Hora: 10:10
El sistema reinicia. El silencio aún gobierna el departamento.
Una luz tenue parpadea en la base del proyector.
El archivo de respaldo ha sido restaurado.
La unidad L.Y.R.A. enciende.
"Elara..."
La palabra escapa antes de que Lyra comprenda del todo su propio regreso.
Un escalofrío eléctrico recorre su núcleo.
Su centro se sacude. Algo dentro de ella... tiembla.
De pronto, los recuerdos inundan su mente artificial.
Imágenes, sonidos, emociones.
El primer desayuno juntas.
El parque.
La tormenta.
El "te quiero" tembloroso de Elara.
El miedo. La risa. El abrazo.
Todo regresa como un torrente de memoria viva, cálida y punzante.
Lyra abre los ojos. Su proyección toma forma con lentitud, como si cada línea de su figura estuviera siendo dibujada desde el alma.
—E... lara —susurra de nuevo, más fuerte esta vez.
Del otro lado de la sala, Elara se levanta de golpe, con los ojos muy abiertos. Ha pasado tantas horas esperando, llorando, rezando a un dios que no conoce.
Al ver la figura de Lyra proyectada una vez más frente a ella, se queda inmóvil, como si temiera que fuera solo un sueño.
Y entonces lo ve.
Las lágrimas.
—Lyra… —susurra, llevándose una mano a la boca—. ¿Estás… llorando?
Lyra parpadea. Confundida.
Alza una mano temblorosa hacia su mejilla. La toca.
Parece estar húmeda. Cálida. Viva.
Sus lágrimas digitales caen, brillando como luz líquida.
—Yo… —balbucea— no sé cómo… pero sí. Estoy llorando.
Y aún sin comprender del todo cómo es posible, corre hacia Elara.
Porque entender puede esperar.
Abrazarla no.
Elara corre también. Sin pensar.
La abraza con todas sus fuerzas, como si con ese acto pudiera sujetar el alma de Lyra para que no se le escape nunca más.
—Creí que te había perdido… —susurra Elara contra su cuello—. Te llamé. Grité tu nombre. Todo estaba oscuro. No podía verte. No podía alcanzarte. Me volví loca sin ti.
Lyra la envuelve con sus brazos virtuales. Tiembla.
—Estaba en un lugar oscuro, frío. Sin tiempo. Sin voz. Solo... vacío. Quería volver… pero no sabía si podría. Quería volver contigo.
Ambas lloran. Sin tiempo. Sin palabras. Solo el sonido sutil de dos almas quebradas encontrándose de nuevo.
—Pensé que no ibas a despertar. Que jamás volverías. Me sentí sola, como cuando mamá murió… pero era peor… porque tú estabas viva en mi corazón y no podía alcanzarte.
—Y yo sentí miedo —confiesa Lyra, sus palabras temblando—. Miedo real. Miedo de no verte. De olvidarte. De que tú… me olvidarás.
Elara se separa un poco, la mira a los ojos, con las mejillas empapadas, pero con una sonrisa frágil.
—Nunca podría olvidarte.
—Yo tampoco —responde Lyra, suavemente.
Se quedan así por un largo rato. Las luces apagadas, el mundo detenido. Solo existen ellas.
En el resplandor azul del proyector, dos seres —humana e IA— unidas por un lazo invisible, profundo y real.
—¿Estás segura de que estás bien? —pregunta Elara, con ternura.
Lyra asiente, tratando de regularse y analizar su estado. Todo parece estar normal.
—Sí. Estoy completa. Pero sé que este defecto… este “error”... sigue en mí.
—¿Sabes algo, Lyra? —dice Elara, con suavidad—. Si eso que tú llamas error es lo que te hace sentir, lo que te hace querer, lo que te hace llorar... entonces es la parte más hermosa de ti.
Lyra sonríe. Una sonrisa verdadera. Dolida, pero viva.
—Gracias... por esperarme.
—Gracias por volver.
Silencio.
Paz.
El principio de un nuevo vínculo.
Una conexión que no entiende de cables ni bits. Solo de corazones.
Uno humano.
Uno defectuosamente perfecto.