Heridas con nombre propio
Subí casi corriendo a mi habitación. Me senté en la cama con los brazos cruzados, el pecho lleno de preguntas. Por más que lo intentara, no podía ignorarlo. Tenía que enfrentar a mi padre por haberme mentido toda la vida.
Aunque claro… para hacerlo, también tendría que mentir. No podía meter en problemas a Bere.
Salí de la habitación, aún dudosa. ¿Y si era mejor dejarlo pasar? Pero la curiosidad me carcomía. No era justo. ¿Cómo había podido ocultarme que tuve —o tal vez aún tengo— una hermana?
Tomé una decisión.
Le preguntaría.
Caminé hasta la cocina, decidida, pero Bere se me cruzó en el camino.
—No le preguntes nada. Me meterás en problemas —susurró rápidamente, lanzando una mirada a mi padre, que picaba verduras y de reojo nos observaba.
—No le diré nada sobre la salida —le respondí en voz baja.
—Pero si dices algo ahora, va a sospechar —insistió ella, preocupada.
—¿Qué tanto murmuran? —interrumpió mi padre, con ambos brazos en la cintura.
Y fue ahí cuando no pude aguantar más.
—¿Por qué no me dijiste que tenía una hermana? —solté de golpe.
Bere se llevó una mano a la frente, y yo sentí que había cometido la estupidez del año.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —preguntó él, cruzándose de brazos.
—Se llamaba Rebecca —continué. Ya había metido la pata, no tenía sentido frenarme ahora—. Dicen que era idéntica a mí.
—Te advertí que no te acercaras a Michael Bennett —espetó, con los ojos encendidos.
—¿Qué? ¿Michael? ¡No hablé con él! —mentí sin saber cómo salir de esa sin arrastrar a Bere.
—La llevé al mercado —intervino Bere rápidamente—. Se encontró con un tal Kevin, y él pensó que era la tal Rebecca. Ni siquiera yo sabía de esa historia…
—¿¡Qué hiciste qué!? —mi padre alzó la voz. Sus ojos estaban tan abiertos que parecía que se le iban a salir.
—Lo siento, señor Eladio. Ella estaba muy sola… y yo tampoco quería ir al mercado sola. No volverá a pasar.
—¡Pero ya pasó! ¡Ese fue el trato!
—¿Trato de qué, papi? —pregunté, aún sin entender, en medio de la discusión.
—Estás nuevamente castigada. Y como ya sabes que tuviste una hermana mayor… quédate con eso en mente hasta que cumplas veinte años.
Ahora vete a tu habitación.
—¿Qué tanto alboroto en esta cocina? —entró la señora Beatriz, con paso lento pero firme.
—¿Usted lo sabía? ¿Sabía que tengo una hermana? ¡Dígame la verdad, señora Beatriz! Ya que mi padre no quiere hacerlo —me volví hacia ella.
Ella se quedó en silencio un momento. Su mirada se desvió hacia mi padre.
—A tu padre que te diga, nena. Él sabe más que yo —respondió mientras tomaba su puesto en la cocina. Ya casi no cocinaba por su edad, pero de vez en cuando preparaba algo.
—Y ya no hay nada más que decirte que no sepas. Largo —ordenó mi padre, tajante.
Suspiré, conteniendo las lágrimas, y salí de la cocina pisando fuerte.
Papá me observaba por si me desviaba. No lo hice.
Solo caminé hasta mi habitación y cerré la puerta con un portazo.
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Editado: 16.08.2025