Elliot Gardner: El Director

Capitulo 9

La noche del viernes caía densa sobre Los Ángeles.

El videoclub estaba cerrado.
Solo una luz permanecía encendida al fondo, en el depósito.

Elliot estaba allí, frente a su laptop, el rostro iluminado por el resplandor azul de la pantalla.
Sus ojos parecían cansados, pero no parpadeaban.

Esta vez, la protagonista no era Luz Fischer.
Era Juliana Santos.

—Juliana Santos... —murmuró, casi como si leyera un nombre en el cartel de una película.

«Si me llevo bien con las amigas, la protagonista me tendrá más confianza. Nada de adelantarse. Todo debe ser progresivo, natural, como en una buena historia.»

Deslizaba el cursor lentamente, recorriendo fotos coloridas, coreografías, risas, escenarios iluminados.

El mundo de Juliana era puro ritmo, una paleta cálida y viva.

Elliot sonrió apenas.

—Parece buena persona... hoy se notó —susurró.

Salió del perfil. Tecleó un nuevo nombre.

Avril Russell.

El perfil apareció en la pantalla… bloqueado.
Privado.

Elliot ladeó la cabeza, respiró hondo.

«Demasiado tarde, Avril. Ya sé lo suficiente: el voley, el club Fontey, las fotos con Luz. No hay forma de salirte del guion.»

—Sé que juegas con Luz —murmuró, con voz baja, casi como si hablara al monitor—. Mismo equipo, misma energía. Perfecto.

Tomó una lata de gaseosa a medio terminar, bebió un sorbo, el gas le raspó la garganta.
La lata hizo un sonido hueco al volver a la mesa.

El zumbido del tubo de luz llenaba el aire.

«Si logro un encuentro casual con ellas, el resto será sencillo. Que me vean. Que me recuerden. Que confíen.»

Sus dedos se movieron con precisión sobre el teclado.

Abrió el perfil de Luz.
Una nueva historia.

«Club Fontey. Próximo encuentro. Sábado 20:00 horas.»

Elliot se inclinó hacia adelante, como si leyera una señal sagrada.

«Ahí estarás, Luz. Y seguro también Avril. Doble función. Público asegurado.»

Pero aún faltaba una pieza.

Volvió a Juliana.

Su último post: una presentación de danza.
Sábado, a la tarde.

Elliot levantó las cejas.

—Dos escenarios, un solo día. Qué jornada más productiva... —murmuró.

«Juliana la bailarina. Avril la atleta. No son personajes principales, pero son parte del universo narrativo de Luz. Si ellas bajan la guardia, Luz lo hará después. Construcción de mundo, no antagonismo.»

Miró el reloj. 9:03 p.m.
Guardó la laptop, se puso de pie.
El depósito olía a pintura seca y electricidad vieja.

Apagó la luz. Silencio.

Cuando salió al pasillo, la campanita del local sonó.

Elliot giró.

Javier acababa de entrar.

—Hey, Elliot. Me dijiste que viniera… ¿todo bien? —preguntó Javier, quitándose la campera.

Elliot lo observó unos segundos.
Luego asintió con calma, como quien se prepara para una toma difícil.

—Sí, claro. Justo eso quería hablarte.

Caminaron hasta el mostrador.
Elliot habló sin rodeos.

—Mira, Javier. Lo siento, pero con la tienda siendo mía, necesito ajustar el equipo. Eres un buen tipo, pero esto requiere una sola visión. No voy a necesitarte más. Te daré una compensación, por supuesto.

Un silencio tenso.
Solo el tic-tac del reloj.

—¿Q-qué? —balbuceó Javier—. ¿Me estás despidiendo?

Elliot bajó la mirada.

—No lo tomes personal. Simplemente... las historias con demasiados personajes se vuelven confusas.

Javier lo miró incrédulo.

—Hermano, ¿estás seguro? ¿Podrás solo?

—Tranquilo. Tampoco entra mucha gente —dijo Elliot, acomodando unos VHS apilados—. No será un problema.

Javier lo observó, intentando reconocer al amigo que conocía.
Pero su expresión era otra: más rígida, más distante.

—No entiendo qué te pasa, Elliot. Cambiaste de un día para otro. Estás raro, viejo... ¿estás bien?

Elliot se puso el abrigo, sin mirarlo.

—Estoy mejor que nunca. Y te lo digo de frente, porque las cosas se dicen así. —Pausó, con un gesto de despedida leve—. Gracias por todo, Javier.

Elliot caminó hacia la puerta y la abrió.
El aire frío entró, levantando el polvo del piso.

—Vamos, sal. Tengo que cerrar.

Javier quedó quieto.

Miró el suelo.
Luego miró a Elliot, esperándolo del otro lado, con la llave en la mano.

El sonido metálico del cerrojo fue la última línea de la escena.

---

El sábado llegó con un cielo sin nubes y un sol hiriente.

El evento de danza se desarrollaba al aire libre, entre parlantes saturados y mesas de plástico manchadas de vino barato.

Elliot ajustó la visera de su gorra.

El reflejo del mediodía le cortaba la vista.
Tomó un vaso con vino de una mesa descuidada y se lo llevó a los labios, observando el escenario.

«Demasiada luz para una escena de observación. Pero el encuadre es bueno. Juliana debe estar detrás del telón, preparándose para su acto.»

Buscó una sombra, se sentó, esperó.
El aire vibraba con música electrónica.

Minutos después, el presentador anunció al grupo.

Las bailarinas aparecieron en escena.
Y ahí estaba ella.

Juliana Santos.

Vestido rojo, rizos encendidos bajo el sol, una sonrisa profesional.
Elliot la reconoció al instante.

«Movimiento fluido. Expresión genuina. Excelente actriz de fondo.»

El espectáculo siguió. Gente aplaudiendo, niños corriendo, vasos chocando.
Elliot no apartó la mirada.

Cuando terminó el número, se levantó despacio.
Vio a Juliana charlando con otras bailarinas, copa en mano, la piel brillando de sudor y luz.
Él avanzó.

Se quitó la gorra.
Camino estudiado. Ritmo exacto.

«No debo hablarle de frente. Que el azar haga su parte. Los mejores encuentros parecen casuales.»

Pasó junto a ella, lo bastante cerca para dejar un eco.

Juliana giró la cabeza.

—Oye, espera —dijo.

Elliot se detuvo, giró despacio, como sorprendido.



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En el texto hay: psicpata, psicología suspenso, stalking

Editado: 13.11.2025

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