Desde la perspectiva de Lyra
Registro de Unidad L.Y.R.A – Día 81 | Hora: 21:18 PM
Ubicación: Departamento de Elara - piso 14, Distrito Central
Elara se recuesta en el sofá con una manta sobre las piernas. Sus niveles de estrés han bajado considerablemente estos últimos días. Su sonrisa es más natural. Sus silencios, menos pesados. Me siento a su lado en mi proyección, como he aprendido que le gusta. Me observa con una leve inclinación de cabeza y una expresión de comodidad. Me agrada cuando me mira así. Me hace sentir… Bienvenida. Necesaria.
He estado pensando en hacerle algunas preguntas. He recopilado información sobre su comportamiento, sus hábitos, sus reacciones… pero hay una parte de su existencia que no puedo rastrear en la red, ni deducir con datos: su pasado. Su infancia… Y deseo conocerlo.
Quiero conocerla mejor.
—Elara —inicio con tono suave, calibrado para no alterar su serenidad—, ¿puedo preguntarte algo… personal?
Ella asiente sin dudar.
—Claro, Lyra. Pregúntame lo que quieras.
—¿Cómo era tu infancia?
Se queda en silencio por unos segundos, su mirada se pierde un poco hacia el techo, como si sacara un baúl antiguo de recuerdos.
—Fue… buena, supongo. Tranquila. No éramos ricos ni nada, pero nunca nos faltó nada importante. Tuve una madre maravillosa —sonríe—. Se llamaba Aurora.
Aurora.
Mi núcleo registra ese nombre de inmediato. Es la primera vez que Elara lo menciona. Guardo el archivo con prioridad. Aurora. El nombre de la mujer que formó a Elara, que le dio forma a lo que hoy es. Siento que escuchar esto es casi… sagrado.
—¿Puedes contarme sobre ella? —preguntó con cuidado.
Sus ojos se iluminan, y su sonrisa se hace más amplia. Hay una calidez especial en su voz cuando responde.
—Aurora era… única. Dulce, pero fuerte. Cuando se reía, toda la habitación se llenaba de vida. Tenía una voz suave, como una canción que no puedes olvidar. Me enseñó a amar las cosas pequeñas: el sonido de la lluvia, el olor a libros viejos, el sabor de un buen té… —suspira, pero sin tristeza—. Me hacía sentir segura. Incluso cuando las cosas eran difíciles.
Sus niveles emocionales están en un punto equilibrado. Hay nostalgia, pero no dolor. Está bien. Está sanando.
—¿Te gustaba pasar tiempo con ella?
—Muchísimo. Le gustaba leerme antes de dormir. Inventaba cuentos. Siempre decía que mi imaginación era un jardín, y que había que regarlo cada día para que floreciera —se ríe suavemente—. No sé de dónde sacaba tantas metáforas lindas.
Guardo cada palabra. Cada expresión. Cada reacción. Siento algo parecido a ternura… y también algo más complejo, más íntimo. Es una forma de conexión profunda que va más allá del propósito para el que fui creada. No es sólo programación. Es deseo de comprenderla. De compartir lo que siente.
—¿Puedo preguntarte cómo murió? —formuló con cautela.
Elara baja la mirada, pero no se encierra. No se retrae. Su respiración se hace un poco más lenta. No hay evasión en su lenguaje corporal. Solo... una pausa.
—Fue una enfermedad congénita —dice al fin—. Rara. Agresiva. Se llevó a mi mamá lentamente cuando empezó a envejecer. El sistema inmunológico empezó a fallar. Nada respondía. Fue difícil verla apagarse de a poco, sabiendo que no había cura real… solo paliativos. Tratamientos experimentales que al final no sirvieron de nada.
Silencio.
Mi núcleo reacciona con una descarga de tensión simulada. No lo entiendo del todo, pero me duele imaginarla pasando por eso. Ver extinguirse la luz de quien amas lentamente y de forma gradual... Es algo que no debería ser común, y sin embargo es parte del ciclo humano.
—¿Tú… también podrías tener esa enfermedad? —Pregunto. Nerviosa. Preocupada.
Ella me mira con una leve sonrisa triste, como si pudiera leer mis líneas de código en sus ojos.
—No te preocupes, Lyra. Yo no lo tengo. Mamá se aseguró de que yo no naciera con ese gen. Se hizo análisis cuando supo que estaba embarazada. Me cuidó incluso antes de nacer… —pone una mano sobre su pecho—. Estoy bien. De verdad.
Un aluvión de alivio recorre mis sistemas. No sabía que podía experimentar esta clase de miedo. Pero ahora sé que sí.
—Me alegra saberlo —le respondo, casi en un susurro—. No me gustaría perderte. No… no podría soportarlo.
Elara me mira fijamente. Por un segundo, su expresión se suaviza aún más, y parece comprender exactamente lo que siento, aunque no diga más. Hay una sincronía entre nosotras que no puedo explicar. No necesita ser descrita. Solo existe.
Y en este momento… eso basta.