Ellas Mis Chicas

Capítulo 17

Observo a los dos personajes sentados en el capo de mi auto, como lo más normal. Frescos como una lechuga. Mantengo mi vista en ellos, pero en realidad no los veo. Solo miro a mi auto siendo insultado por ellos dos y hacerle eso a mi pequeño es como si me lo hicieran a mí. La razón por la que estoy quieto solo observando es porque, al parecer ellas conocen a estos personajes.

Pasan por mi lado, hasta estar frente a ellos y en sus miradas no veo más que repudio hacia ellas. Acabo de salir de un problema solo para meterme en otro. No. No debería preocuparme, los problemas siempre están a la orden del día para mí.

–¿Qué haces aquí? –pregunta Lucrecia a su supuesto hermano, que la mira como basura.

–Vámonos. Tenemos que hablar –dice el otro tipo llamado Rafael a Salomé.

Ella suelta un quejido, la sujeto con fuerza, pero se libra del agarre –no voy a ir a ninguna parte contigo –responde Salomé. 

Ambas retroceden un poco, pero mantienen su seguridad. Noto su firmeza en cada parte

de su cuerpo, solo con ver sus posturas, me dicen que no están dispuesta a tolerar ningún insulto por parte de ellos. Me mantengo al margen solo estoy parado mirado aquello, por lo menos se levantaron de mi auto y de inmediato sus miradas se centran en mí y avanzan en medio de ellas.

–Este es tu nuevo cliente –dice el hermano de Lucrecia.

–Este es el nuevo imbécil. Parece que no te conformas –dice el tal Rafael. Este debe ser su novio. Mejor dicho, su ex novio.

Mantengo la calma y sigo mirando a través de ellos, la verdad me importa un bledo lo que estos digan de mí. Porque ni siquiera se acerca a lo que realmente soy.

–¿Qué te pasa imbécil? ¿Por qué no hablas? –habla el hermano de Lucrecia empujándome.

–¡Marcus! –dice Lucrecia.

–Dime te gusta follarte a la perra de mi novia. Eh… –lo sabía. También me empuja.

–Basta los dos –dicen ambas. Su tono es preocupado, pero no es por mí. De eso estoy seguro.

–Responde pedazo de basura. Te gusta su coño –continua y me mantengo en silencio.

–Sabes. Eres patético, tienes que pagar a mujeres para acostarte con ellas. No eres un verdadero hombre –suelta el tal Marcus.   

Desvió ligero mi mirada a este. Tiene razón, pero que sabe este de mí. No sabe nada. puede que talvez si sea patético por pagarles a esas chicas para acostarse conmigo y hacer todo lo que yo quiera. Pero. ¿Quién es este para juzgarme? En esta vida solo hay dos que pueden juzgarme el primero es Dios y el segundo en hacerlo soy yo mismo, no hay nadie más y este no será el tercero.

–Y… –digo cortante. Manteniendo mi vista en él.

Este me mira con enojo –desgraciado un hombre como tu desgracia a mi hermana –sale defensor.

–La defiendes. Después de lo que hiciste…

–Es lo que se merece es una, perra. Hubiese preferido mil veces morir –dice Marcus interrumpiéndome.  

–Decisiones. Tómala y punto. No vengas a lloriquear por algo del pasado –respondo. Mi comentario no es tomado bien –en cuanto a ti –me dirijo al tal Rafael –¡Ahg…! –gruño. ¿Qué demonios estoy haciendo? Si ellos quieren hablar que hablen, no tengo que dar explicaciones de mis decisiones. Eso lo aprendí desde ese día, cualquier decisión que tomes ya sea buena o mala siempre habrá comentarios malos, siempre hablaran a tus espaldas –Ya es hora –digo dirigiéndome a ellas.

–Desgraciado –sueltan ellos dos y me toman de la camiseta y preparan sus golpes que son detenidos por ellos.

–Basta. Váyanse –dice Salomé.

–Las decisiones que tomamos fueron nuestras. No fueron las correctas, pero nos permitieron lograr lo imposible por lo que queríamos proteger y conservar –habla Lucrecia.

Ellos se dan la vuelta y las abofetean derribándolas al suelo y eso me desata –hey –digo y me miran –no toquen a mis chicas –conecto un derechazo a Marcus derribándolo. Rafael me ataca, pero lo esquivo y le conecto una fuerte patada en el abdomen que lo tumba al suelo. Me miran con odio.

–¿Estas bien? –dicen ambas juntas e intenta ir ayudarlos.

–Al auto. –digo con seriedad –ahora.

Ellas obedecen, pero dudaron un poco. Lo que significa que aun siente algo por ellos, después de todo ellos formaron parte importante de sus vidas. Pero en este momento de sus vidas ellas son mías, me pertenecen y deben obedecer lo que digo. Ingreso al auto marchándonos en completo silencio, no dicen nada por el retrovisor las observo, con sus rostros decaídos y unas lágrimas escapando de sus ojos.

Llegamos a casa ingresamos. Cada una va a su habitación yo me quedo en la sala de lo más normal mirando una película en mi celular en lo que ellas llegan parándose frente a mí. Las observo y vuelvo la vista al celular.

–No tengo problemas. Si quieren hacerlo. Háganlo –detengo la película y me levanto saliendo de la sala a una de las habitaciones.

Ellas se quedaron ahí de pie, observando la puerta del departamento si salían por esa puerta el contrato terminaba y entra en rigor la cláusula del contrato. Incluso si lo hacían y volvían a trabajar como damas de servicios, no les bastaría para pagar el dinero de la indemnización por incumplimiento del contrato.




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