El trapo húmedo se deslizaba sobre el mostrador con una precisión casi quirúrgica.
Elliot limpiaba como quien intenta borrar un pensamiento.
El videoclub estaba más vivo que de costumbre.
Un murmullo leve, pasos, el tintinear de las cajas de DVD.
Parecía un lunes prometedor.
El cartel de promociones que había colgado afuera funcionaba.
Un pequeño éxito de taquilla, pensó.
Elliot observó el lugar por un instante:
los pasillos, las luces cálidas, los rostros distraídos.
El plano era sereno, casi doméstico.
Volvió a mirar el mostrador, pasó el trapo otra vez.
Todo iba bien. Demasiado bien.
Entonces, la campanita sonó.
El sonido lo cortó todo. Elliot levantó la vista. Y ahí estaba.
Cody Blake.
Quieto en la entrada, con el abrigo medio abierto, los ojos recorriendo el lugar.
El silencio se expandió como una grieta invisible.
«No puede ser. Cody Blake en mi videoclub. Esta escena no está en el guion. Esto es una
irrupción. Una improvisación barata.»
Cody caminó despacio entre las estanterías.
Leía títulos al pasar, fingía interés.
Pero sus ojos buscaban algo más.
Hasta que lo vio. El delantal de Elliot.
El nombre bordado.
Sus pasos se hicieron más firmes.
Elliot lo esperó de pie, el trapo aún en la mano.
—¿Trabajás aqui? —preguntó Cody, la voz tensa.
Elliot levantó apenas la mirada.
—Así es. Soy el dueño.
Cody asintió despacio.
Sus labios se apretaron en una mueca que intentaba ser una sonrisa.
—Entonces sí… eres Elliot Gardner.
Silencio.
Solo el zumbido del fluorescente.
—Me llegó un rumor —dijo Cody—. Que el tipo del videoclub anda demasiado cerca de mi chica.
Elliot no respondió. Dejó el trapo sobre el mostrador, ordenadamente.
—Luz —continuó Cody—. Mi Lulu. La acompañaste una noche. Y después… café.
Elliot lo miró con calma estudiada.
Una expresión que no decía nada.
—No sé de qué hablás. —Pausa—. Tengo muchos clientes. ¿Tú eres…? Ah, sí. Cody. Escuché de ti.
El aire se volvió más denso.
“El antagonista aparece. No en su mejor momento, pero llega. El patán celoso. El censor. Ese que cree que controlar es amar.”
Cody se pasó la mano por la cara, impaciente.
—No te hagas el simpático. Ya eh lidiado con tipos como tú. No quiero verte cerca de ella. ¿Quedó claro?
Elliot sostuvo su mirada.
La suya era fría, casi amable.
—Clarísimo.
—Bien. —Cody se giró—. No tengo tiempo para esto.
“Claro, no tienes tiempo por tu torneo. Tu patético universo de píxeles.”
Cody se alejó sin mirar atrás.
La campanita volvió a sonar al salir.
Elliot quedó quieto.
Solo el sonido del reloj y el eco de su respiración.
Apretó el trapo húmedo entre los dedos, el agua goteando sobre el mostrador.
—Dijo que le llegó el rumor… —murmuró. Sonrió apenas. —Gracias, Diana. Qué generosa.
Se sentó detrás del mostrador, exhalando despacio.
«Así que el público quiere conflicto. Perfecto.
Si quieren un clímax, lo van a tener. Porque los secundarios que no entienden su papel… son los primeros en salir del guion.»
Elliot miró hacia la puerta.
El reflejo del vidrio le devolvió su propia figura, quieta, espectral.
«Cody, querido… acabás de escribir tu última escena.»
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El reloj marcaba las 6:30.
El sol descendía lento sobre la fachada amarillenta de los Departamentos El Dorado.
Elliot apagó el motor y dejó que el silencio llenara el interior del auto alquilado.
Un vehículo anónimo, funcional.
El tipo de auto que nadie recuerda haber visto.
«Después de esto… tal vez tenga que comprarlo.»
Se acomodó la gorra, bajó un poco los anteojos de sol.
El reflejo naranja le cortaba la mitad del rostro.
Sacó el celular.
El chat de Luz Fischer seguía abierto.
Leyó el intercambio de hace unas horas:
“¿Y qué planes tienes para hoy?”
“Me veré con Cody en unas horas, y luego no sé jaja.”
Elliot sonrió apenas.
Una sonrisa sin alegría.
«Perfecto. Toda buena escena necesita testigos.
Y hoy, el protagonista... es él.»
Apoyó los dedos sobre el volante, los tamborileó con paciencia.
El sonido seco de las uñas marcaba el ritmo de la espera.
Entonces lo vio.
Cody Blake doblando la esquina, caminando con su típica prisa arrogante.
Elliot se recostó un poco en el asiento, ajustó la gorra.
«Llegás tarde al rodaje, campeón.»
Cody cruzó la calle y tocó la puerta del departamento.
Elliot observó todo a través del parabrisas, como si mirara un plano cuidadosamente compuesto.
Miró hacia el asiento trasero.
Ahí estaba.
El martillo nuevo, envuelto todavía en su bolsa de ferretería.
«Lo compré para colgar un póster... curioso destino para un accesorio tan simple.»
Volvió la mirada al edificio.
La puerta se abrió. Cody entró.
Y el escenario quedó en silencio.
El tiempo pasó despacio.
El sol terminó de caer, y las luces del barrio encendieron su tono amarillento, como un filtro de película gastada.
Elliot no se movió, solo observaba.
La respiración tranquila, el pulso constante.
Hasta que la puerta volvió a abrirse.
Cody salió.
Su cuerpo rígido, la mandíbula apretada.
Luz lo siguió hasta la vereda.
Elliot bajó el vidrio apenas.
El aire fresco de la tarde se mezcló con las voces.
—¡Espera, no te vayas así! —decía ella.
—Ya te lo dije, Luz. No quiero que te veas con ese nerd del videoclub.
Silencio.
Elliot contuvo el aliento.
—¿No puedo tener amigos? —preguntó Luz.
—Sí, pero tengo que saberlo antes. —Cody dio un paso hacia ella—. Entiéndelo, es por tu bien.
Luz lo miró sin entender.
—Cody, estás exagerando. Es solo un amigo.
Los diálogos eran torpes. Ella no debía suplicar. Cody no debía elevar la voz. Necesitaban dirección.