Ellas Mis Chicas

Capítulo 8

Me recosté en la cama diez minutos y volví a levantarme, tomar un baño y quitarme esta pegocidad en el cuerpo y del sudor. Debo lavar las sabanas. Me cambio y bajo a la planta principal y ellas están listas.

–Es hora de irnos –dice Salomé.

La noto más tranquila, guardo silencio y avanzo hacia la puerta y desbloqueo el auto. Mis perros se acercan y me saluda cariñosamente. Acaricio sus cabezas. Ellas salen y hacen lo mismo, mis perros están felices con ellas, ingresan al auto. Yo me despido de ellos, no sin antes decirles que cuiden bien la casa.

Ingreso al auto y lo pongo en marcha de reversa, observo a mis perros sentados moviendo la cola salgo al camino y me bajo para cerrar la puerta de la entrada. Conduzco hasta la carretera principal dirigiéndome hasta la ciudad, en completo silencio en momentos miro por el retrovisor en ellas están tranquilas, pero creo que no tanto. Después de todo aceptaron un trato conmigo, la verdad pensé que me mandarían al diablo, pero aceptaron tranquilamente.

Supongo que es por la situación por la que pasan cada una de ellas, y una oferta como la mía no es algo que pueden ignorar fácilmente. Estudios, techo, un mensual. Todo por solo complacerme dos días, donde estarán a mi merced.

–Iremos a tu departamento Lucrecia –digo acelerando. –también al tuyo Salomé.

–Espera… –dice Salomé.

–Necesitas tus cosas para las clases –cambio de marcha y acelero más.

Llegamos primero al departamento de Lucrecia ella entra y en minutos, está de vuelta con su maleta de universidad.

–Vamos ¿Dónde queda tu departamento? –pregunta Lucrecia a Salomé.

–Sigue adelante –dice conduzco guiándome por ella hasta que llegamos a un pequeño edificio a tres kilómetros del departamento de Lucrecia –es aquí, ya…

Su voz se corta, la observo por el retrovisor y me fijo en dos personas en la entrada. Deben ser su padre y hermano y por sus expresiones están que echan rayos y centellas. Se bien que lo que se va a desarrollar no será fácil.

–Sal, y enfréntalos –digo suave –pero no te demores.

Ella me observa un momento y baja la mirada, sabía que esto sucedería desde que empezó en este trabajo. Sale del auto y los que creo son su padre y hermano se acercan.

–¿Crees que estará bien? –dice Lucrecia.

Seguido su padre la abofetea –su hermano se centra en mi auto.

–Me romperán los cristales –digo.

–Eres una descarada. ¿Cómo pudiste hacernos esto? –dice el padre después de abofetearla –acaso no valoras nuestro esfuerzo. Botaste a la basura nuestra educación y valores que inculcamos en ti.

–No quería…

–Cállate –su padre alza la voz –tu madre…. Esta avergonzada de ti. Vendiste tu cuerpo solo por unos dólares. No reconozco a la hija que yo crie junto a tu madre.

–No lo hacía por placer, o porque me gustara. Lo hice porque teníamos complicaciones, las deudas que teníamos y trataran de ayudarnos a Cristóbal y a mi…

–No me metas en esto Salomé –su hermano la interrumpe –crees que no quería esto. Me hiciste quedar como un maldito mentiroso, a todos mis compañeros les decía que tenía una hermana hermosa y buena. ¿Y ahora qué?

–Nunca te pedí hacer eso…

–Estaba orgulloso de ti. De la hermana que tenía, pero ahora… siento desagrado por ti. Eres una ramera.

–No te permito que me hables así –dice ella al borde de las lágrimas.

Noto su cuerpo temblar le duele en el alma y corazón lo que le dicen. Esto es algo parecido a lo que me dijeron a mi cuando les conté de mi matrimonio con Paloma, me echaron en cara que era un aprovechado. Cuando lo único que quería era su apoyo, porque solo iba a cumplir la última voluntad de mi difunta esposa.

–Tu hermano tiene razón. Eso es lo que eres. Una ramera de lo peor, que se acuesta con cualquier hombre, que le pague unos dólares –su padre la humilla. Ella rompe en llanto. –Es tu nuevo cliente –por fin se fijaron en mí.

Se acercan –conserva la calma –le digo a Lucrecia.

La noto nerviosa. Salomé intenta detenerlos, pero la apartan bruscamente cayendo al suelo. El hermano patea la puerta de mi auto.

–Sal de ahí –grita y vuelve a patear.

Su padre patea el espejo de la puerta rompiéndolo –baja de ahí –demanda.

–Quédate aquí –digo a Lucrecia.

Abro la puerta y la cierro y un fuerte golpe, impacta en mi cara por parte del padre me deja algo aturdido, pero me sostengo en pie. Seguido el hermano me sujeta del cuello de la camisa y me conecta otro golpe.

–Papá, Steven. Basta. Él no tiene nada que ver con esto –explica Salomé.

En verdad si tengo que ver con esto. Hace poco ella acepto mi trato y también tuvimos un encuentro caliente esos dos golpes se los permití, pero no habrá tercero y es justo lo que intentan y estoy listo para responder.

–Alto. Él no tiene nada que ver –continua Salomé –él me defendió cuando ese tipo se propaso conmigo…




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