Ellos

La culpa

Benjamín Obregón corría a toda prisa por el pasillo. Varias veces había estado a punto de atropellar a la gente que se encotraba cerca.

Sentía que el corazón se le quería salir a causa del esfuerzo que hacía al correr. Sin esperar que le dieran permiso para entrar, se metió a la oficina de su hermano y cerró las persianas para que los curiosos no vieran lo que estaba por suceder.

—¡Se cayó el multifamiliar! —exclamó el ingeniero Obregón con angustia en la mirada.

—Ya lo sé ¿Y?

—¡¿Cómo y?! ¡Se derrumbó medio edificio Javier!

—No te apures Benja, muchos edificios se caen cuando tiembla, y más, tan fuerte —respondió Javier, sin apartar la vista de la pantalla de su ordenador.

—Pero es que no fue solo ese, fueron al menos cinco y tres los construimos nosotros. Alguien ya se fijó y están diciendo en las noticias que...

—¡Cállate! ¡Ya! ¡A mi me vale madre, le das una feria a quiene haya que dársela y se acabó

—No va a haber dinero que pague lo que provocáste, Javier. Te lo dije...Murió mucha gente por nuestra culpa.

—¡Déja de lloriquear, Benjamín! ¡La gente muere todo el tiempo, la tierra tiembla, los edificios se caen! ¡¿Y qué?!

—Es cuestión de tiempo para que lleguen a nosotros.

—¡Me vale! Benja, mira, cálmate... Esto es México.

—¿Es que no te sientes mal? Los materiales no solo no eran los que tenían que ser...

—Mira Benjamín, o cierras el hocico o me voy a encargar personalmente de que todos te vean como el único responsable y sabes que puedo hacerlo. Cállate y lárgate, porque tengo muchas cosas que hacer.

Benjamín lo miró indignado, resistiéndose a creer que ese criminal  insensible era parte de su familia.

Lo peor era que en todas las facturas de compra, era su nombre el que estaba escrito. Si, había comprado material un poco más barato de lo que debía, pero el que él había indicado en un principio fue cambiado más adelante por su hermano, para ahorrar todavía más, sin importarle que aquellos edificios resultaran un peligro inminente para quienes compraron un departamento ahí.

Javier no tenía escrúpulos y lo único que le importaba, era ahorrar lo más que pudiera para enriquecerse todavía más. Su ambición no tenía límite.

Pero él no era como su hermano y al darse cuenta de lo que habían provocado, de todas esas familias a las que engañaron y todos esos hombres, mujeres, niños y ancianos, que murieron sepultados bajo los escombros de un edificio que su compañía construyó, sintió una terrible culpa.

Después de salir de la oficina de Javier, Benjamín se dirigió a su casa a la que por supuesto, no le había pasado nada.

Sentado en la esquina del colchón, meditaba acerca de lo ocurrido.

En las noticias mostraban apenas una mínima parte de toda la destrucción que el terremoto había provocado.

Parecía una broma macabra del destino que el mismo día del aniversario del peor desastre sufrido por la ciudad y el país, la naturaleza hubiera vuelto a hacer de las suyas.

La conciencia no lo dejaba tranquilo. Se despojó de la corbata y el resto de la ropa y se puso otra mucho más confortable. La única manera que veía para expiar su culpa, era la de ofrecer su ayuda en las labores de búsqueda y como voluntario en algún centro de acopio o ayuda a los damnificados y eso fue lo que hizo. 

Bajó a la cochera, tomó todas las herramientas que le pudieran ser de ayuda a él o a los otros voluntarios y se dirigió al primer lugar donde pudieran necesitar de su cooperación.

Probablemente eso no disminuiría la pena que seguramente tendría que purgar en prisión, pero al menos, resarciría en pequeña medida, todo el daño que su negligencia criminal y la de su hermano, provocaron

.......

Para Javier Obregón, lo único importante en ese momento, era decidir a dónde se iría de vacaciones. Nada le importaban los muertos ni los heridos que su ambición desmedida causó.

Mientras decidía el lugar donde se hospedaría, la ciudad estaba hecha un desastre. Pero él no se sentía parte de eso, sus prioridades eran otras. Más superfluas y egoístas. Había pasado una semana después del terremoto y varias vialidades continuaban intransitables.

Por eso consideró que era mejor irse del país por una buena temporada. Tal vez cuando regresara, si es que lo hacía, las cosas ya habrían vuelto a la normalidad y el asunto de los edificios derrumbados, estaría solucionado o mejor aún, olvidado.

Posiblemente la justicia humana podía ser comprada con suma facilidad, pero existía otro tipo de justicia con la que Javier Obregón seguramente no contaba.

 




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