El castillo de sombras se alzaba ante ellos, una fortaleza de oscuridad impenetrable, como un abismo que parecía devorar la luz. Vaiolet, Ethan y el Padre Adrián se encontraban de pie frente a la imponente estructura, sus corazones latiendo con fuerza, preparados para lo que vendría, pero llenos de incertidumbre.
El aire alrededor de ellos estaba cargado de una energía opresiva, como si el mismo entorno estuviera vivo y respirara con un poder siniestro. Las sombras se alzaban desde las paredes del castillo, retorciéndose como serpientes, susurrando en un lenguaje incomprensible que resonaba en sus mentes y les helaba la sangre.
—¿Cómo entramos? —preguntó Ethan, su voz baja, pero tensa.
Vaiolet miró el castillo con determinación, sintiendo que el destino de los niños estaba atado a este lugar maldito. De repente, una sensación extraña se apoderó de ella, como si el castillo estuviera observándolos.
—Este lugar… no es como los demás. —La voz del Padre Adrián temblaba ligeramente—. Algo está mal. La oscuridad que lo rodea es más antigua y poderosa de lo que jamás había visto.
Vaiolet asintió. Ella también lo sentía: una presencia maligna, ancestral, que parecía burlarse de ellos, dejándolos acercarse solo para hacerlos retroceder más tarde.
—Debemos avanzar. No podemos quedarnos aquí —dijo Vaiolet con firmeza, guiada por una mezcla de coraje y desesperación.
Avanzaron hacia la entrada, donde la puerta de hierro estaba cubierta de runas oscuras, pulsando con una energía oscura. Pero antes de que pudieran acercarse más, una ola de energía los empujó hacia atrás, derribándolos al suelo.
—¡Cuidado! —gritó el Padre Adrián, levantándose rápidamente.
En ese momento, una voz resonó desde el interior del castillo, profunda y sombría, como si la misma oscuridad estuviera hablando.
—Sólo los muertos pueden cruzar mi umbral.
Vaiolet sintió un escalofrío recorrer su espalda. La voz parecía venir de todas partes, como si el castillo fuera un ser vivo que los estuviera rechazando.
—¿Qué significa eso? —preguntó Ethan, confundido.
Vaiolet frunció el ceño, mirando las runas de la puerta. Era un antiguo hechizo de protección, uno tan poderoso que sólo aquellos que ya no tenían vida podían atravesarlo. El castillo no permitiría que entraran.
—No podemos entrar —dijo Vaiolet, su voz quebrada por la frustración—. No somos los elegidos…
Antes de que pudiera decir más, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar, y una figura sombría emergió de la negrura, rodeada de una niebla espesa que parecía absorber la luz. La figura, alta y encapuchada, se acercó lentamente, como si no tuviera prisa.
—Ustedes no entienden —dijo la figura, su voz retumbando como un eco. No era humano, pero algo en su presencia les helaba el alma—. La oscuridad está más allá de su comprensión. No pueden salvar a los niños, porque no hay esperanza para ellos.
La figura levantó la mano, y las sombras alrededor comenzaron a moverse con vida propia, como serpientes que se retorcían a su alrededor. Vaiolet intentó reaccionar, pero las sombras se expandieron rápidamente, rodeándolos con una fuerza abrumadora. El Padre Adrián recitó una oración, pero su voz se ahogó en la creciente oscuridad.
—¡No! —gritó Vaiolet, intentando proteger a Ethan y al Padre Adrián—. ¡No nos rendiremos!
Pero fue inútil. Con un solo gesto, la figura sombría hizo que una nueva ola de oscuridad los golpeara, arrojándolos de vuelta al umbral del castillo. La puerta de hierro se cerró con un estrépito ensordecedor, y la niebla oscura comenzó a desvanecerse, dejando tras de sí un silencio pesado.
—¡Nos han devuelto! —exclamó Ethan, aún atónito, mientras se levantaba del suelo.
Vaiolet se levantó lentamente, su rostro reflejando la misma desesperación que sentía en su interior.
—No hemos podido salvarlos —murmuró Vaiolet, mirando el castillo que ahora se erguía aún más distante, como si una barrera invisible los separara de lo que había dentro.
El Padre Adrián, de pie junto a ella, suspiró profundamente.
—Esto es peor de lo que pensaba. La oscuridad no solo está atrapando a los niños, sino que está corrompiendo todo lo que toca. Lo que hemos visto hoy es solo una pequeña parte de lo que realmente está ocurriendo.
Vaiolet apretó los puños, sintiendo el peso de la derrota. Pero antes de que pudiera hablar, la figura sombría apareció nuevamente, esta vez proyectándose desde el aire mismo.
—La oscuridad se extenderá más allá de estos muros —dijo la figura, su voz ahora más clara—. Ustedes no pueden detener lo que está por venir. La batalla que han comenzado está lejos de terminar. Y la oscuridad ya ha comenzado a reclamar su mundo.
La figura desapareció tan rápido como apareció, y las sombras se retiraron, dejando a Vaiolet y a sus compañeros con una nueva amenaza que se cernía sobre ellos.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ethan, mirando el castillo y luego a Vaiolet.
Vaiolet miró al Padre Adrián, y luego al espejo inactivo frente a ellos. La tenue luz azulada aún brillaba en su superficie.
—Debemos encontrar una forma de destruirlo para siempre —dijo Vaiolet con firmeza, aunque sabía que la oscuridad que enfrentaban era mucho más poderosa de lo que podían imaginar. La lucha no había hecho más que comenzar.
Editado: 08.04.2025