Ellas Mis Chicas

Capítulo 22

Las miro por el retrovisor, están calladas con las miradas en dirección a sus ventanas, sus rostros expresan algo de tristeza. Como si tuvieran un vacío por dentro, apoyan sus mejillas sobre los nudillos de sus manos conservando sus miradas perdidas, quiero preguntarles que les sucede, pero siento que no sería buena idea hacerlo. El viaje se vuelve más incómodo de lo que pensé.

Conduzco por medio de la carretera con este silencio desbordante, siento que me estoy ahogando por saber qué es lo que pasa con ellas, paso el lugar donde Lucrecia y yo tuvimos sexo y ella ni siquiera lo noto. Aún recuerdo ese día, lo calidad, suave que era. Su cuerpo, sus labios y se me vienen los recuerdos de Salomé también. Estas dos mujeres.

¿Por qué siento que mi pecho pesar? Mi cuerpo esta tenso, siento algo de ansiedad, tenso mis músculos, siento una rabia crecer dentro de mí. Mi respiración se vuelve cada vez más pesada. Siento que deseo liberar tensión, no, siento una pena nunca antes sentida.

¿Por qué siento que quiero embriagarme en licor? Y desahogar mis penas, mejor dicho, soltar algo que siento debo liberar. Llegamos al departamento.

–Gracias por traernos –dice Salomé con la voz suave.

–Nos vemos –dice Lucrecia del mismo modo.

Sus manos se mueve abrir las puertas del auto y por instinto, las bloqueo. Ellas mueven la manija intentando abrir las puertas.

–Abre las puertas –dice Lucrecia.

Dirijo mi mirada hacia ellas, sus miradas perdidas, el brillo en sus ojos, pero ese brillo es diferente al que he visto antes en ellas siguen moviendo la manija –abre las puertas –dice Salomé.

–¿Qué les pasa? –pregunto –desde ayer están… –no completo la palabra.   

–Sino lo sabes lo que tienes frente de ti. No tiene caso decirte. Ahora abre las puertas –responde Lucrecia.

–No soy un adivino, para saber lo que sucede sino me lo dice –respondo.

–Eres bueno haciendo negocios, administrando tu hacienda, pero en lo personal eres un desastre –contesta Salomé.

–Haber. No sé, que sucede con ustedes ayer…

–Hicimos el amor –dicen juntas callándome.

Mis ojos se abren. Cierto eso de ayer no era sexo, no hubo esa chispa cuando tienes sexo, lo de ayer era mucho más íntimo, había fuego, pero un fuego diferente. Había un desborde de emociones y sentimientos algo que no obtienes solo con el sexo.

–Yo…

–Ábrelas –dice Salomé cortándome.

Siento culpa. ¿Qué sucede? ¿Por qué sus expresiones me afectan? Abro las puertas y ellas salen tomando sus cosas ingresando al edificio. Suelto aire, muevo ligero la cabeza tratando de entender que fue todo eso, sentí que me estaban reclamando, me estaban sacando en cara algo. ¿Qué demonios?

Mi celular timbra e identifico a la chica con la que me voy a encontrar, respondo –hola, buenos días –saludo.

–Hola disculpa que te moleste, pero. Quería saber a qué hora será la cita –responde.

–Le parece bien este momento. Estoy en la ciudad –respondo.

–Claro, le envió mi ubicación para que me recoja –me lleva su ubicación. 

–Llegare en diez minutos –respondo.

Ellas lo miraban desde la ventana dentro del auto parecía estar hablando con alguien y al instante salió del lugar.

–Se marcha –dijo Lucrecia. Caminando hasta la sala donde se tomó la cabellera echándola hacia atrás –no lo puedo creer. Es increíble todo esto.

–El que, enamorarnos del mismo hombre –dice Salomé.

Lucrecia asiente –pero lo que me enoja es que no se da cuenta de nada. viste lo que hizo ayer.

Salomé bajo la mirada, no podía creer que después de ese mágico momento entre ellos, él llamara a esa chica que conoció en la discoteca.

–No tuvimos cuidado, nosotras lo llevamos para ganar esa compensación del contrato –hablo Salomé –olvidamos que solo éramos sus chicas de placer, pero –llego con ellas –no me arrepiento de nada. de lo que siento por él y también por ti. –Acuno el rostro de Lucrecia depositando un casto beso –parece que me volví loca.

Lucrecia poso sus manos en la cintura de Salomé y devolvió el beso –no eres la única.

Cayeron sobre el mueble besándose apasionadamente explorando sus cuerpos, liberándose de las prendas de vestir. Besando, amasando, lamiendo cada parte de ellas escuchando el gemido de sus voces con cada toca provocado por ellas el agitar de sus cuerpos. Frente a frente con sus piernas extendidas a sus costados, se besaban y acariciaban llevando una de sus manos hasta sus intimidades invadiendo sus interiores, provocando gemidos más fuertes y excitantes, sus espaldas se curvaban, sus cabelleras iban de adelante atrás, con cada invasión. Hasta explotar en éxtasis siendo sellado en un beso romántico que silencio sus gemidos, cayendo sobre el mueble. Frente a frente compartían últimos besos fugaces, para solo abrazarse románticamente sintiendo sus cuerpos pegados por el sudor desprendido por ellas.

–No importa, si logra tener algo con ella. Si al final podemos estar juntas –hablo Lucrecia depositando un beso en la frente de Salomé.




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