Ellos están aquí

Capítulo 11: El umbral de la Revelación

La atmósfera en el orfanato se había vuelto irremediablemente opresiva desde aquel fatídico encuentro en el pasillo. Las sombras, aunque retrocedidas momentáneamente por la luz del relicario, seguían palpándose en cada rincón, como si aguardaran en silencio el momento preciso para regresar. El Padre Adrián, con el rostro adusto y marcado por la determinación, se plantó firme frente a Vaiolet y Ethan, mientras las monjas y algunas de las niñas observaban con rostros angustiados desde la penumbra.

—No han terminado con nosotros —dijo el sacerdote en un susurro áspero—. Esta noche es solo el umbral de algo mayor.

Las palabras del Padre Adrián resonaban en medio de un silencio cargado de incertidumbre y miedo. Vaiolet, con el diario de su madre aún aferrado contra su pecho, sintió que algo en su interior se encendía. La advertencia del diario, aquella frase críptica sobre que “el miedo los alimenta, pero hay algo que los destruye”, se mezclaba ahora con el inconfundible presentimiento de que la verdad se acercaba, y con ella, una resolución implacable.

Mientras el sacerdote reunía a los presentes en la sala común, el ambiente se volvió casi ceremonial. Sor Amelia, con lágrimas en los ojos, miraba hacia el techo, como buscando señales de redención, mientras las demás monjas se aferraban a los crucifijos que colgaban de las paredes. Cada palabra que salía de la boca del Padre Adrián parecía llevar consigo el peso de siglos de secretos ocultos.

—Hermanos y hermanas —comenzó el sacerdote—, hoy debemos enfrentar una realidad que va más allá de nuestras oraciones. Las desapariciones, las advertencias en forma de gritos, las sombras que acechan en los rincones… todo apunta a que la oscuridad que nos amenaza no es un castigo divino, ni un simple fenómeno paranormal. Es una manifestación de un poder antiguo, una fuerza que se extiende desde los márgenes más oscuros de nuestra existencia y se alimenta de nuestro temor.

Vaiolet miró al suelo, recordando las palabras del diario, aquellas líneas llenas de desesperación y determinación que había descubierto en el compartimento secreto de la casa de su madre. Sabía que su propia marca, esa cicatriz invisible que la había perseguido desde aquel fatídico día, no era una simple maldición, sino la señal de que había sido elegida para conocer lo que muchos preferirían mantener oculto.

—Padre, ¿qué significa todo esto? —preguntó Vaiolet con voz temblorosa pero firme—. ¿Por qué mi madre, por qué a mí?

El silencio se extendió por unos largos instantes antes de que el sacerdote respondiera, su tono grave y medido:

—No lo sé con certeza, pero hay indicios de que aquellas que pueden ver la oscuridad han sido elegidas para descubrir secretos que nadie debe conocer. Tu madre, al parecer, encontró respuestas que amenazaban con derrumbar los muros que separan este mundo de aquello que se oculta en la penumbra. Y tú, al portar esa misma capacidad, has heredado esa carga.

Ethan, que había permanecido en silencio, dio un paso adelante, sus ojos reflejaban tanto temor como una nueva determinación:

—¿Y qué podemos hacer? ¿Cómo enfrentamos a esta fuerza que se propaga por las calles, en templos, en barrios olvidados? —preguntó con voz ronca.

El Padre Adrián se enderezó y se acercó al relicario, sosteniéndolo en alto para que la tenue luz de las velas lo iluminara:

—La respuesta no está en el miedo, sino en la voluntad de ignorarlo. Ellos se fortalecen con nuestro terror, pero si logramos sostenernos firmes, si dejamos de ser prisioneros de nuestra propia desesperación, podemos debilitar su influencia. Esto no es tarea sencilla, y probablemente requiera que cada uno de nosotros enfrente sus peores temores. Pero es la única forma de liberarnos de su oscuro abrazo.

Sor Amelia, con voz entrecortada, añadió:

—El Templo ya ha recibido nuestra carta y se movilizará. Otros lugares han reportado fenómenos similares. Debemos unir fuerzas y compartir lo que sabemos. Sólo así podremos detener esta plaga que se extiende, alimentada por la corrupción, la delincuencia y la desesperación.

Mientras las monjas asentían y las niñas se acurrucaban en silencio, Vaiolet sintió una mezcla de miedo y esperanza. El diario de su madre, la advertencia de la sombra y las palabras del Padre Adrián formaban un mosaico de verdades inquietantes que, a pesar del terror que generaban, ofrecían una salida: la posibilidad de combatir a esa fuerza si lograban controlar su propio miedo.

El ambiente se cargó de una determinación colectiva. Cada persona presente, desde las monjas hasta las niñas, parecía dispuesta a luchar contra lo inevitable. Vaiolet, con lágrimas en los ojos, levantó la mirada hacia el rostro sereno pero firme del Padre Adrián, sintiendo que, por primera vez, no estaba sola en su batalla contra la oscuridad.

—Nos prepararemos —afirmó el sacerdote—. Nos adentraremos en el umbral de la verdad, sin dejar que el terror nos consuma. Porque si aprendemos a no temer, si transformamos nuestro miedo en fortaleza, ellos… ellos perderán su alimento y se desvanecerán.

La sala quedó en silencio mientras las palabras del Padre Adrián se asentaban en cada corazón. Fuera, en la noche, las sombras parecían retroceder, como si la determinación de aquellos pocos que se atrevieran a desafiarlas fuera una amenaza. Pero la oscuridad nunca desaparece por completo; permanece, al acecho, esperando el momento en que la fe flaquee.

Vaiolet cerró el diario con decisión. Sabía que la verdad sobre la muerte de su madre, sobre el origen de aquella maldad, estaba oculta en algún lugar, y que su camino, aunque lleno de peligros, la conduciría a descubrirla. En ese instante, comprendió que debía transformar su miedo en la herramienta para desvelar el misterio, para enfrentarse a la oscuridad y, con suerte, hacerla retroceder.

El Templo respondería pronto a la carta, y con ello, una alianza se forjaría entre aquellos que se atrevieran a luchar contra lo desconocido. La batalla por la verdad había comenzado, y en el umbral de la revelación, Vaiolet y sus compañeros se preparaban para enfrentar el terror de la noche, dispuestos a pagar el precio que la oscuridad exigía para revelar sus secretos.



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En el texto hay: misterio, sangre, hambre

Editado: 16.03.2025

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