Ellos están aquí

Capítulo 31: El Corazón del Olvido

El descenso fue largo. El aire se volvió más denso a medida que avanzaban, y las antorchas azules a lo largo del pasadizo parecían latir como si tuvieran vida propia. El colgante de Vaiolet brillaba con un resplandor sostenido, no en advertencia, sino como si aprobara cada paso hacia las profundidades.

Finalmente llegaron a una cámara circular. En el centro, una enorme estructura de piedra negra se alzaba como un altar o una tumba. Alrededor, estanterías llenas de libros antiguos, pergaminos enrollados y artefactos sellados con runas.

—Este lugar... —murmuró el Padre Adrián—. No fue hecho por manos humanas.

Ethan caminó hacia una de las paredes, donde un mural tallado mostraba una figura rodeada de estrellas, con una esfera de oscuridad en el pecho. Debajo, una inscripción en una lengua olvidada brilló al contacto con su presencia.

Vaiolet, guiada por el colgante, se acercó al altar. Al colocar su mano sobre la piedra, una vibración recorrió la sala. Las antorchas se intensificaron y la estructura comenzó a abrirse como un capullo de obsidiana. Dentro, no había un cuerpo ni un objeto... sino una presencia.

Una proyección etérea emergió de la piedra. Era una figura alta, encapuchada, sin rostro visible, pero con una voz que resonaba directamente en sus mentes.

—Ustedes caminan sobre los restos de la primera verdad. La sombra no es un ente... sino una consecuencia.

Vaiolet dio un paso al frente.

—¿Consecuencia de qué?

La figura alzó una mano y el mural comenzó a cambiar. Ahora mostraba un mundo antiguo, resplandeciente, equilibrado entre luz y sombra. Pero luego, una ruptura: una chispa de ambición, un desequilibrio nacido del deseo de controlar la esencia primordial.

—Cuando el equilibrio fue roto, la sombra se volvió consciente. Una memoria viva del error. Ha dormido... ha observado... y ahora desea corregir lo que fue robado.

Ethan frunció el ceño.

—¿Corregir? ¿Aniquilar el mundo?

—Restaurar el silencio anterior a la luz. Para ella, eso es equilibrio.

El colgante de Vaiolet comenzó a girar lentamente, como guiado por una fuerza invisible. La figura lo observó.

—Tú eres el nexo. No porque la sombra te eligió, sino porque tu existencia misma es una grieta entre ambos mundos.

Un silencio se extendió. Vaiolet no podía moverse. Dentro de ella, una parte sabía que lo que decía era verdad. Ella no solo había entrado en la sombra: había sido creada por su roce.

—¿Y puedo detenerla? —preguntó con voz rota.

—No. Pero puedes decidir su forma. La sombra no puede ser destruida. Solo redirigida, encauzada.

La figura comenzó a desvanecerse.

—Dentro de este santuario hallarán lo necesario. Pero deben darse prisa. Pronto ella sabrá que están aquí.

Cuando el silencio regresó, las paredes parecieron respirar. En el altar, un libro antiguo reposaba ahora abierto. Su título era ilegible, pero en su página central había un dibujo de Vaiolet... con ojos oscuros y una corona de luz y sombra.

Ethan y el Padre Adrián se acercaron a su lado. Ninguno dijo nada.

Porque ya no se trataba de salvar el mundo.

Se trataba de elegir cómo volver a crearlo.

Vaiolet hojeó las páginas con dedos temblorosos. Cada símbolo parecía cobrar vida al contacto con su piel. No era un libro común: respondía a su presencia. A cada página que pasaba, una imagen, una palabra, un recuerdo perdido surgía de lo profundo de su mente.

—Este libro... está escrito para mí —susurró.

El Padre Adrián miraba en silencio, reconociendo en aquellas páginas rituales antiguos prohibidos por su orden siglos atrás. Había símbolos de creación y destrucción, sellos capaces de moldear la realidad misma.

Ethan, mientras tanto, examinaba los artefactos. Encontró un relicario encerrado en un cristal de obsidiana. Cuando lo tocó, una onda de energía recorrió la sala y el techo vibró como si algo enorme se hubiera movido encima de ellos.

—Ella lo sabe —dijo Vaiolet. Sus ojos, por un instante, se tornaron completamente negros. Luego parpadeó y volvieron a la normalidad.

—Tenemos que decidir —añadió—. Aquí hay un ritual. Uno para sellarla de nuevo. Pero hay otro... que permite fundirme con ella. Guiarla. Ser su conciencia.

El silencio fue absoluto. Ethan dio un paso adelante.

—No dejaré que te sacrifiques.

—No se trata de morir —replicó Vaiolet—. Se trata de renacer con ella... o dejar que lo haga sola. Si la sellamos, tal vez regrese siglos después. Pero si la guío... tal vez no vuelva a dañar.

El Padre Adrián cayó de rodillas, murmurando plegarias. Su fe tambaleaba. No había respuestas fáciles.

Entonces, la tierra tembló. Una grieta se abrió en una de las paredes. Y una sombra, enorme, líquida, descendió por ella como una lengua de oscuridad viva.

La decisión debía tomarse ya.

Vaiolet apretó el colgante. Las páginas del libro se abrieron solas en el ritual de fusión.

—Conserven la luz —dijo, dándoles una mirada final—. Yo llevaré la sombra.



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En el texto hay: misterio, sangre, hambre

Editado: 08.04.2025

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