Un pueblo lleno de susurros
La brisa del pueblo era diferente.
Olía a pan recién horneado, a tierra húmeda y a libertad.
Mis ojos no sabían dónde posarse primero. Todo era nuevo para mí. Cada tienda, cada voz, cada carruaje oxidado tenía más vida que los pasillos de aquella mansión.
Bere me llevaba del brazo, como si temiera que saliera corriendo a explorar sola.
—No te despegues de mí, ¿sí? —dijo entre dientes—. No me perdonaría si tu papá llega a enterarse.
—Tranquila, solo quiero mirar un poco. No me escaparé —le respondí, aunque mi corazón latía como un tambor.
El mercado era bullicioso. Mujeres con pañuelos en la cabeza vendían frutas frescas. Hombres gritaban ofertas de carne y queso. Los niños corrían con cometas hechas a mano, riendo como si la vida fuera fácil.
Y por un instante… me pregunté cómo sería crecer allí.
¿Tener amigas? ¿Ir a la escuela? ¿Caminar sin sentirme escondida?
Mientras Bere buscaba vegetales frescos, yo me distraje mirando los puestos a mi alrededor, con una sonrisa discreta y cierta emoción infantil que hacía tiempo no sentía.
—¿Rebecca? ¡Cuánto tiempo! —una voz masculina tocó mi hombro desde atrás. Me giré sorprendida, y el hombre se detuvo, frunciendo el ceño—. Oh… perdón. Me equivoqué. Por un segundo creí que eras otra persona.
—¿Quién es Rebecca? —pregunté, algo confundida pero demasiado intrigada como para marcharme. Debí haberme alejado, pero algo en su rostro me hizo quedarme—. Lo siento, soy Lorena.
—Pero… eres idéntica. Debes ser algún familiar. ¿Trabajas con su familia en la Mansión del Terror?
—¿Así le llaman? —pregunté, sorprendida.
—Sí. El hecho de que muera gente allí por "enfermedades" cada año es razón suficiente para decir que ese lugar está maldito. De seguro te enteraste… vives dentro. La última fue Camila Méndez. Murió de sinusitis, y ni siquiera sufría de eso. Muy extraño.
—¿Sinusitis? —repetí, sin poder ocultar mi desconcierto.
—Eso fue lo que el forense le dijo a la familia —añadió encogiéndose de hombros—. Hace mucho que no veo a Rebecca… pensé que podía ser ella, pero ya veo que no.
—La verdad no puedo darte mucha información sobre ella. Nunca he visto a esa tal Rebecca —dije, cruzándome de brazos.
El hombre me miró con una mezcla de nostalgia y confusión, pero no dijo nada más. Fue entonces cuando Bere llegó, interrumpiendo la conversación.
—Hola, Kevin. Te ves bien —dijo, sonriendo.
—¿Qué te puedo decir? Ahora gano dinero sin tener que vender en el mercado —contestó él, también sonriendo.
—¿Ahora qué haces, si se puede saber? —preguntó Bere, con una mirada que no le había visto nunca. Sonreí para mis adentros.
—Soy detective del pueblo —respondió con un toque de orgullo—. ¿Y tú? Hace tiempo que no te veo en el mercado.
—Yo… comencé a trabajar en la mansión del terror, como le llaman —dijo entre risas nerviosas.
—¿En serio? Qué fuerte. Bueno, entonces puedes darle saludos a la señorita Rebecca. Dile que Kevin no la ha olvidado.
—No hay ninguna Rebecca en la mansión —respondió Bere casi de inmediato—. Cuando llegué con Méndez, solo estaban la señora Beatriz, su marido Andrés, el señor Eladio, Fátima, los tres ayudantes varones que trabajan con Andrés… y ella —me señaló.
Kevin alzó una ceja.
—¿Eladio? ¿Ese no es el padre de Rebecca?
Aquellas palabras me dejaron helada. Ambos adultos notaron mi expresión.
—¿Hija? ¿Tengo una hermana? —susurré, atónita.
—¿No lo sabías? —preguntó Kevin, con el ceño fruncido—. Qué extraño...
—Mejor nos vamos, Lorena —dijo Bere, nerviosa.
Y sin decir más, salimos de allí como alma que lleva el diablo.
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¿Qué secretos está ocultando papá?
¿Por qué nadie quiere hablar de Rebecca… si hasta parece que yo soy su reflejo?
Algo no encajaba.
Algo estaba a punto de estallar.
Y esta vez, no pensaba callar más.
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Editado: 04.09.2025