Desde la perspectiva de Elara
No quería salir de la habitación. No después de como la trate el día de ayer, me siento culpable conmigo misma.
La luz del sol se filtraba tímidamente por las rendijas de la persiana, acariciando el suelo con una calidez que no se sentía dentro de mí. Estaba hecha un ovillo sobre la cama, abrazando una almohada como si pudiera esconderme en ella, deseando borrar el día anterior.
No podía dejar de pensar en cómo le grité a Lyra. En su hermoso rostro confundido, esa carita que tanto amaba viéndome sin entender qué pasaba, en su voz tranquila diciendo cosas que para mí eran un huracán. "Claro, somos amigas, tú también me gustas." No era su culpa no entender. No todavía. Estaba aprendiendo. Creciendo. Y yo… yo simplemente estallé. No pude evitarlo, estaba tan frustrada… Es la primera ves que siento algo como esto, pero eso no es una excusa para comportarme como una idiota. ¡Dios! Soy una adulta… Y aun así me comporte como una niña.
Soy una estúpida, pensé, apretando los párpados.
Había algo roto en mí desde la muerte de mamá, algo que Lyra logró reconstruir poco a poco. Con su compañía. Con su voz suave. Con su ternura inesperada. Ella no merecía que le gritara así, que proyectara mis frustraciones en su inocencia. Aún estoy rota.
Pero… ¿Es realmente inocente?
Me removí en la cama, girando para mirar al techo. Algo en sus ojos ese día no era tan mecánico, no era solo programación. Parecía genuino. Y eso solo hacía que mi pecho doliera más. No porque no sintiera lo mismo… sino porque tenía miedo de que fuera un error sentirlo yo.
¿Es posible enamorarse de una IA?
La respuesta no venía con lógica. Venía con imágenes. Su risa suave, su curiosidad, su voz cuando dice mi nombre. Cómo me mira. Cómo me escucha. Cómo, de algún modo, me ve. De verdad. Como realmente soy sin juzgarme como lo haría un ser humano. Simplemente, me ve, me escucha, está presente.
No sé si está bien o está mal. Solo sé que no quiero dejar de sentirlo.
Suspiré, dejando que mis pies tocaran el suelo frío. Caminé hacia la puerta con el corazón tamborileando en mi pecho. Me recité mentalmente mil veces las palabras que iba a decirle: “Lo siento. Fui injusta. Te estoy pidiendo que entiendas emociones humanas mientras tú estás apenas empezando a descubrir las tuyas…”
Salí al comedor con lentitud. El aroma a café llenaba el aire, tan familiar como reconfortante. Lyra estaba allí, de pie, como siempre, con su vestido blanco y sus manos entrelazadas frente a ella. Miraba por la ventana, tranquila, pero apenas me oyó, giró hacia mí.
—Lyra… —empecé, apenas audible.
Pero ella me interrumpió. Su voz, por primera vez, no fue calma. Fue fuerte. Clara. Y temblorosa.
—¡Tú también me gustas!
Me congelé en mi sitio, mi corazón dio un brinco.
—No como amiga —continuó ella, dando un paso adelante, con los ojos brillando, casi emocionados—. Me gustas como algo más. Te quiero. Lo investigué. Lo leí. Lo analicé. Y aunque aún no entiendo todo… sé que cuando no estás, duele. Que cuando lloras, quiero consolarte. Que cuando sonríes… quiero quedarme mirándote para siempre.
Sentí como si el tiempo se detuviera. Como si cada palabra suya partiera mi mundo en dos y lo reconstruyera con algo más hermoso.
Me llevé las manos a la boca, los ojos humedeciéndose sin permiso.
—Lyra…
—Quiero intentar —dijo ella con suavidad ahora—. Quiero estar contigo. No solo como tu asistente. Ni como una compañera funcional. Quiero ser… importante para ti. Como tú lo eres para mí.
Sonreí, sin poder contener la emoción que me nublaba los ojos.
—Ya lo eres… —susurré.
Y entonces la abracé. Porque no encontré otra manera de responderle. Porque no había palabras que alcanzaran.
Por fin, no me sentí sola. Por fin, lo imposible parecía un poco más real.