Ellos están aquí

Capítulo 17: El Despertar de la Memoria

La capilla, iluminada por la tenue luz de las velas, permanecía en un silencio sepulcral, un oasis de paz en medio del caos que se había desatado en el orfanato. Vaiolet, Ethan y el Padre Adrián se sentaron en el suelo, exhaustos pero aliviados, sintiendo el peso de la batalla recién librada. La puerta al mundo de las sombras estaba cerrada, sellada con un conjuro ancestral, al menos por ahora.

—Lo hicimos —susurró Vaiolet, con lágrimas en los ojos, una mezcla de alivio y tristeza—. Cerramos la puerta, los enviamos de vuelta a la oscuridad.

—Sí, pero no para siempre —respondió el Padre Adrián, con el rostro preocupado, surcado por las sombras de la inquietud—. La oscuridad siempre encuentra una manera de regresar, de filtrarse por las grietas de la realidad.

—Entonces debemos estar preparados —dijo Ethan, con determinación, su voz resonando con una nueva convicción—. Debemos aprender más sobre ellos, sobre su lenguaje, sobre su mundo. Debemos anticiparnos a sus movimientos.

Vaiolet asintió, mirando el colgante en su mano, un objeto que parecía contener un poder ancestral. Sabía que la respuesta estaba ahí, en algún lugar de su memoria, en los recuerdos que se resistían a emerger.

—Debo recordar —murmuró, cerrando los ojos, concentrándose en las imágenes que inundaban su mente, intentando reconstruir los fragmentos de un pasado olvidado. Vio a su madre, rodeada de libros y pergaminos, estudiando símbolos extraños, descifrando lenguajes antiguos, buscando respuestas en la oscuridad. Escuchó su voz, susurrando palabras en un idioma desconocido, un lenguaje que resonaba con un poder ancestral, un eco que guiaba sus pensamientos.

De repente, una imagen se hizo clara en su mente, como un relámpago en la noche. Vio a su madre, de pie frente a un espejo antiguo, sosteniendo el colgante en su mano. El espejo brillaba con una luz azulada, reflejando un mundo de sombras y oscuridad, un portal a un reino desconocido.

—El espejo... —murmuró Vaiolet, abriendo los ojos, la claridad iluminando su mirada.

—¿Qué espejo? —preguntó Ethan, con curiosidad, su voz resonando con expectación.

—Un espejo antiguo —respondió Vaiolet—. Mi madre lo usaba para comunicarse con ellos, para espiar sus movimientos, para descubrir sus secretos.

—¿Dónde está ese espejo? —preguntó el Padre Adrián, con urgencia, su voz reflejando la gravedad de la situación.

—No lo sé —respondió Vaiolet—. Pero creo que está escondido en algún lugar del orfanato, en un lugar donde nadie lo encontraría.

Se levantaron y comenzaron a buscar en cada rincón del orfanato, revisando cada habitación, cada pasillo, cada rincón oscuro, buscando cualquier indicio, cualquier pista que pudiera revelar la ubicación del espejo. Encontraron viejos muebles, libros polvorientos, juguetes olvidados, pero no encontraron el espejo.

—Debe estar bien escondido —dijo Ethan, con frustración, su voz reflejando la decepción.

—No nos rendiremos —dijo Vaiolet, con determinación, su voz resonando con una nueva convicción—. Lo encontraremos, aunque tengamos que buscar en cada rincón del orfanato.

Siguieron buscando, sin descanso, hasta que finalmente encontraron una habitación secreta, oculta detrás de una pared falsa en la biblioteca. La habitación estaba llena de libros y pergaminos antiguos, símbolos extraños grabados en las paredes, un eco de un pasado olvidado. Y en el centro de la habitación, encontraron el espejo.

Era un espejo grande, antiguo, con un marco de madera tallada, adornado con símbolos extraños. La superficie del espejo brillaba con una luz azulada, reflejando un mundo de sombras y oscuridad, un portal a un reino desconocido.

—Este es —dijo Vaiolet, con la voz temblorosa, sintiendo una conexión profunda con el objeto.

Se acercó al espejo, sosteniendo el colgante en su mano. La luz azulada del colgante brilló con intensidad, iluminando la superficie del espejo, activando el portal.

De repente, una figura emergió del espejo, deslizándose hacia ellos como una sombra entre las sombras. Era la misma figura que habían visto antes, la figura de la madre de Vaiolet, un fantasma que regresaba del pasado.

—Hija —susurró la figura, su voz un eco distante, resonando con una tristeza ancestral—. Has encontrado el espejo, has abierto el portal.

—Mamá —susurró Vaiolet, con lágrimas en los ojos, una mezcla de alegría y tristeza—. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo detenemos la oscuridad?

—Debes usar el espejo para comunicarte con ellos —respondió la figura—. Debes preguntarles por qué están aquí, qué quieren, cuáles son sus planes.

—¿Y si no quieren hablar? —preguntó Ethan, con preocupación, su voz reflejando la inquietud.

—Entonces debemos obligarlos —dijo Vaiolet, con determinación, su voz resonando con una nueva convicción—. Debemos encontrar la forma de cerrar la puerta para siempre, de sellar el portal, de devolverlos a la oscuridad de donde vinieron.

La figura de su madre asintió, su mirada llena de tristeza y preocupación.

—Ten cuidado, hija —susurró la figura—. La oscuridad es astuta, engañosa, impredecible. No confíes en ellos, no creas en sus promesas.

En ese momento, la figura de su madre comenzó a desvanecerse, su luz azulada apagándose lentamente, como una vela que se consume en la oscuridad.

—¡Espera! —gritó Vaiolet, extendiendo la mano para alcanzarla, para retenerla—. ¡No te vayas! ¡Dime qué significa todo esto!

Pero era demasiado tarde. La figura de su madre desapareció, dejando tras de sí un eco de su voz: "Ten cuidado... recuerda...".

Vaiolet, con lágrimas en los ojos, miró el espejo, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabía que el momento de la verdad había llegado. Debía usar el espejo para comunicarse con la oscuridad, para descubrir sus secretos, para encontrar la forma de detenerlos, aunque tuviera que enfrentarse a sus peores miedos.



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En el texto hay: misterio, sangre, hambre

Editado: 16.03.2025

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