Elliot Gardner: El Director

Capitulo 11:

Los ojos de Cody emergian a la vida como una cámara que reaparece tras un desenfoque largo.

Todo duele: el mundo vuelve a borrones y sonidos apagados. Un zumbido persistente, el olor frío del metal y, a lo lejos, una luz amarillenta que parpadea como si tratara de recordar su tono.

Abrió los párpados y vió una figura que se recorta frente a él: alguien sentado, inmóvil.

No puede enfocarlo con claridad; la vista insiste en traicionarlo. Un movimiento, un rasguido: una herramienta, el roce de un paño, tareas mecánicas que suenan extrañas en esa penumbra.

Intenta mover el brazo derecho y la sorpresa lo devuelve de golpe: no puede. Un frío metálico aprieta su muñeca.

La realidad cae sobre él con lentitud: está sujetado, limitado.

La confusión se mezcla con un temor puro y primario. Cuando su mirada se aclara, ve la silueta con nitidez: Elliot, demasiado sereno, demasiado en control.

Elliot está sentado, pasa un trapo sobre el metal del martillo con movimientos metódicos, como quien limpia un set de filmación entre tomas.

El gesto es banal; la escena, sin embargo, es perfecta en su espanto.
Cody siente la piel de pollo y un temblor que no es solo del cuerpo, algo en su estómago se encoge ante la calma de ese hombre.

—Vaya —dice Elliot, casi en un susurro—. Al fin despiertas, Cody.

La voz no pretende asustar; su gravedad la hace peor.

Cody se toca la cabeza. Hay manchas rojas oscuras en su ropa, secas, el rastro de lo que fue. No hay detalles grotescos, solo la certeza de que algo irreversible pasó.

El trapo cae sobre la mesa junto con un pequeño sonido metálico.

Elliot deja la herramienta a un lado y se incorpora con la tranquilidad de quien remata una toma perfecta.

—Sabes... esto es una herramienta de edición, Cody, no un arma. Pero el óxido de las cadenas no se quita tan fácil.

Se acerca sin prisa, observándolo como un director que examina a un actor que no supo interpretar su papel.

—¿Qué buscas? —preguntó, su tono es curioso, casi académico—. ¿Tu teléfono? ¿Algún relato con el que pretendas salvarte?

Cody forcejea con la idea de ponerse en pie, las manos temblorosas buscando en los bolsillos.

Elliot sonríe, una sonrisa que no se permite caridad.

—Todo lo que traías está sobre la mesa —dijo Elliot, con esa frialdad elegante que tanto asusta—. Si hubieras sido más observador, habrías previsto el corte.

La palabra “corte” cayó como una sentencia. Cody intenta hablar; la voz salió áspera, sin fuerza.

—¿Tú… tú fuiste? ¿Por qué? ¿Qué quieres de mí? —las preguntas son hilos que el aire corta sin devolver respuesta.

Elliot se inclinó, por un segundo su rostro quedó demasiado cerca, y el brillo de la luz le recorta los rasgos.

—No soy un monstruo, Cody. Soy un director protegiendo su proyecto. Nadie más puede saber de esta toma.

Los intentos de Cody de demandar auxilio sonaban huecos en ese cuarto cerrado.

No hay ventanas que den vida, solo paredes que absorben cualquier grito. La desesperación le pide un acto fácil: gritar, arrancar, luchar.

Elliot lo observó con paciencia.

Cody arrastra una palabra mal pronunciada, una petición que suena a súplica.

Elliot guarda algo en el bolsillo: no hace gestos para asustar, ni amenazas sonoras; su poder reside en la calma que deja todo sin posibilidad de réplica.

—Grita si quieres —dijo antes de alejarse—. Grita y nadie te creerá. Grita y solo le dirás al vacío que perdiste la compostura.

La puerta queda entreabierta. Elliot se detiene en el marco, lo mira una vez más como quien mira la última toma de una cinta. No añade explicaciones. No las necesita.

Cierra la puerta. La llave gira con un sonido preciso.

«Debo desahcerme de Cody... lo antes posible.»

---

El sol caía oblicuo sobre el parabrisas, tiñendo el interior del vehículo con un brillo dorado.

Elliot tenía el brazo apoyado en la ventanilla abierta; el aire tibio de la tarde movía apenas los bordes de su camisa.

A su lado, una bolsa con comida descansaba sobre el asiento del acompañante. Compras simples, rutinarias, un intento de normalidad.

«Bueno… ya está. El auto dejó de ser alquilado. Ahora me pertenece. Todo lo que necesito está bajo mi control.»

Elliot se miró en el espejo retrovisor unos segundos. Su reflejo lo observó de vuelta, sereno, aunque los ojos delataban cierta electricidad.

El silencio fue roto por un sonido familiar.

El teléfono de Cody vibraba en la guantera.
Elliot lo tomó con calma, como si el objeto le perteneciera desde siempre.

En la pantalla, una notificación: Luz.

«Veamos qué tiene para decir la protagonista.»

Abrió el chat. Las palabras aparecieron limpias, frías, casi cinematográficas:

“Cody, ¿por qué no me contestaste las llamadas? Sabes, pienso que esto ya no funciona. Siento que todo te vale un carajo.
Creo que es momento de cerrar esta relación.”

Elliot terminó de leer y el silencio volvió. Luego, una sonrisa apenas contenida se dibujó en sus labios.

«Perfecto. El quiebre emocional. El momento exacto antes del corte. La tristeza prepara el terreno para el cierre. Y yo… soy el encargado de escribir la última línea de Cody Blake.»

Con un gesto preciso, apoyó el teléfono sobre el volante y empezó a teclear. Cada palabra pensada como una réplica:

“Está bien, Luz. Si querés cerrar el ciclo, adelante. Pero no digas que no me importabas.
Fuiste lo primero en todo. Ya no me busques.
Cada quien por su camino.”

Elliot pulsó enviar.

Luego leyó el mensaje en voz alta, modulando cada sílaba, interpretando el papel de Cody con una dicción perfecta.

«Bravo, Cody. Última escena, última frase. La toma salió impecable.»

Dejó el celular a un lado y se recostó en el asiento. El aire de la tarde seguía entrando, suave, cómplice.

«Ahora… necesito una excusa. Algo tan casual que no despierte sospechas. Un motivo simple para llegar a su puerta. Natural, inevitable.»



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En el texto hay: psicpata, psicología suspenso, stalking

Editado: 13.11.2025

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