Ellos Mienten

⚡CAPITULO 5

Lo que nadie puede nombrar

Narrador omnisciente

—Me ha encantado esta cena, señorita Méndez. Estoy seguro de que el postre será aún mejor —dijo Malkier Bennett, mostrando su perfecta sonrisa mientras devoraba con la mirada cada curva de aquella mujer.

—Así es, joven Bennett... el postre es aún mejor —respondió la mujer mientras se levantaba de su silla y se sentaba sin pudor en el regazo del pelirrojo.

Tomó el control de su boca como si fuera el último aliento de su vida, y él se lo hizo saber sin filtros.

—Disfrútame como si no hubiera un mañana para ti —susurró con voz grave.

Acto seguido, la despojó de su ropa con ansiedad contenida, consumando aquella dulce y peligrosa fornicación que tantas mujeres en Georgia habían imaginado al ver pasar a un Bennett.

---

Narración de Lorena

—Nena, ya es mañana —la voz de mi padre me sacó del sueño.

Bostecé, estirándome perezosamente, y entreabrí los ojos.

—¿No es muy temprano? —murmuré con flojera.

—Necesito que me ayudes a picar unas zanahorias. Además, sé que te encantan. Guardé un poco solo para ti —dijo con una sonrisa.

En cuanto escuché "zanahorias", el sueño se esfumó por completo. Mi adicción a las zanahorias era casi alarmante. Podía comerme hasta veinte mientras preparábamos la ensalada.

—Iré en un momento —respondí, provocando que papá sonriera satisfecho.

Entré a la ducha, aunque apenas me bañé. Solo me lavé los dientes y el rostro, me peiné rápidamente con el cepillo y me cambié el pijama por ropa cómoda.

Al salir de la habitación, choqué inesperadamente con uno de los Bennett.

Me congelé.

Ellos nunca llegaban a esta ala de la mansión. ¿Qué hacía uno de ellos allí?

—¿Por qué no me pides disculpas? —dijo, cruzándose de brazos, con tono seco.

Me quedé callada. No sabía cómo reaccionar.

—Joven Bennett, ¿qué hace usted de este lado? —interrumpió la voz firme de mi padre, apareciendo detrás de él. Yo quedé entre ambos, incómoda.

—Nada —respondió el joven, descruzando los brazos mientras se acercaba lentamente a mí—. Para la próxima vez que nos encontremos, espero que hayas aprendido a pedir disculpas —añadió con una sonrisa burlona.

Mi padre se adelantó, bajando la mirada.

—Es mi hija. Te ofrezco una disculpa por ella —dijo con voz tensa.

El Bennett soltó una carcajada.

—No sabía que volverías a tener hijos después de ese día… ¿y con qué mujer? Con razón se me hacía conocida. Qué pena —agregó, mirándome con una expresión difícil de leer.

Se inclinó, me dio un beso en la mejilla —uno seco, forzado— y se marchó con paso rápido.

Lo más inquietante de todo… es que él también sabía lo que pasó ese día.

La única que no sabía nada… era yo.

—Papá —dije en voz baja, mirándolo directo a los ojos—, ¿qué pasó el cinco de agosto?

Su rostro se endureció.

—¡Nunca en tu vida vuelvas a preguntar sobre ese día! ¿Entendido? ¡No es de tu incumbencia!

—Entendido... —respondí con un nudo en la garganta.

Otra vez papá se había enfadado. Y esta vez no era por hablar con un Bennett.

Era por esa pregunta que no me dejaba dormir.

Esa que desde hace días me carcome las sienes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.