Ellos

La buena vida

Como si estuviera expiando sus culpas, Benjamín volvía día tras día, por largas horas para ayudar como voluntario.

Se había ganado la simpatía de muchos, incluso, la admiración por el entusiasmo que mostraba. Cuando el trabajo terminaba en un área, buscaba otras para continuar.

Para ese entonces, Javier ya se había instalado en un lujoso chalet cerca de la playa en Barcelona. Hermoso, de exquisito gusto y a todas luces, carísimo. Contento con su adquisición y sin el menor cargo de conciencia, salía a patinar por el malecón al amanecer.

El paisaje era hermoso y las mujeres también. Atractivo y atlético, no tardó en hacer migas con algunas lugareñas. En fin, todo parecía marchar a pedir de boca y de los extraños sucesos ocurridos de camino al aeropuerto, ni se acordaba.

 

Contrario a su superficial y despreocupado hermano, Benjamín había tomado un camino más espiritual. Había dejado la constructora y se había conseguido un trabajo más modesto. Llegó a la conclusión de que no eran necesarios grandes lujos ni riquezas para disfrutarde la vida que por fortuna, aún tenía. 

La gente que conoció y todo el drama que experimentó durante todos esos días, lo hicieron tener otra visió del mundo en el que había estado viviendo antes del terremoto. Fue testigo presencial de grandes actos de heroismo, pero también, de vergonzosos, ruines y mezquinos comportamientos.

Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos por pagar su parte de responsabilidad, su día a día tampoco estaba excento de eventos fuera de toda lógica, pues una noche, cuando todo empezaba a caminar con más normalidad en la ciudad, llegó a su departamento cerca de Santa Fe y solo abrir la puerta, vio a un anciano sentado en su sofá, viendo la televisión.

Lo reconoció de inmediato y temeroso se acercó.

—¿Pa-papá?...

El espectro no dijo nada, señaló la pantalla de cincuenta y cinco pulgadas empotrada en la pared para observar a su hermano Javier rodeado de sombras traslúcidas a cada paso, cada hora de cada día.

Cuando miró de nuevo al sofá, ya no había nadie y el televisor estaba apagado.

Los pelos de la nuca se le erizaron y sintió un frío gélido atravesandolo. Acto seguido, la pantalla se quebró de esquina a esquina para caer estrepitosamente al suelo.

Sabía que era un hecho importante y sintió el deber de informar a su hermano, pues no había que ser un genio para darse cuenta que Javier estaba en serio peligro, aunque a decir verdad, no tenía idea donde encontrarlo.

Un libro salió volando del librero y cayó a sus pies con las páginas hacia abajo. Benjamín se inclinó para levantarlo.

—Gaudí...Gracias papá. Saldré lo más pronto posible.

 

 

Javier se daba la gran vida en Barcelona. No había noche que se quedara en casa, andando de marcha toda la noche, teniendo sexo con todas las mujeres y hombres que se le antojaban. Por excesos no paraba y hasta que el amanecer no lo sorprendía, igual que un vampiro, regresaba a la seguridad de su departamento para continuar al caer la noche.

Lo cierto era  que evitaba permanecer solo o despierto demasiado tiempo cuando volvía, porque sentía un pánico cuando estaba solo...y a todo lo que ocurría entonces.

Benjamín llegó a Barcelona al medio día dispuesto a encontrar a su hermano mayor sin imaginar la manera en la que su presencia estaba siendo ansiada por Javier en ese momento..




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.