El orfanato entero estaba en silencio, pero no era un silencio común. Era denso, pesado, como si el aire estuviera contaminado con algo invisible. Con algo que respiraba entre las sombras.
Vaiolet no había dormido. Se quedó sentada en su cama, abrazando sus rodillas, escuchando cada pequeño sonido en la oscuridad.
Las monjas intentaban actuar con normalidad, pero el miedo se filtraba en cada mirada, en cada susurro entre los pasillos. Clara estaba muerta, y aunque nadie lo decía en voz alta, todas sabían que su muerte no tenía explicación.
Vaiolet tragó saliva y miró hacia la cama vacía de Clara.
Ellos la habían matado.
Sabía que la próxima podía ser ella.
Al día siguiente, la rutina del orfanato siguió como si nada. Las niñas fueron obligadas a desayunar en silencio, bajo la vigilancia de Sor Amelia y las demás monjas.
Pero Vaiolet no podía comer. Sentía que algo la observaba.
Ethan estaba sentado frente a ella, removiendo su avena con la cuchara sin siquiera probarla.
—¿Qué hacemos ahora? —susurró él sin levantar la vista.
Vaiolet no respondió de inmediato. Miró alrededor. Algunas niñas tenían los ojos hinchados de tanto llorar. Otras se abrazaban a sus muñecas como si fueran su única protección.
La policía dijo que investigarían, pero ella sabía que no encontrarían nada. Ellos no dejan rastros.
—Tenemos que bajar al sótano —dijo en voz baja.
Ethan dejó la cuchara y la miró.
—¿Estás segura?
Vaiolet asintió.
—Si los viste entrar allí, significa que hay algo que no quieren que sepamos.
Ethan miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los escuchara.
—¿Cuándo?
—Esta noche.
Él tragó saliva y asintió.
Vaiolet sintió el miedo treparle por la espalda. Sabía que lo que encontrarían allí abajo cambiaría todo.
Esa noche, el orfanato se sumió en el silencio otra vez.
Vaiolet y Ethan esperaron hasta que las luces se apagaron y los pasillos quedaron vacíos. Se movieron en la oscuridad, con los pies descalzos para no hacer ruido.
Cuando llegaron a la puerta del sótano, un escalofrío les recorrió el cuerpo.
La puerta estaba abierta.
Ethan se detuvo.
—No la dejé así…
Vaiolet sintió su respiración volverse pesada.
El aire que salía del sótano era frío, mucho más que el resto del orfanato. Como si allí abajo no existiera la vida.
Dio un paso adelante y miró a Ethan.
—No hay vuelta atrás.
Ethan tragó saliva y asintió.
Juntos, comenzaron a descender las escaleras.
La oscuridad los tragó por completo.
Vaiolet descendió los escalones con el corazón latiéndole en la garganta. El aire en el sótano era denso, helado, y con cada paso, una sensación opresiva se apoderaba de su pecho.
De repente, todo a su alrededor se volvió borroso.
Un sonido lejano, como un eco distorsionado, retumbó en su mente. Y entonces…
Regresó a aquella noche.
La casa estaba oscura. Solo la luz parpadeante de una farola en la calle se filtraba por las cortinas. Vaiolet se escondía detrás del sofá, con las manos cubriendo su boca.
Su madre estaba allí, en medio de la sala. No estaba sola.
Una sombra se alzaba frente a ella. No tenía rostro, pero su presencia era como un agujero en la realidad, algo que no debía existir.
Vaiolet quería gritar, quería correr hacia su madre, pero su cuerpo no respondía.
—Déjala en paz… —suplicó su madre con la voz temblorosa.
La sombra se movió con lentitud, como si disfrutara del miedo que la envolvía.
—No puedes detenernos… —susurró la voz, retumbando en cada rincón de la casa.
Vaiolet sintió su garganta cerrarse.
Su madre se lanzó hacia la cocina, buscando algo—cualquier cosa—para defenderse. Su mano temblorosa agarró un cuchillo, pero antes de que pudiera alzarlo, la sombra se deslizó sobre ella.
Vaiolet vio cómo el cuerpo de su madre se quedó rígido. Su rostro se congeló en una mueca de terror absoluto.
Un suspiro, largo y profundo, se escapó de la sombra, como si estuviera alimentándose de su miedo.
Y entonces, su madre cayó al suelo.
Sin vida.
Vaiolet no se movió. No podía respirar.
La sombra permaneció allí unos segundos más, como si saboreara el momento.
Luego, sin volverse, susurró en la oscuridad:
—Nos verá…
Vaiolet sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
La sombra sabía que estaba allí.
Antes de que pudiera reaccionar, la figura desapareció en la penumbra, dejando tras de sí el silencio más aterrador que Vaiolet había conocido.
De pronto, el suelo frío del sótano golpeó sus rodillas.
Ethan la sujetó por los hombros.
—¡Vaiolet! ¿Qué pasa?
Ella jadeó, tratando de recuperar el aliento. Miró alrededor, confundida. El sótano. Ethan. El orfanato.
No estaba en casa. No estaba en aquella noche.
Pero los recuerdos aún ardían en su mente.
Temblorosa, miró a Ethan con los ojos llenos de miedo.
—Fueron ellos —susurró—. Ellos mataron a mi madre.
Ethan palideció.
Y en ese momento, desde las profundidades del sótano, un susurro los envolvió.
—Te recordamos…
Editado: 16.03.2025