El departamento de Elliot estaba sumido en oscuridad.
Solo la luz azulada de la laptop recortaba su rostro, como si la pantalla lo estuviera esculpiendo.
El aire olía a encierro, a cafeína seca y latas vacías.
Papeles dispersos, garabatos, líneas tachadas.
El set perfecto para una mente en posproducción.
El cursor parpadeaba sobre el nombre de Cody Blake, esperando una orden. Elliot la dio: enter.
El perfil se abrió.
Las imágenes aparecieron una tras otra, iluminando la habitación a destellos intermitentes.
—Veamos qué tenemos aquí... —murmuró, con voz baja, casi íntima.
Autos. Demasiados.
Brillantes, costosos, estacionados en lugares que no parecían suyos.
Elliot ladeó la cabeza, con una mueca lenta.
—¿En serio, Cody?
Siguió bajando, videojuegos, selfies con poses medidas. Ninguna foto con Luz.
Eso fue lo que más le dolió.
«Tener una novia como ella y no mostrarla...
Eso no es discreción, es cobardía. ¿O acaso te avergüenzas de tu protagonista, Cody?»
Leyó la descripción del perfil:
“Un tipo sencillo.”
Elliot sonrió, sin humor.
—Sencillo… claro. La humildad de un impostor.
Abrió las historias. Una de golf.
Bastones, césped, un atardecer dorado.
«También juegas golf… todo un cliché.»
La siguiente story decía: “Hoy golf a las cinco.”
Elliot detuvo el video. Observó la ubicación.
Sus labios se curvaron apenas.
Ya tenía su próxima escena.
El puntero siguió moviéndose, abriendo fotos, deslizando, leyendo comentarios.
Cada clic era un corte seco.
Cada desplazamiento, una disección.
De pronto lo vio.
Una respuesta de Cody a una cuenta femenina.
Luego otra, y otra.
Corazones, cumplidos, frases vacías.
Elliot dejó que una sonrisa helada se le escapara.
«En conclusión, Cody Blake. Un ‘trailer’ engañoso. Los coches no son tuyos, el golf es una pose, y tú vida es un filtro, ¿Crees que puedes engañar al director?»
Cerró la laptop lentamente, como quien cierra un ataúd.
El reflejo de la pantalla se apagó en sus ojos.
«Y esos comentarios a otras… La infidelidad no es un error menor, es un fallo estructural.
No solo arruinas la película de Luz, estás arruinando el género.»
Se levantó despacio, tomó su abrigo negro del respaldo de la silla.
La tela cayó sobre sus hombros como una sombra familiar.
«Pero no puedo basarme solo en fotos. Los actores se equivocan… Necesito una toma en vivo.»
Hizo una pausa frente a la puerta, la mano en el picaporte.
«El golf... un escenario ideal para observar la mezquindad de un hombre que finge éxito.»
Y salió,
dejando atrás la habitación a oscuras,
como si hubiese apagado el proyector después de una proyección privada.
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El reloj marcaba las cinco y algunos minutos.
El sol cortaba el aire como una cuchilla dorada.
Elliot ajustó su gorra, bajó el ala hasta cubrirle los ojos.
El campo de golf se extendía frente a él, verde, impecable, abierto al público.
Demasiado vulgar para un tipo que presume elegancia.
«Si fueras alguien serio, Cody… lo harías en un club privado. Pero claro, la ostentación sin membresía es solo un decorado.»
A lo lejos, lo vio.
Cody Blake, en pleno intento de perfección.
Colocó la pelota, respiró hondo, balanceó el palo… y falló.
La pelota rodó apenas unos metros.
Cody se quedó quieto, con la mandíbula tensa.
Luego el berrinche: un gesto violento, un insulto masticado.
—Si me vuelves a distraer, te rompo el putter en la cabeza, ¿entendiste? —escupió hacia su compañero.
Elliot lo observó sin pestañear.
El viento movía el borde de su gorra, pero su mirada permanecía fija.
«No es distracción, Cody. Eres malo. Simplemente malo.»
El hombre volvió a golpear el suelo, frustrado, repitiendo la escena de su propia derrota.
Su amigo soltó una risa incómoda.
Elliot no.
Plano cerrado: el villano pierde la compostura.
Excelente actuación.
Avanzó unos pasos por el pasto húmedo, los zapatos hundiéndose apenas.
Cada movimiento era un travelling lento, calculado.
«Mal perdedor. Agresivo. Esto no es un simple conflicto romántico, Luz. Esto es un peligro.»
Se detuvo junto a una sombra proyectada por un árbol. Sacó el celular, apuntó a lo lejos.
Zoom. Enfoque. Grabando.
El sol bañaba el rostro de Cody, deformando su expresión en una mueca grotesca.
«Mi película tiene que protegerte de los malos actores, Luz. Mi intervención ya no es una opción… es una obligación narrativa.»
Elliot se sentó en el borde de una banca cercana, inmóvil, solo los ojos moviéndose detrás de la visera.
Cody rió otra vez, forzadamente.
Elliot no escuchaba el sonido, solo veía los gestos.
«Un tipo así no merece el papel. Pero yo…»
El teléfono vibró entre sus dedos.
Grabación detenida.
Elliot sonrió con apenas un temblor en la comisura.
«…yo sí puedo reescribir la escena.»
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La noche había caído como una sábana húmeda sobre la ciudad.
Las hojas de los árboles se mecían con un susurro tenue, casi cómplice.
Elliot estaba allí, en la acera contraria, oculto tras el tronco oscuro de un fresno.
Había seguido a Cody Blake hasta su casa.
No por casualidad. Por destino.
«Una casa normal. Fachada beige, rejas comunes. Entonces, Cody… ¿qué intentas aparentar?»
El aire olía a tierra y a mentira.
Elliot lo vio entrar.
Y luego —como un plano maldito—, una silueta apareció en la ventana.
Cabello recogido. Movimiento leve. Luz.
El corazón de Elliot se contrajo, seco.
«Carajo... ¿Qué haces tú aquí, Luz? En casa de este farsante.»
Sus manos se cerraron en puños, los nudillos tensos.
A través del vidrio, los vio abrazarse.
Un encuadre simple, doméstico, insoportable.