Ellas Mis Chicas

Capítulo 21

Despierto en la mañana dejándolas dormidas en la habitación, no hubo nada entre nosotros en la noche, o, mejor yo no quise hacer nada con ellas ayer en la noche solo les pedí que se acostaran conmigo de manera diferente su tranquilidad y cercanía me daba la calma que necesitaba. Sentía que podía dominar a estos demonios de mi interior, que luchaban por salir y debido a ellas sentía que ellos también se encontraban conformes.

No había luchas internas, rabia, odio, una ansiedad descontrolada por querer ser libre todo estaba equilibrado. Yo me encontraba en equilibrio.

Llego a la cocina y me pongo a preparar algo de comida. Tomo el pan integral, el queso, algo de jamón y huevos que empiezo a batir.

–Buenos días –ellas llegan a la cocina están cubiertas por unas batas, pero aun así se ven hermosas.

–Podemos ayudarte –dice Salomé.

Sigo batiendo –ya les dije que…

–Dame –Lucrecia me quita el tenedor con que batía los huevos.

–¡Hey…! –digo.

–Dejamos ayudarte –continua Salomé. Que toma las rebanadas de pan y las coloca en la tostadora.

–Iba hacer algo diferente –digo.

Me miran –bien dinos –continua Salomé.

–Aun lado –digo llegando hasta la estufa.

Coloco un poco de aceite en la sartén y lo dejo calentar y coloco dos rebanadas de pan y vierto el huevo batido lo dejo cocinar, coloco el queso y el jamón y junto ambas rebanadas y presento mi platillo.

–Se ve delicioso –dice Lucrecia dándole una mordida –¡esta rico! Prueba Salomé.

Lo hace y dice lo mismo. Hacemos lo mismo otros, incluso con el pan tostado desayunamos tranquilamente y me preparo para irme a trabajar en la cerca. Llego a la bodega donde tomo el alambre de púa que compre ayer, el martillo y una palanca. Salgo y me encuentro con ellas vestidas con ropas normales y sombreros.

–Podemos ayudarte –dice Lucrecia.

–No tienen deberes –resalto. Niegan.

–Vamos –dice Salomé tomando la palanca y Lucrecia el martillo y empiezan a caminar.

Las veo marcharse, se ven bien. Mis dos perros llegan con ellas y las siguen. Sonrió. Parece que no podré hacerles cambiar de opinión, pero son astutas se llevaron lo fácil y yo debo llevar el rollo de alambre de púa y el playo y machete. Voy tras de ellas continuando mirándolas directamente. Las miro directamente. Observo sus cabelleras moverse con la brisa del aire sus cuerpos moviéndose sensualmente, pero no lo hacen para seducirme. Ellas son sensuales, hermosas. Me llega el aroma de sus cuerpos y es delicioso.

Bajan por el inicio del cercado la parte inferior llegando a la primera ruptura del cercado, retiro mi cara de embobado y desenrollo un poco el rollo de púa cortando lo necesario, me demoro un poco templando bien el alambre, ellas me ayudan, continuamos así hasta completar reparar las rupturas del cercado en la parte inferior y salimos a la parte superior encontrándonos con el señor Daniel y su esposa.

–Buenos días joven –me saluda la señora Katrina. Contesto.

–¿Están reparando el cercado? –dice el señor Daniel.

–Sí, gracias por decírmelo. Ya terminé la parte inferior. Ellas me ayudaron un poco –respondo.

–No me digas que les pusiste la condición de ayudarte en la cerca, para las becas –dice la señora Katrina mirándome con seriedad. No respondo. –Eres un explotador.

–Cariño –el señor Daniel llama la atención.

–Mejor, continuo mi trabajo. –avanzo unos metros y regreso la vista –por cierto, Daniel. Una vez me hablaste de alguien del pueblo que quería vender un yegua. Todavía la tiene.

–Ya la vendió, pero seguro debe tener otra. Ya le llamo y te digo –responde.

–Gracias –respondo y continuo.

Sigo avanzando por todo el cercado, esta hacienda es muy larga creo que tendré que contratar personal si quiero expandirme un poco más. Doy la vuelta hacia el otro lado donde otra montaña se encuentra, he querido comprar esas tierras, peros los dueños que la habitan se han negado a venderme sus tierras, pero seguiré insistiendo un poco más talvez no he ofrecido la cantidad correcta.

–¡Que cansado! –Lucrecia se queja.

–Les advierto que seguiré hasta que termine aquí. Así que del almuerzo olvídense, pero si quieren pueden regresar a la casa.

Comparten una mirada –Nos quedaremos. –continua Lucrecia.

–No pienses que somos tan débiles –dice Salomé.

Su aptitud me gusta, aunque, me molesta un poco que intenten hacerse las fuertes cuando se nota que están muriéndose de hambre. Seguimos hasta que terminamos cerca de las tres de la tarde y justo me llama Daniel para confirmarme que si hay otra yegua para vender y le pido que arregle la compra con el hombre. Llego al potrero donde galopa mi caballo y lo veo desplazarse despacio por el lugar.

–Vas a tener compañía. Amigo –digo.

–Le compraste una compañera –dice Lucrecia.

–Bueno, no quiero que este solo –respondo –al menos el tendrá una oportunidad de iniciar una manada y tendrá compañía.




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