Ellas Mis Chicas

Capítulo 11

Volví del trabajo algo sucio con hojas de frejol sobre mi ropa. Abrí la puerta donde ellas me recibieron justo como les pedí, y claramente me di cuenta.

–¿Cómo… como lo sabes? –dijo Lucrecia.

–Están caminando. Si lo usaran hasta este momento. Estarían recostadas en la cama. Vayan a descansar.

Salí de casa para dejar mi sombrero y botas de trabajo en la bodega de herramientas. Vuelvo a ingresar después de lavarme los pies y esperar un tiempo hasta que se seca y se vaya el olor del sudor por las botas. Ingreso a mi habitación donde me desprendo de mi ropa e ingreso a la ducha a bañarme, siento la calidez de las gotas de agua contra mi cuerpo. Y en este momento quiero algo más suave y cálido contra mi cuerpo. Las quiero a ellas ya es hora de empezar. Es hora de que sean mías, por el poco tiempo que compartirán conmigo, talvez sean a lo mucho tres años juntos y solo fines de semana en que las tenga, pero con eso me basta.

Serán mías de todas las maneras posibles, los pocos días, horas y minutos. Hasta que todos mis demonios internos, esta necesidad interna que me dejo Paloma desaparezca de mi para siempre. No sé si puedo lograrlo, pero por lo menos lograre mantenerlos sellados por un tiempo hasta que necesite de nuevo algo como esto. Y por el momento ellas serán suficientes.

Tomo una bocanada de aire respirando profundamente, bajo hasta la planta principal escuchando unos sonidos provenientes de la parte trasera de la casa suponía que era Leo que venía a entrenar como siempre. Resistí el deseo de ir hasta su habitación, me senté el mueble para mirar la televisión y espere que Leo se marchara. Mientras miraba salió Lucrecia a la cocina.

–Eh… solo voy por algo de agua –su voz sale nerviosa.

No diga nada ella vuelve a su lugar. Sigo tratando de controlarme, tengo deseos de pedirle a Leo que se retire ya, pero aguanto lo más que puedo. Al fin después de media hora Leo se marcha despidiéndose. Apago el televisor, camino hasta la habitación y golpeo llamando a la puerta. Talvez solo debí entrar y ya, pero una de las cosas que me enseño Paloma es ser siempre un caballero con las mujeres y en la cama ser el lobo que devore cada parte de su cuerpo.

La puerta se abre. Lucrecia la abre. Salomé está alejada. Ambas están tal y como se les pedí en ropa interior. Lucen nerviosas. Debo deshacerme de eso primero, no quiero que sienta como si las estuviera obligando, hacer algo que no quieren sino todo lo contrario, quiero que estén relajadas y por su propia voluntad.

–Buenas noches… –saluda Salomé.

–Vengan conmigo –la corto.

Salgo de su habitación en dirección a la mía, regreso a mirar en las escalares y ellas me siguen. Las sigo notando tensas. Por favor no es como si las fuera hacer algo malo, no soy un desquiciado, aunque talvez si un pervertido. Por unos días me olvidare de algunos momentos que muero por hacer, primero hare que se sientan seguras para hacer todo aquello.

–¿A dónde vamos? –pregunta Salomé.

Su tono me molesta un poco. Tan preguntona, tan nerviosa, pero también tan inocente. Es lo que veo en sus ojos cada vez que la miro, lo mismo pasa con Lucrecia a pesar de que trabajo más tiempo como dama de compañía, noto cierta inocencia en sus ojos. Es algo que no quiero quitar de ellas. Llegamos a mi habitación.

–Hey dinos –habla Lucrecia estaba vez.

No respondo y abro la puerta –ingresen –digo y lo hace con algo de torpeza. Miran el lugar, parecen algo más relajadas –me tenían en ese criterio –digo cerrando la puerta.

–Eh… no –ambas contestan nerviosas –solo… –guardan silencio.

Doy unos pasos sacándome la camiseta y la aviento hacia un lado, camino en medio de ellas y miro el armario. No es momento para esto. Talvez use algo del armario este día, pero será diferente hare que sea diferente con ellas y no del modo del que Paloma uso conmigo.

–Denme sus manos –extiendo las mías y las atraigo hacia mí. –Les dije que no las obligaría y no haría nada de lo que no querían hacer. Pero eso no las librara de cumplir con su parte del contrato. Beso los dorsos de sus manos.

Las guio hasta la cama donde nos subimos de pie y descendemos lentamente, hasta recostarnos en la cama. Descansan en cada uno de mis pectorales. Se siente bien, pero también algo incómodo, por el hecho de que tengo que reprimir muchos deseos y eso no es bueno para la salud. Lo que quiero en este momento es ser ese lobo que las devore por completo, por el momento quiero que sean ovejas, más adelante quiero que sean tan perversas y dominantes. Ahora son lo ovejas.

–Solo esto haremos –dice Lucrecia. Guardo silencio.

–No quieres hacerlo –continua Salomé.

Guardo silencio mientras froto suavemente sus hombros y despacio sigo avanzando, a cierto lugar. Espero que se den cuenta y también reaccionen.

–Oye, ya. Dinos solo esto haremos –reprocha Salomé. Ahora si la noto algo molesta y esa actitud si me gusta.

Sonrió para mis adentros, pero mantengo el silencio y sigo avanzando. Miro de reojo y parece que Lucrecia ya lo entendió. Lleva su mano a mi abdomen y me empieza a frotar, aprovecho y doy un gran avance metiendo mi mano bajo su brasier, sujetando su pezón entre mis dedos. Suelta un leve gruñido. Salomé sigue algo tensa, hago que mi toque sea más suave y sigo avanzando, hasta que ella también empieza a frotarme el abdomen, su toque es algo torpe y sus manos son suaves. Pero me agrada y hago lo mismo con ella. Nos acariciamos despacio, quiero que se sienta seguras, pero también que empiecen a tomárselo enserio.




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