Ellos están aquí

Capítulo 22: El umbral prohibido

La decisión de adentrarse en el mundo de las sombras pesaba sobre ellos como una condena, una sentencia que los obligaba a enfrentar lo desconocido. Vaiolet, Ethan y el Padre Adrián se prepararon para cruzar el portal, conscientes del peligro que les aguardaba, del abismo que se abría ante ellos. Pero al traspasar el umbral del espejo, una fuerza invisible los rechazó con violencia, devolviéndolos al mundo de la luz con un estruendo sordo, como si un muro invisible se interpusiera en su camino.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ethan, aturdido por el impacto, su voz resonando con la confusión.

—Es como si no pudiéramos entrar, como si estuviéramos vetados —respondió Vaiolet, con el ceño fruncido, su mirada fija en el espejo, un portal inactivo que aún irradiaba una tenue luz azulada, un recordatorio constante de la amenaza latente—. Como si hubiera una barrera invisible que nos lo impidiera.

El Padre Adrián observó el espejo con detenimiento, su mirada reflejando la sabiduría de quien ha estudiado los misterios de la fe, los secretos que se ocultan en las sombras.

—Quizás este mundo no sea para los vivos, un reino prohibido para los mortales —dijo, con voz grave, un eco de advertencia—. Tal vez los humanos no puedan adentrarse en él sin sufrir consecuencias nefastas, sin corromper su alma con la oscuridad.

La idea resonó con lógica, con la lógica del terror. El mundo de las sombras era un lugar de oscuridad y muerte, un reino habitado por seres que se alimentaban de la vida, que se nutrían del sufrimiento. Quizás la naturaleza humana, con su luz y su vitalidad, fuera incompatible con ese entorno hostil, un veneno para la oscuridad.

—Entonces, ¿cómo rescataremos a los niños, cómo salvaremos a los inocentes? —preguntó Ethan, con frustración, su voz resonando con la desesperación—. ¿Cómo detendremos la plaga si no podemos entrar en su mundo, si estamos atrapados en este lado del espejo?

—Debemos encontrar otra forma, una puerta trasera, un camino secreto —respondió Vaiolet, con determinación, su voz resonando con una nueva convicción—. Debe haber una manera de sortear la barrera, de entrar en el mundo de las sombras sin ser rechazados, de infiltrarnos en la oscuridad sin ser detectados.

La respuesta llegó en forma de un antiguo grimorio que habían encontrado en la biblioteca del orfanato, un libro polvoriento y desgastado que contenía conjuros y rituales para comunicarse con el mundo de los espíritus, para abrir puertas a otros planos de existencia. El libro, escrito en un lenguaje arcano, en símbolos que parecían cobrar vida al ser descifrados, guardaba secretos ancestrales, conocimientos prohibidos.

—Quizás aquí encontremos la clave, el camino que buscamos —dijo Vaiolet, hojeando las páginas del grimorio, sus ojos recorriendo los símbolos con avidez—. Un ritual, un conjuro que nos permita cruzar el umbral, que nos convierta en sombras entre las sombras.

Tras horas de estudio, descifrando los símbolos y las palabras del grimorio, encontraron un ritual que parecía prometedor, una luz de esperanza en la oscuridad. Se trataba de un conjuro de transmutación, un hechizo que permitía al alma separarse del cuerpo y viajar al mundo de los espíritus, un camino para convertirse en fantasmas entre fantasmas.

—Es arriesgado, un salto al vacío —advirtió el Padre Adrián, su mirada reflejando la preocupación, el miedo a lo desconocido—. El alma es vulnerable fuera del cuerpo, expuesta a los peligros del mundo de las sombras, a las garras de la oscuridad.

—Es nuestra única opción, nuestra última esperanza —respondió Vaiolet, con determinación, su voz resonando con una nueva convicción—. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras los niños sufren, mientras la oscuridad se apodera de nuestro mundo.

Prepararon el ritual, siguiendo las instrucciones del grimorio al pie de la letra, con precisión quirúrgica. Encendieron velas, trazaron símbolos en el suelo, recitaron las palabras del conjuro en un susurro que resonaba con poder ancestral. A medida que el ritual avanzaba, una sensación extraña los invadió, como si sus almas se desprendieran de sus cuerpos, como si la realidad se desvaneciera a su alrededor.

De repente, se encontraron flotando en un limbo oscuro, un vacío donde la luz no existía, sus cuerpos inertes yacían en el suelo, como caparazones vacíos. Sus almas, liberadas de la carne, eran ahora sombras entre las sombras, fantasmas en un mundo de fantasmas.

—Estamos dentro, hemos cruzado el umbral —dijo Vaiolet, su voz resonando como un eco distante, un susurro en la oscuridad.

—Pero debemos tener cuidado, somos vulnerables aquí, como hojas al viento —advirtió el Padre Adrián, su voz resonando con un eco de advertencia—. Debemos mantenernos unidos, como un faro en la noche, guiando a los perdidos hacia la luz.

Guiados por una intuición oscura, se adentraron en el mundo de las sombras, sus almas deslizándose entre la niebla como fantasmas, buscando el camino hacia el corazón de la oscuridad. El paisaje era desolador, un abismo de oscuridad y silencio, interrumpido solo por los susurros de las sombras, los lamentos de las almas perdidas.

A medida que avanzaban, encontraron a otros espíritus, almas perdidas que vagaban sin rumbo, atrapadas en el limbo entre la vida y la muerte, condenadas a vagar eternamente en la oscuridad. Algunos espíritus los observaban con curiosidad, otros con hostilidad, como si vieran en ellos una amenaza.

—Debemos encontrar a los niños antes de que sea demasiado tarde, antes de que la oscuridad los consuma por completo —dijo Ethan, su voz resonando con urgencia, con la desesperación de quien lucha contra el tiempo.

Siguieron avanzando, guiados por los gritos de los niños atrapados en la niebla, por el eco de su sufrimiento. Finalmente, llegaron a un castillo oscuro, una fortaleza de sombras que se alzaba en el centro del mundo de sombras, un bastión de la oscuridad.



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En el texto hay: misterio, sangre, hambre

Editado: 08.04.2025

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