El apagón fue instantáneo.
Vaiolet sintió cómo la oscuridad la tragaba, envolviéndola en un frío paralizante. No era la simple ausencia de luz.
Era algo vivo. Algo que respiraba a su alrededor.
El silencio en la habitación se volvió opresivo. No había sonido de la brisa nocturna, ni el leve crujido de la madera del orfanato. Nada.
Solo su propia respiración entrecortada y el latido acelerado de su corazón.
—Vaiolet… —susurró Ethan, y pudo sentirlo temblar a su lado.
La sombra en la esquina seguía allí.
Pero ya no era una figura etérea, inconstante como el humo. Se estaba formando.
Vaiolet no podía moverse. No podía respirar.
Estaba evolucionando frente a ella.
Unos ojos se abrieron en la negrura.
Eran profundos, sin pupilas, como abismos infinitos. No reflejaban luz, no mostraban vida.
Solo hambre.
Ethan agarró su brazo con fuerza.
—¡Vaiolet, muévete!
Pero sus piernas no respondían.
El aire en la habitación se volvió helado. Las sombras se extendieron por el suelo como si fueran raíces envenenadas, arrastrándose hacia ellos.
Un sonido gutural surgió de la sombra.
No era un gruñido, ni un lamento.
Era un susurro dentro de su cabeza.
—Sabemos lo que buscas. No hay verdad. No hay escape.
Vaiolet sintió que la negrura la presionaba, como si la habitación se estuviera cerrando sobre ella.
Un terror profundo se apoderó de su pecho.
No podían quedarse allí.
Ethan tiró de su brazo con fuerza.
—¡Vaiolet, vámonos!
Su cuerpo despertó de golpe.
Corrieron hacia la puerta de la habitación, pero antes de que pudieran abrirla…
La sombra se lanzó hacia ellos.
Vaiolet sintió un golpe helado en su espalda, como si algo invisible la hubiera tocado.
El frío la atravesó, como si algo dentro de ella estuviera siendo absorbido.
Era como si esa cosa quisiera arrancarle algo desde lo más profundo.
—¡No la toques! —gritó Ethan, empujándola hacia la puerta.
En el último segundo, lograron abrirla y se lanzaron al pasillo.
Las velas aún ardían en los corredores del orfanato.
Pero el fuego temblaba, como si también tuviera miedo.
Vaiolet respiraba agitadamente.
Se giró hacia la puerta de su habitación.
La sombra seguía allí.
Se detuvo en el umbral, inmóvil. Observándolos.
La voz en su cabeza volvió a sonar.
—Sabemos lo que descubrieron.
Vaiolet apretó los dientes.
—Y por eso no van a dejarnos ir.
La sombra sonrió.
No tenía boca.
Pero Vaiolet lo sintió.
Ethan agarró su muñeca.
—¡Tenemos que avisarle al Padre Adrián!
Vaiolet asintió.
Habían cruzado una línea.
Ellos ya no solo observaban. Ahora los estaban cazando.
Y no se detendrían hasta asegurarse de que la verdad nunca saliera de aquel orfanato.
Corrieron por el pasillo sin detenerse.
Las velas en las paredes parpadeaban con violencia, como si la presencia de Ellos las afectara.
Vaiolet sintió su piel helada. Aún estaban detrás de ellos.
Cada sombra en el corredor parecía moverse, como si la estructura misma del orfanato estuviera cambiando.
El pasillo parecía más largo. Como si nunca terminara.
—Esto no es real… —jadeó Ethan.
Vaiolet miró hacia adelante, sintiendo su cuerpo volverse más pesado.
Ellos estaban jugando con su percepción.
—¡No te detengas! —gritó, apretando con más fuerza la mano de Ethan.
Pero algo se movió delante de ellos.
Una figura alta se alzó en la oscuridad, bloqueando la salida.
No era como las otras sombras.
Era más sólida.
Más real.
Sus ojos negros los perforaron.
Ethan dejó escapar un jadeo ahogado.
—No…
Vaiolet sintió su cuerpo tensarse.
Las velas en las paredes se apagaron de golpe.
Todo se sumió en la penumbra.
Y la voz de la figura resonó en sus mentes como un eco maldito.
—No deberían haber buscado la verdad.
Vaiolet sintió su cuerpo paralizarse.
El aire a su alrededor se volvió insoportablemente frío.
El miedo la atrapó, envolviéndola en una sensación sofocante.
Ethan se quedó inmóvil. No podían hacer nada.
—Déjenos en paz… —murmuró Vaiolet, pero su voz sonó débil.
La figura se inclinó hacia ella.
Su presencia era como un peso sobre su pecho.
—¿De verdad crees que puedes esconderte de nosotros?
Vaiolet sintió un tirón en su pecho.
El dolor fue inmediato, como si algo invisible estuviera tratando de arrancarle algo desde dentro.
—¡Vaiolet! —gritó Ethan, sujetándola del brazo.
Las sombras comenzaron a temblar.
El pasillo pareció deformarse.
Las paredes se alargaron.
El suelo se volvió inestable.
Vaiolet sintió que su mente se fragmentaba.
—No… —susurró, sintiendo que se hundía en la negrura.
Pero entonces…
Una luz estalló en la distancia.
La voz de Padre Adrián resonó con fuerza.
—¡Apártense de ellos!
Un destello de fuego iluminó el pasillo.
Vaiolet sintió cómo el peso de la oscuridad se disipaba.
Ethan la agarró con fuerza, tirando de ella.
Editado: 16.03.2025