Vaiolet, Ethan y el Padre Adrián se encontraban nuevamente en el orfanato, con la amenaza del Castillo de las Sombras aún pesando sobre ellos. El espejo inactivo brillaba débilmente frente a ellos, como si estuviera esperando el momento adecuado para activarse de nuevo. Pero algo había cambiado. Ya no solo era la misión de rescatar a los niños lo que les motivaba; ahora, se enfrentaban a una oscuridad que amenazaba con consumir todo lo que conocían.
Vaiolet miró fijamente el espejo, sus pensamientos enredados en los acontecimientos recientes. La figura sombría había hablado de algo mucho más grande que ellos, algo que no podían comprender por completo aún. La oscuridad no solo estaba atrapando a los niños, sino que parecía tener una agenda propia, algo que se extendía más allá de las fronteras de ese maldito castillo.
—No podemos seguir luchando como hasta ahora —dijo el Padre Adrián, su tono grave—. La oscuridad tiene una voluntad propia. No podemos hacerle frente con hechizos, oraciones o artefactos. Necesitamos algo más.
Vaiolet asintió, su mente corriendo a toda velocidad. Las palabras del Padre Adrián resonaban con una verdad dolorosa. Habían llegado al castillo, pero solo los muertos podían entrar, lo que significaba que no podían salvar a los niños como pensaban. Y esa figura sombría que los había rechazado… algo en ella parecía más que una simple manifestación de oscuridad. Era como si tuviera un propósito mucho más grande.
—¿Y qué sugieres que hagamos? —preguntó Ethan, su voz tensa—. No podemos quedarnos aquí esperando a que la oscuridad se apodere de todo.
Vaiolet cerró los ojos por un momento, intentando calmar sus pensamientos desbordados. Luego, una idea le vino a la mente, una conexión que había pasado por alto antes. Recordó el colgante que llevaba, el que había usado para liberar a los niños dentro del castillo. Esa luz azulada, que había repelido las sombras… ¿podría ser la clave para detener todo esto?
—El colgante… —murmuró, abriendo los ojos con renovada determinación—. Tiene que haber algo más en su interior. Algo que aún no hemos descubierto.
El Padre Adrián frunció el ceño, observando el colgante que Vaiolet llevaba colgado alrededor de su cuello.
—Ese colgante… No es un simple objeto. Hay algo ancestral en él. Pero no entiendo cómo puede ayudarnos a enfrentarnos a algo tan vasto y antiguo como la oscuridad que enfrentamos.
Vaiolet miró el espejo una vez más. Aunque el colgante parecía estar conectado con el poder de la luz, lo que enfrentaban ahora era algo mucho más complejo y tenebroso. En ese momento, el espejo comenzó a brillar intensamente, y una sensación de vértigo la invadió.
De repente, el espejo comenzó a emitir una luz cegadora, y una visión apareció ante ellos: una ciudad antigua, sumida en las sombras, donde criaturas deformes caminaban por las calles desiertas. En el centro de esa ciudad, un altar oscuro se erguía, rodeado por figuras encapuchadas que murmuraban en un idioma antiguo.
La visión se desvaneció tan rápido como apareció, dejando a los tres atónitos.
—¿Qué fue eso? —preguntó Ethan, mirando a Vaiolet con una mezcla de asombro y miedo.
Vaiolet respiró profundamente, todavía asimilando lo que acababa de ver. El colgante, la conexión con el espejo, la visión… todo apuntaba a una ciudad olvidada, un lugar donde la oscuridad había comenzado a gestarse mucho antes de que siquiera se enteraran de su existencia.
—Es una ciudad antigua, perdida en el tiempo… —dijo Vaiolet, casi para sí misma—. Allí es donde todo comenzó. Donde la oscuridad encontró su origen. Necesitamos encontrar esa ciudad.
El Padre Adrián se adelantó, con el rostro grave.
—Eso suena a una misión suicida. Si la oscuridad está tan arraigada en ese lugar, no sobreviviríamos.
Vaiolet lo miró fijamente, sin dudar.
—No tenemos otra opción. Si no destruimos la fuente de esta oscuridad, todo estará perdido. Y los niños… no podemos dejarlos atrapados allí.
El Padre Adrián suspiró, resignado, y luego asintió lentamente.
—Dios me perdone, pero tienes razón. Si es la única forma de detener esto, entonces iremos.
Ethan, aunque aún dudoso, también asintió.
—Si significa que podemos terminar con todo esto de una vez por todas, estoy contigo.
Vaiolet dio un paso atrás, mirando el colgante y el espejo con una nueva resolución. La ciudad perdida era el siguiente paso. Pero para llegar allí, tendrían que atravesar las sombras más profundas, enfrentarse a los horrores más oscuros y desafiar lo que parecía invencible.
En ese momento, el espejo brilló una vez más, y el portal se abrió ante ellos, esta vez con una fuerza que los atrajo hacia su interior. Sin más palabras, Vaiolet, Ethan y el Padre Adrián cruzaron el umbral, sabiendo que lo que les esperaba al otro lado sería más terrible y desafiante que cualquier cosa que hubieran enfrentado antes.
La ciudad de sombras les esperaba, y con ella, el origen de toda la oscuridad.
Editado: 08.04.2025