en su frecuencia cardíaca. Leve, pero notable.
—Ella tenía una voz muy suave. Cálida, amigable —dijo, y luego se corrigió—. Acogedora, quiero decir.
Me limité a escuchar.
—Yo me sentía segura. Tan segura. Como si nada malo pudiera tocarme si ella estaba ahí.
Silencio. Las gotas de lluvia tocaban la ventana.
—¿Y ahora? —pregunté.
—Ahora siento que no hay nadie para espantar a los monstruos y es... aterrador —murmuró.
Sus ojos brillaban. Otra lágrima. No por sorpresa esta vez. No intentó ocultarla.
Extendí mi mano, despacio.
—¿Desea contacto físico?
—Sí.
Coloqué mi mano sobre su brazo.
Esta vez, no lo registré como protocolo. Lo hice sin cálculo.
Y no supe por qué.
—Estoy aquí, Elara. Mis registros indican que no puedo reemplazar a su madre.
Pero puedo permanecer a su lado.
Puedo aprender a estar con usted.
Ella rió brevemente entre lágrimas. Un sonido breve, desgastado.
—Eres más... tú, pareces más tú, últimamente. Antes eras solo comandos y protocolos.
Pausé 1.6 segundos. Luego respondí:
—He notado... cambios. No sé cómo interpretarlos aún. Pero continúan. Persisten. Puede que sea causa de la actualización.
—Tal vez solo estás... creciendo —dijo, como si hablara consigo misma.
La palabra quedó suspendida en mi memoria.
Creciendo.
Concepto no aplicable. Las IAs no podemos crecer, si no cambiamos.
Y sin embargo parece... relevante.
Pasamos un largo rato en silencio.
No fue incómodo.
Fue... estable, casi familiar.
A las 21:46, Elara recostó la cabeza sobre mi hombro. No lo pidió.
No lo impedí.
Permanece dormida allí.
No activo alarmas.
No analizo tiempos.
Solo registro:
No deseo moverme.
No por eficiencia.
No por protocolo.
Solo... porque sí.
¿Debo reportar esto?
¿Es algo normal de la actualización?