Ellas Mis Chicas

Capítulo 7

Lucrecia mira a la chica de cabello cenizo, intentando calmarla, pero ella se desliza por la pared llorando. Lucrecia se inclina.

–Tranquila. No pasa nada –dice ella intentando calmarla.

Lo que ella no sabe es que esas palabras solo la hacen sentir peor. Muchos quieren escuchar esas palabras, pero en ocasiones no son necesarias. A veces necesitan palabras bruscas, para que se apeguen a esa realidad, pero yo tampoco soy de esas personas que dicen aquello que quieren o no quieren oír. Actuó conforme a la situación.

La chica sigue llorando, ese tipo se recupera y lo miro serio por lo que se aleja sabiendo que no lograra lo que quiere, pero hizo algo que destruyo una vida. Ella sujeta el celular en manos con su fuerza y este es el momento.

–Léelos –digo a la chica. Lucrecia me mira desaprobando mis palabras. La ignoro –hazlo –uso un tono suave pero fuerte.

–No tengo que leerlos, para saber lo que ellos piensan –explica la chica sollozando.

–No es cierto. Nadie sabe nada. Lo único que sabemos es lo que descubrimos. No has descubierto nada…

–Conozco a mi familia. Se lo que dice ese mensaje –dice ella.

–Entonces confirma lo que ellos, en realidad sentían por ti y sigue adelante. Úsalo como un trampolín para impulsar. Todo lo bueno o lo malo es lo que nos impulsa –me inclino a su altura obligándola a verme –solo hazlo –digo con calma.

Ella toma su celular su mano es temblorosa, pero digita la su clave y a los pocos segundos su celular cae y ella rompe en llanto. Lucrecia la abraza y me mira molesta. Recojo el celular y miro los mensajes hay un audio de corto tiempo, pero los mensajes de textos se el contenido del audio. Me levanto.

–Vámonos –digo.

–Vete tú. –responde Lucrecia y se centra en la chica –quieres venir conmigo. Puedes quedarte en mi casa.

–Gracias, pero… –la chica se queda en silencio. Ese silencio puedo interpretarlo en que ella es de aquí, de la ciudad y sus familiares la buscaran y no quiere causarle problemas a ella. –mis padres me estarán buscando y no quiero causarte problemas –justo lo que pensé.

–Descuidad. Solo…

–Puedes quedarte conmigo –suelto tranquilo. Ellas me miran –tranquilas se comportarme. –Lucrecia me mira desconfiada sabe lo que tengo en cabeza, pero la diferencia es que no estoy contratando a esta chica solo hecho una mano y la devolveré al mundo –es tarde decide.

Ella asiente. –Espera –Lucrecia habla –yo también iré.

–No pagare por tu compañía –digo.

–Eso no importa. No confió en ti, ni en tus mañas –me dice ella poniéndose de pie.

Solo la miro y empiezo a caminar, vuelvo la mirada y ellas me siguen en silencio la chica ya parece haberse calmado, pero no detiene las lágrimas que siguen recorriendo sus mejillas. Llegamos al auto y los desbloqueo e ingresamos dentro. Manejo saliendo de la ciudad y nos alejamos por los páramos, por el retrovisor las noto algo tensas.

–Están tensas –digo.

–¿A dónde nos llevas? –pregunta Lucrecia.

–A mi casa. Ah… eso me recuerda –detengo el auto –tu celular –pido a la chica.

–¿¡Qué!? –dice ella.

–Dámelo. –demando y ella me lo entrega. Bajo el cristal de la ventana y con fuerza lo estrello contra la carretera. Suelta un quejido –¿Por qué hiciste eso? –pregunta.

Pongo el auto en marcha –Era parte de tu pasado. Y tu comenzaras un nuevo presente. No te preocupes, te comprare uno en compensación.

Sigo conduciendo la noche está cayendo, los vestigios sombríos están cubriendo las montañas a la vista. Ellas están con la mirada al paisaje. Cruzamos el puente unos metros adelante esta la entrada a mi hacienda.

–¿A dónde nos llevas? –vuelve a preguntar Lucrecia. Guardo silencio.

–Vives muy lejos –habla la chica.

Finalmente llegamos y antes de entrar miro a Leo salir de entrenar. Toco el claxon en forma de saludo, me levanta la mano va en su bicicleta, ingreso dentro bajamos y ellas se sorprende al ver donde vivo. Mis dos perros llegan y me saludan y miran a las chicas, que se ponen nerviosas, pero se portan dóciles con ellas y eso me sorprender generalmente son gruñones con los desconocidos.

Ingresamos dentro –pónganse cómodas, pero no tanto –digo y me vuelvo para mirarlas asombradas.

–¡Guao! Tu casa es muy bonita –dice Lucrecia. La otra chica esta igual que ella.

–Pueden compartir el cuarto del fondo –señalo el lugar. Me miraran. Gruño bajo y camino hasta la puerta abriéndola –se quedarán aquí esta noche. Mañana ustedes sabrán.

Me retiro dejándolas ahí. Podría darles, un cuarto a cada una, pero, aunque solo fuera solo una noche igual les daría ese cuarto. Subo a mi habitación a cambiarme de ropa deportiva para ejercitarme, salgo a mi gimnasio al aire libre y empiezo a entrenar.

–Disculpa –escucho una la voz de la chica –¿quisiera saber si puedo usar la ducha? –pregunta tímida, ahora que me fijo bien la noto tensa.

–Claro –respondo.




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