Elliot Gardner: El Director

Capitulo 3

El silencio del videoclub era espeso, casi físico.
Solo se escuchaban los ruidos secos de las cajas golpeando el suelo y el roce de los discos al deslizarse fuera de su envoltorio.

Javier dejó caer una caja, levantando una nube de polvo que bailó bajo la luz artificial.
Se agachó, sacó los DVD uno por uno y se los fue pasando a Elliot.

Elliot los tomaba con calma, encajándolos en los estantes como si el orden del mundo dependiera de ello.

«El mundo de la ficción es fascinante… pero últimamente, ya no sé si me apasiona más esto o verla a ella.»

La campanita del local sonó.
Un sonido leve, pero suficiente para romper la monotonía.

Elliot se detuvo. La caja quedó entre sus manos.

Giró lentamente hacia la puerta.
Y ahí estaba.

Luz Fischer.

La misma luz que parecía traer vida a un lugar que ya no la tenía.

Caminaba con una naturalidad imposible, como si la cámara la siguiera sin que ella lo supiera.

«Otra vez… tú.»

Luz levantó la mano y lo saludó con una sonrisa amable.

Elliot respondió casi sin pensarlo, un reflejo suave, casi humano.

Y entonces, la voz de Javier lo devolvió al mundo real.
—Oye, Elliot… ¿me estás escuchando? ¿A quién le sonríes?

Su voz le llegó desde algún punto lejano del local, como un audio fuera de sincronía.

Elliot parpadeó, confundido, bajó la vista a la película que aún tenía en la mano.

—No… no a nadie. Solo estaba pensando —murmuró, intentando sonar distraído.

Javier frunció el ceño.

—Últimamente estás raro, hermano. No me prestas atención. Y por cierto… ¿qué pasó con la chica del otro día? ¿Le hablaste?

Elliot dejó el DVD en su lugar, sin mirarlo.
—No. No lo hice. Pero eso no importa.

«Si ella estuviera aquí, todo sería distinto. Me imagino a los dos acomodando películas, el polvo cayendo sobre nosotros como nieve.
Sería una escena elegante, íntima… romántica.»

Se interrumpió a sí mismo.
«No, no… eso sería una locura.»

Javier se encogió de hombros.

—Te dije que ibas a perder tu oportunidad. Era linda, seguro tiene a varios detrás.

Elliot suspiró, apenas.
Su mirada se perdió entre las estanterías.

«El amor también es montaje, Javier.
A veces hay que cortar lo que sobra.»

Tomó otra película, la acomodó en su sitio, y una leve sonrisa cruzó su rostro.

«Luz será mía. Ya lo verás.»

El plano podría cerrar en su perfil, con el ruido mecánico de los estuches abriéndose y cerrándose detrás, como si el mundo continuara sin notar la grieta que acababa de abrirse.

---

El sol caía detrás de los edificios del centro de Los Ángeles, tiñendo las ventanas con un reflejo anaranjado que parecía arder.

Elliot caminaba sin prisa, abrigado por un saco negro liviano y un aire de calma que solo engañaba a quien no lo mirara de cerca.

Tenía los ojos fijos en su celular.
La pantalla lo guiaba más que las calles.

Deslizaba el dedo sobre el perfil de Luz Fischer, actualizando una y otra vez, como si esperara que el universo le concediera un nuevo fotograma.

Cada foto era una pequeña dosis.
Cada publicación, un alivio momentáneo.

«El celular es mi lente. Y ella… mi plano favorito.»

Se sentó en una banca, en medio del bullicio de la ciudad.

Pero para él no había ruido.
Solo la luz azul del teléfono y la respiración contenida.

«Necesito saber más de ti.»

Entró en el perfil de una de sus amigas: Avril. Nada.

Luego el de Juliana. Tampoco.
Hasta que llegó a Diana Ford.

Una historia. Elliot la abrió.

El brillo del teléfono se reflejó en sus ojos. Era casi celestial. El algoritmo acababa de mostrarle el camino.

Una foto en penumbra, luces de colores, decoraciones colgando.

Algo estaba por empezar.

«¿Un festival?.»

Frunció el ceño.
Leyó el texto sobre la imagen:
«Las espero en el festival de hoy, mis amores 😊.»

Y debajo, las etiquetas.
Avril. Juliana. Y Luz Fischer.

El pulso de Elliot se aceleró.
Sintió que el aire pesaba distinto.

«Con que estarán ahí…»

Volvió a tocar la pantalla.
La ubicación aparecía brillante, como una coordenada del destino.

Elliot la observó unos segundos, luego guardó el celular en el bolsillo.
Se acomodó la capucha.

«No todos los guionistas son humanos. A veces el destino escribe con filtros y emojis.»

Se levantó, echó una última mirada a la ciudad iluminándose lentamente.

El viento le cruzó la cara.

«Toda película de suspenso necesita un cambio de locación.»

Y empezó a caminar, como si ya supiera que el siguiente plano lo esperaba ahí.

---

El festival vibraba como una bestia viva.
Luces colgantes, risas, música que golpeaba el pecho como una secuencia sin pausa.

Elliot avanzaba entre la multitud con la capucha puesta, su andar era lento, pero cada paso tenía un propósito.

El caos del lugar le resultaba perfecto. En un sitio donde todos buscan ser vistos, él podía pasar desapercibido.

«El ruido distrae. Las multitudes son el mejor escondite para los que saben observar.»

Miró alrededor.

Faroles de colores, puestos improvisados, cuerpos que se movían al ritmo de una canción que nadie parecía escuchar del todo.
Pero él buscaba otra cosa.

Otra presencia.

«¿Dónde estás?»

Su mirada recorrió la marea humana hasta encontrarla.

Ahí estaba. Luz Fischer.

Sentada en una esquina, rodeada por sus amigas, riendo como si el mundo no fuera capaz de dañarla.

Elliot se ajustó la capucha, bajó la cabeza apenas.

El corazón le golpeaba el pecho como un redoblante en crescendo.

Se acercó despacio, con esa precisión que solo tienen los que no quieren ser notados.

Se sentó en una mesa cercana, dándoles la espalda, lo suficientemente cerca para escuchar, lo suficientemente lejos para seguir siendo invisible.



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En el texto hay: psicpata, psicología suspenso, stalking

Editado: 25.10.2025

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