Eran las cinco y media de la mañana, la alarma habría tenido que sonar en veinte minutos, pero yo ya llevaba casi una hora despierta.
Miré fuera de la ventana y parecía un día frío y húmedo; mi perrita estaba en la cama a mi lado aún durmiendo, no había nada que la pudiera despertar si estaba muy cansada.
La observé y le tuve un poco de envidia, aquella noche no pude pegar ojo, di unas cien vueltas en la cama, de derecha para izquierda y viceversa. Me levanté de la cama con un dolor de cabeza absurdo, supongo fue causado por pensar toda la noche.
Fui a la cocina, en la casa había un silencio ensordecedor, desde que mi madre se había ido el piso ya no era lo mismo: se notaba su ausencia.
Me puse a calentar un poco de leche, pero tenía el estómago vacío, así que deje el cazo encima del lavabo y me vestí para ir a clase. Decidí ponerme bastante elegante, ya que era mi último día: un par de leggings y una camiseta blanca, era mi favorita.
Cogí la chaqueta, la mochila y salí de casa, me dejé la puerta a la espalda y suspiré profundamente, pensando que a la vuelta ya no era una estudiante, que habría llegado a casa más libre; estaba nerviosa como fuera mi primer día de clase, pero era lo que quería hacer y necesitaba; lo que más me preocupaba era ver la reacción de mis amigas al saludarme, no sé si habrían llorado o si lo habría hecho yo porque por cuanto era la decisión más deseada, era siempre una despedida.
Llegué a la parada y aún no había nadie, faltaba unos veinte minutos antes que llegara el primer autobús que iba a los institutos del centro.
Después de unos minutos vi, desde lejos, acercarse una amiga de la primaria, que seguía las clases en otro instituto.
-Hola Sofía, ¿qué tal estás?
-Muy bien, ¿y tú?
-Bien, con sueño, hoy tengo examen de química, joder.
-Seguramente te irá bien - le dije convencida, ya que ella siempre fue la mejor en todas las asignaturas desde pequeña.
-¿Al final te irás a Valencia? - me preguntó.
-Sí, hoy es mi último día en el instituto- le comenté nerviosa
-¡No me digas, pues abrázame! - sonrió y alargó los brazos.
La abracé y en aquel momento llegaron dos mujeres, que siempre charlaban conmigo, todos los días de la semana, prácticamente éramos amigas.
-Buenos días, chicas - saludaron ambas.
-Hola - saludamos.
-¿Qué pasa? - preguntó Lisa, una de las mujeres, ya que nos vio abrazándonos.
-Hoy es el último día que vemos a Sofía - comentó Marina, mi amiga.
-Ay, espera que te abrazo fuerte yo también- contestó Lisa y mientras me abrazaba me deseó mucha suerte.
Su autobús llegó y saludándome con las manos se fueron.
Después de un rato llegó el mío y subí guardando el asiento al lado a mi mejor amiga.
“Primera puerta” le escribí.
Llegamos a su pueblo, pero de ella, ni la sombra, le volví a escribir pensando que había perdido el autobús, como a veces solía pasar.
Llegué al instituto, pero no me contestó, entré en clase y Giorgia fue a abrazarme sin dejarme respirar.
-Tía, no me puedes hacer esto- comentó aún con una voz medio dormida.
Nos miramos y ella también sabía que era lo mejor que podía hacer; me volvió a abrazar sin decir nada más.
Pasaron tres horas de clase, en las cuales yo empecé a desarrollar mi arte con bolígrafo: dibujé playas, flores, aviones, casas y lo que me pasaba por la cabeza; pienso, fue la primera vez en toda mi vida que me daba igual lo que explicaba el profesor y tampoco me servía.
Sonó la hora del patio y con Giorgia fui a saludar a mis otras amigas que estaban en la otra sección.
-Sofi- dijeron abrazándome todas juntas.
-Te echaremos de menos, corazón- me dijo Alicia, sin dejarme.
-Oye, no te olvides de nosotras, eh- precisó Sandra.
-¿Estás segura, sí? - me preguntó Fabia.
-Chicas, sí, es lo mejor para mí y lo sabéis, no puedo seguir aquí, lo estoy viviendo mal y además quiero estudiar en Valencia- contesté.
-Te echaremos de menos- afirmó Giorgia empezando a llorar.
-No, ven aquí- la cogí y la abracé fuerte.
-Cariño, pórtate bien- me avisó Veronica abrazándome, mientras Giorgia no me dejaba.
-¿Y Carla? - preguntaron.
-No sé, no vino, de lo que escribió en el grupo tenía dolor de barriga.
-Yo pienso que no quería saludarte, es tu mejor amiga, es quien más lo sufre - observó Giorgia.
-Ya, pero es necesario que lo haga- contesté.
Cuando llegué en aquel instituto, el primer año fue difícil, la adaptación me costó, en el segundo hubo mejoras y el tercero fue cuando el grupo ya era como una familia y justo cuando todos estábamos encantados el uno al otro, decidieron separarnos, por culpa de una profesora; así volví a perder mis compañeros y mis profesores; intenté adaptarme, pero no podía, lo estaba viviendo muy mal y hablando con mi madre, ella también quería cambiar vida, no dudamos en mudarnos a España.
-La profe Saretti no está- me comentaron mis amigas.
-Ya lo sé, no pasa nada, antes de irme la querré saludar seguro, me pasaré un día.
-¿La echarás de menos?
-Mucho, ella es la que más, fue un modelo para mí, ya sabéis como me había encariñado a ella y ahora que ya no es ni mi profesora aún noto más su ausencia.
-A saber cómo lo tomará- dijo Giorgia.
-No tengo idea, supongo que bien- afirmé.
-¡Qué va! Ella te quiere muchísimo como si fueras su hija, notará tu ausencia, pero tiene mucho orgullo y nunca lo admitirá- comentó Sandra.
-Leí que en España a los profesores se les llama por nombre y usas el “tú”, no como aquí el “usted” y en la hora del patio y en cada hora al cambiar de clase suena una música- dije emocionada.
-El sistema educativo está hecho para ti- comentó Veronica.
-Literal- dije emocionada.
Tocó el fin del patio y saludando a todas, volví a clase; pasaron otras tres horas hasta que acabó la jornada escolar. Fui la última en salir de la clase, bajé despacio saboreando todos los momentos que viví en aquellas paredes: la primera vez que entré en el día de puertas abiertas y me enamoré del instituto enseguida, como el primer día de clase hace tres años. Recordé los nervios de los exámenes, las lágrimas de los suspendidos, las risas que me echaba con mis amigas en las escaleras; conseguí recordar todo con los mínimos detalles y mientras, aún, estaba reviviendo unos cuantos recuerdos ya había llegado a la puerta que daba al aparcamiento.