Ella, un desastre perfecto

Capítulo 8 - Bienvenida a casa -

-¿Ya tienes todo? - me preguntó mi tío, mientras me ayudaba a sacar la perra que ya se había tumbado para dormir en el transportín.

-Sí.

-Pues, es mejor que salgamos, si no vamos a tardar mucho en llegar a la estación.

-Sí, claro, vamos.

Me di la vuelta, mientras me acercaba al coche. “Gracias por todo, pero ahora me toca volar fuera”.

Llegamos a la parada del tren unos diez minutos antes, el tiempo perfecto para revisar que no había olvidado nada.

-Pues, buen viaje Sofía, saluda a tu mamá cuando llegues.

-Avísanos cuando estés allí - me suplicó mi tía.

-Claro, llegaré mañana por la noche.

-Perfecto, dame un abrazo - saludé a mi tía y sucesivamente a mi tío y subí al tren.

Solía irme a Valencia en avión, pero en aquel caso, con mi perrita mayor, tuve que coger el típico ferry de Italia a España.

Eran las seis y media de un sábado de diciembre cuando me fui de mi pueblo y según los cálculos habría llegado a Valencia el domingo por la noche: un largo, larguísimo viaje, pero valía la pena, claramente la valía.

Llegué hasta Milán con un tren interregional, después, fui corriendo hasta la vía que me llevaba a Génova y luego hasta el puerto.

- Joder, Cami, como pesas - dije mirando a mi perra.

Su cara era emocionada, nunca había cogido un tren, ni un barco y hasta entonces se estaba portando muy bien.

Subí rápidamente en el tren para Liguria y busqué el número, por suerte había conseguido un sitio tranquilo, donde el asiento era individual, así pude sentarme con la perra a mi lado y no molestaba a nadie.

De la pequeña mochila que me había llevado cogí el móvil y los cascos para poder pasar el camino escuchando música.

Nunca había ido a Génova, así que los paisajes eran toda una novedad para mí, había muchas zonas de colinas y algunas montañas.

Sonreí pensando que para irme de Italia tenía que pasar por todo el norte y conseguí pisar un territorio que nunca, en mi vida, había visto.

El viaje en tren no fue tan pesado, al contrario, disfruté de los últimos panoramas de mi País, para poder saborear los nuevos.

Salí de la estación y, ya que era la hora de comer y aún faltaban cuatro horas a la salida del ferry me senté en un bar y comí una focaccia, típica de la región.

“Ostras, nunca había comido algo tan rico”, pensé entre mí misma.

Abrí a la perra, para que pudiese andar un poco y estirar las patas, también le di de comer, así hasta la salida del barco podía estar ayuna.

Me quedé hablando con mis amigas que estaban pendientes de mi viaje y algunas de ellas me prepararon un mensaje más largo que un poema de Petrarca.

“Malas, quieren hacerme llorar en la calle pública” pensé sonriendo y con los ojos lúcidos.

El tiempo, sin darme cuenta, pasaba rápido y por suerte encontré un taxi cerca para llegar al puerto.

Nunca había entrado en un puerto de embarcación tan grande, parecía como un avión, pero con salida al mar.

“Vale, por suerte voy con tiempo, porque aquí, para encontrar la salida por Barcelona, voy a tardar” pensé sinceramente.

Di la vuelta, de las dos plantas, por dos veces, hasta que, harta, pregunté al vigilante de seguridad que, amablemente, me acompañó hasta el check -in; que, a diferencia de los aeropuertos, era lo mismo que el gate.

-Buenas tardes, ¿con dirección?

-Barcelona- dije con una amplia sonrisa.

-Perfecto, aún es un poco pronto, pero ya puedes pasar.

Le di los billetes, mío y de Cami y salí hacia la embarcación.

En aquel momento vi dos enormes barcos: uno más pequeñito, suponía que era el ferry y el otro muy grande, vi la compañía y efectivamente era un crucero. Me quedé sorprendida de su magnitud, nunca había ni subido en uno ni visto.

-¿Vas a Marruecos? - me preguntó una mujer marroquí, mientras se acercaba con dos enormes maletas.

-No, Barcelona.

-¿Por aquí?

-Sí, por Barcelona, sí.

“Pensaba que iba a Marruecos” pensé entre mí misma.

Llegué a la cola y seguí reflexionando: “Cuantos marroquíes que van a España”, pero sucesivamente, mientras subía el ferry ,me enteré de que hacía, como última parada, Marruecos; desinformación de principiante.

El atardecer se estaba acercando, mientras todos los pasajeros estaban subiendo, había una aglomeración increíble de gente.

Entrado me sentí un poco como Rose, en el Titanic, el personal llevaba el mismo traje blanco y negro y por dentro, el ferry, parecía un enorme crucero de lujo.

Fui a mi camarote, tenía una habitación con baño toda para mí, así decidí dejar la perra suelta, darle un premio por haberse portado bien y enseguida salí para poder ver la salida del País.

No voy a mentir, muchas veces, escuchando la música, decidí poner My Heart Will Go On y ver como el cielo se oscurecía.

Después de dos horas de mi entrada, por fin, el ferry empezó a encender los motores y pocos minutos después nos fuimos; me quedé embelesada viendo las burbujas blancas que causaba el barco y como las olas del mar se ponían nerviosas.

Estuve otra hora antes de volver a mi habitación y comer un bocadillo que había preparado antes de irme.

En aquel momento vi como realmente estaba tan lejos de mi pueblo, ya llevaba más de seiscientos kilómetros, por lo menos, y cada vez más cerca de mi casa.

Aquella noche no me costó coger el sueño, al contrario, en cuanto toqué la almohada, empecé a soñar.

-Buenos días, la cafetería donde podréis disfrutar de un buen desayuno ya está abierta - escuché una voz.

-¿Qué? - dije

-Buenos días, la cafetería donde podréis disfrutar de un buen desayuno ya está abierta - repitió.

Me levanté y entendí que del megáfono daban avisos.

Miré la alarma y eran solo las ocho, así que decidí quedarme un poco más en la cama. Cogí el móvil y no tenía internet.



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En el texto hay: mundo, suenos, sofia

Editado: 17.05.2023

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