Ellos están aquí

Capítulo 16: El Ritual

El anuncio de Vaiolet resonó en la capilla, un eco de esperanza que intentaba ahogar el terror que se había apoderado del lugar. Las figuras sombrías, al otro lado de la puerta, gruñeron con furia, sus ojos rojos brillando con una intensidad aterradora, como brasas incandescentes en la oscuridad. Sabían que el juego estaba a punto de terminar, que la luz estaba a punto de prevalecer sobre la oscuridad, pero no estaban dispuestas a rendirse sin luchar.

—¿Hablar su lenguaje? —preguntó Ethan, con el ceño fruncido, su voz temblorosa pero firme—. ¿Cómo haremos eso? ¿Cómo podemos comunicarnos con criaturas que no pertenecen a este mundo?

—Mi madre lo sabía —respondió Vaiolet, mirando el colgante en su mano, su voz resonando con una determinación que desafiaba el miedo—. Ella estudió los símbolos, descifró las palabras, desentrañó los secretos de la oscuridad. Debo encontrar la forma de recordar, de despertar la memoria que duerme en mi interior.

Cerró los ojos, concentrándose en las imágenes que inundaban su mente, fragmentos de un pasado olvidado. Vio a su madre, sentada en una mesa llena de libros y pergaminos, susurrando palabras en un idioma extraño, un lenguaje que resonaba con un poder ancestral. Escuchó su voz, un eco distante que resonaba en su memoria, guiándola a través de la oscuridad.

—Las palabras... los símbolos... —murmuró Vaiolet, abriendo los ojos, la claridad iluminando su mirada.

Tomó un trozo de carbón de una de las velas apagadas y comenzó a dibujar símbolos en el suelo de la capilla. Eran extraños, angulosos, como runas antiguas, glifos que parecían cobrar vida a medida que los trazaba.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó el Padre Adrián, con el rostro preocupado, observando los símbolos con una mezcla de temor y curiosidad.

—Estoy escribiendo su lenguaje —respondió Vaiolet, sin apartar la mirada del suelo, concentrada en el trazo de cada símbolo.

A medida que dibujaba los símbolos, un susurro comenzó a resonar en la capilla, un eco de voces distorsionadas que parecían provenir de la oscuridad misma, susurros que se filtraban por las paredes, por las ventanas, por cada rendija.

"¿Qué intentas hacer, pequeña Vaiolet?" susurró una voz, helando la sangre de los presentes, paralizando sus corazones con el terror. "¿Crees que puedes desafiar a la oscuridad, que puedes controlar las sombras?"

—No los desafío —respondió Vaiolet, su voz resonando con firmeza, desafiando el miedo que intentaba paralizarla—. Les ofrezco un trato, una tregua en esta guerra que ustedes han iniciado.

—¿Un trato? —preguntó la voz, con un eco de burla, como si la idea misma fuera ridícula.

—Sí —dijo Vaiolet—. Cerraremos la puerta, los devolveremos a su mundo, a la oscuridad de donde vinieron. Pero a cambio, nos dejarán en paz, se alejarán de este lugar, de este mundo.

El silencio se apoderó de la capilla, un silencio cargado de tensión, un silencio que parecía contener la respiración de la oscuridad misma. Las figuras sombrías, al otro lado de la puerta, dejaron de gruñir, como si estuvieran esperando la respuesta de la oscuridad, el veredicto final.

De repente, la voz volvió a resonar, esta vez con un tono más grave y amenazante, un rugido que sacudió los cimientos del orfanato.

"No tienes el poder para cerrar la puerta, pequeña Vaiolet —rugió la voz—. La oscuridad es más fuerte que tú, más antigua, más poderosa. No puedes controlar lo que no comprendes."

—Mi madre lo hizo —respondió Vaiolet, levantando el colgante en alto, como si invocara un poder ancestral—. Y yo también puedo hacerlo, porque la sangre de mi madre corre por mis venas, y su conocimiento vive en mi interior.

La luz azulada del colgante brilló con intensidad, iluminando los símbolos en el suelo, como un faro en la oscuridad. Las figuras sombrías, al ver la luz, retrocedieron, gruñendo con frustración, sus ojos rojos brillando con una furia aterradora.

—¡Ahora! —gritó Vaiolet, mirando a Ethan y al Padre Adrián, sus ojos brillando con una luz azulada, un reflejo del poder que fluía a través de ella.

Los tres se tomaron de las manos, formando un círculo alrededor de los símbolos, uniendo sus fuerzas contra la oscuridad. Vaiolet comenzó a recitar las palabras que había escuchado en la memoria de su madre, un canto antiguo que resonaba con un poder ancestral, una melodía que parecía invocar a las sombras.

La capilla comenzó a temblar, las velas encendiéndose y apagándose, las sombras bailando en las paredes, como si la oscuridad misma intentara resistir el ritual. La puerta, al otro lado de la capilla, comenzó a cerrarse lentamente, la oscuridad retrocediendo hacia su mundo, gritando de furia y desesperación.

Las figuras sombrías, al ver la puerta cerrarse, gritaron con furia, intentando detener el ritual, arañando la puerta con sus garras afiladas, pero era demasiado tarde. La puerta se cerró con un estruendo ensordecedor, sellando la entrada al mundo de las sombras, devolviendo la oscuridad a su abismo.

El silencio volvió a caer en la capilla, un silencio de alivio y esperanza, un silencio que contrastaba con el terror que había reinado momentos antes. La oscuridad había sido repelida, al menos por ahora, pero sabían que la amenaza seguía latente, que la oscuridad nunca desaparece por completo. Vaiolet, con lágrimas en los ojos, abrazó a Ethan y al Padre Adrián, sintiendo un peso enorme levantarse de sus hombros, pero también la certeza de que la batalla contra la oscuridad estaba lejos de terminar.



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En el texto hay: misterio, sangre, hambre

Editado: 16.03.2025

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