Ellos están aquí

Capítulo 4: Ellos solo quieren Destrucción

El susurro los envolvió como un aliento helado.

Te recordamos…

Vaiolet sintió que su piel se erizaba. Ethan se tensó a su lado, mirando en todas direcciones.

El sótano era más grande de lo que imaginaban. Estanterías viejas, cajas cubiertas de polvo y muebles rotos se apilaban en la penumbra. Pero lo peor no era la oscuridad ni el frío opresivo. Lo peor era la sensación de que algo más estaba allí con ellos.

—Tenemos que irnos —susurró Ethan.

Vaiolet, aún con la cabeza aturdida por los recuerdos, negó con la cabeza.

—No. Vinimos aquí por respuestas.

—¿Y si no queremos encontrarlas?

Antes de que Vaiolet pudiera responder, algo se movió al fondo del sótano.

Un crujido bajo, como el de una madera al ser pisada.

Ambos se quedaron quietos.

Vaiolet entrecerró los ojos, intentando distinguir algo en la penumbra. Entonces, lo vio.

Una sombra se deslizó entre los estantes, apenas visible en la oscuridad. No tenía forma definida, pero se movía con una fluidez imposible, como si flotara sobre el suelo.

—No estamos solos… —susurró Ethan, con la voz apenas audible.

Vaiolet sintió su respiración volverse errática.

Los susurros comenzaron a aumentar. Un murmullo bajo, incomprensible, llenó el sótano. Era como si Ellos se comunicaran entre sí.

Y entonces, una voz clara, fría y cercana habló:

Nos gusta verlos caer…

El corazón de Vaiolet se detuvo por un segundo.

La sombra se detuvo frente a ellos. No tenía ojos, no tenía boca… pero sonreía.

Vaiolet retrocedió un paso.

—¿Qué quieren? —preguntó con la voz apenas firme.

La sombra pareció inclinarse, como si analizara su pregunta.

—Dolor… miedo… caos… —susurró—. Nos alimentamos de su miseria.

Vaiolet sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. No querían nada de ella en particular. No necesitaban nada. Solo querían hacer daño.

La sombra extendió una extremidad oscura y un frío insoportable llenó la habitación.

Vaiolet sintió su cuerpo tensarse. Su piel se erizó, su visión se volvió borrosa. Era como si algo se infiltrara en su mente, como si estuvieran sembrando algo en su interior.

—¡Vaiolet! —gritó Ethan, sujetándola del brazo.

El sótano comenzó a temblar. Las cajas cayeron al suelo, las sombras se agitaron con furia.

Vaiolet sintió cómo su pecho se oprimía, como si el aire mismo se volviera venenoso.

Y entonces, desde la parte superior de las escaleras, una luz fuerte iluminó el sótano.

Un ruido de puertas abriéndose y pasos apresurados.

—¡¿Qué hacen aquí abajo?! —La voz de Sor Amelia resonó con fuerza.

Las sombras se retorcieron y se alejaron, desapareciendo en la penumbra.

Vaiolet cayó de rodillas, jadeando.

Ethan la sostuvo antes de que tocara el suelo por completo.

Cuando alzó la mirada, Sor Amelia estaba frente a ellos con el rostro pálido… pero no parecía sorprendida.

Vaiolet la miró fijamente, sintiendo el frío recorriéndole la columna.

—Usted… sabe lo que son, ¿verdad?

La monja no respondió. Solo bajó la vista y suspiró.

—Suban ahora. No vuelvan a bajar aquí. Es demasiado tarde.

Vaiolet y Ethan se miraron.

Lo que fuera que estaba en el sótano… las monjas ya lo sabían.

Vaiolet y Ethan subieron las escaleras del sótano con el corazón aún martilleando en sus pechos. Sor Amelia los observaba desde el umbral, su rostro severo pero inexpresivo.

—No debieron bajar ahí —dijo en voz baja, casi como un reproche.

Vaiolet sintió la furia arder en su interior. Lo sabía. Ella sabía lo que estaba pasando.

—¡Usted sabe lo que son! —espetó, con la voz aún temblorosa.

Sor Amelia apretó los labios y negó con la cabeza.

—No digas tonterías, niña. No hay nada ahí abajo.

Ethan resopló, incrédulo.

—¿Nada? ¡Las sombras estaban ahí! Nos hablaron, intentaron hacerle algo a Vaiolet.

La monja alzó la mano para silenciarlo.

—Lo que vieron fue producto de su imaginación. Han pasado muchas cosas últimamente, están nerviosos. Es normal tener pesadillas.

Vaiolet sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ella estaba mintiendo.

—Si no hay nada ahí abajo, ¿por qué nos dijo que era demasiado tarde? —preguntó con firmeza.

Sor Amelia titubeó, pero rápidamente se recompuso.

—Porque lo que ocurrió con Clara ha alterado a todas en este orfanato. El miedo es peligroso, y no quiero que propaguen rumores absurdos.

Vaiolet sintió sus manos temblar. No era solo miedo.

—Nos observan —susurró—. Están en todas partes.

—Basta, Vaiolet.

La voz de la monja fue más dura esta vez.

Ethan miró a Sor Amelia con desconfianza.

—Si no hay nada, ¿por qué nunca nos dejan bajar al sótano?

La monja tardó un segundo en responder.

—Es un lugar viejo, peligroso. No deben volver a bajar.

Vaiolet la miró fijamente. Había algo más. Algo que no les estaba diciendo.

Sor Amelia suspiró y se cruzó de brazos.

—Escuchen bien —dijo con un tono más calmado—. Se están dejando llevar por el miedo. Aquí no hay nada que los aceche, y no quiero volver a escuchar sobre este tema.

Vaiolet y Ethan se quedaron en silencio.

Sor Amelia los miró a los ojos y luego señaló el pasillo.

—Ahora vuelvan a sus habitaciones.

Ethan apretó los puños, pero asintió lentamente.

Vaiolet la miró una última vez antes de darse la vuelta.

Mientras caminaban hacia sus habitaciones, Ethan susurró:

—Nos está mintiendo.

Vaiolet tragó saliva.

—Lo sé.

Y entonces, en la penumbra del pasillo, un susurro casi imperceptible les erizó la piel.



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En el texto hay: misterio, sangre, hambre

Editado: 16.03.2025

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